martes, 19 de junio de 2012

“Los pueblos también conspiran”

El caso de Siria: entrevista a Santiago Alba Rico

Miguel Riera                                   
El Viejo Topo


En los últimos meses Internet se ha visto asaltado por agrias discusiones sobre la posición de Santiago Alba Rico en relación con los acontecimientos que se han vivido en Siria. Alba es, indiscutiblemente, un observador privilegiado. Habla árabe, vive en Túnez y ha viajado por todos los países de la zona. Vivió de cerca la revolución tunecina, y está en contacto con diversas izquierdas árabes. De él podrá decirse lo que se quiera, salvo que no está bien informado.
–Me gustaría que empezaras relatando cómo y cuándo se inició la revuelta en Siria.
El 15 y 16 de marzo -fecha oficial del comienzo de la llamada “revolución siria”- se convocaron manifestaciones en Damasco y otras ciudades, a las que acudieron algunos centenares de personas, sobre todo de la izquierda laica, inmediatamente dispersadas por la policía. Pero puede decirse que la revuelta comienza el día 18 en Deraa, una ciudad de 300.000 habitantes en el suroeste de Siria, junto a la frontera con Jordania, el llamado “Viernes de la dignidad”, en el que miles de personas salen a la calle a protestar por la detención un día antes de quince niños que habían escrito sobre un muro, obviamente influenciados por las imágenes de Egipto y Túnez, la conocida consigna: “el pueblo quiere derrocar el régimen”. La policía mató a cuatro de los manifestantes. A partir de ese momento, y como consecuencia de la feroz represión del régimen, que dispara sobre las comitivas fúnebres de las víctimas, las protestas se multiplican en Deraa y se extienden a otras ciudades.
–¿Qué objetivo político tenían esas protestas?
Las primeras pedían el fin de la ley de Emergencia, en vigor desde 1963, y la liberación de los presos. Enseguida reformas democráticas y la eliminación de la corrupción, vinculada a la familia gobernante. En las primerísimas revueltas en Deraa, tras la muerte de los cuatro manifestantes del 18 de marzo, los jóvenes quemaron oficinas del partido Baaz, símbolo de la opresión, y sucursales de la compañía telefónica Siriatel, propiedad de Rami Mahluf, primo del presidente Al-Asad y uno de los emblemas de la política económica liberalizadora del último decenio que ha beneficiado a unas pocas familias y empobrecido a la mayor parte de los sirios. Como ocurrió en Túnez y Egipto, las revueltas, completamente espontáneas y desencadenadas al margen de los partidos y fuerzas políticas, se fueron radicalizando a medida que pasaban los días y aumentaba la represión. De la demanda de justicia y democratización se pasó a reclamar la caída del régimen. Y como ocurrió en Túnez y Egipto con las intervenciones públicas de Ben Ali y Moubarak, el decepcionante discurso de Bachar Al-Asad del 30 de marzo acusando a una “minoría” de los desórdenes, fue decisivo en esta radicalización.
–Dices que inicialmente las revueltas fueron espontáneas… ¿hay un momento en que empiecen a ser organizadas por fuerzas con intereses políticos?
Creo que hay que hablar de una doble separación: la que existe entre el exilio y el interior y la que existe entre las fuerzas políticas ya activas antes de las revueltas (desde la oposición reunida en la Declaración de Damasco a los partidos marxistas) y los marcos de auto-organización nacidos al calor de las revueltas. En los barrios y las ciudades más movilizadas (Homs, Deraa, Hama, Idlib, etc.) se forman enseguida los llamados Comités de Coordinación Local que más tarde se unirán en una Coordinación General de la Revolución. Por su parte, las fuerzas tradicionales tardan mucho en formar el llamado Consejo Nacional Sirio, fundado a finales de agosto de 2011 a partir de una coalición de partidos, organizaciones y personalidades independientes incapaces tanto de ponerse de acuerdo entre sí como de coordinar la lucha cotidiana de los Comités Locales. Este CNS, dominado por los Hermanos Musulmanes y que no ha logrado obtener el reconocimiento internacional deseado, pese a su creciente sumisión a los países occidentales y al Consejo de Cooperación del Golfo, trabaja desde el exilio y se opone además al otro grupo opositor importante, la Coordinadora Nacional para el Cambio Democrático, cuyo dirigente más visible es Haythem Manaa, conocido intelectual y militante de DDHH, residente también en Francia. De este último grupo forman parte, además, partidos y organizaciones de izquierdas con representación en el interior del país: entre ellos el Partido Árabe Socialista Democrático, el Partido Comunista del Trabajo Sirio, el Baaz Democrático Árabe Socialista, la Coalición de Izquierda Marxista o el Partido de la Izquierda Kurda en Siria. La voluntad de dirigir o incluso manipular políticamente las movilizaciones pacíficas desde fuera es patente, como lo demuestra la elección de los lemas con los que se convocan las manifestaciones de los viernes (coincidentes muchas veces con la errática política del CNS), pero uno de los peligros de deriva de la lucha popular procede precisamente de su fuerza originaria; del hecho de que los Comités Locales no sólo no mantienen una relación orgánica con el CNS sino que cada vez se sienten menos representados por él. En una situación de represión feroz y militarización creciente de la contestación, la ausencia de una coordinación política entre el exterior y el interior, entre oposición tradicional y Comités, aumenta el riesgo de despolitización y des-civilización de las protestas, que en su mayor parte siguen siendo -en todo caso- pacíficas.
–Vayamos por partes. ¿Hay fuerzas de izquierda, marxistas, que apoyen a Al-Asad?
Sí, las hay, y para empezar el propio Partido Comunista Sirio o al menos el ala Bakdash, del nombre del que fue su dirigente hasta 1995. Tras el golpe de Estado de Hafiz Al-Asad en 1970, el PCS aceptó integrarse en el llamado Frente Nacional Progresista, cuyo presidente era el propio Al-Asad, lo que llevó en 1972 a la escisión de Riyad At-Turk, dirigente hasta 2005 del Partido Comunista Sirio (Buró Político) de oposición. La ruptura entre los dos sectores se acentuó en 1976, tras la intervención del ejército sirio en Líbano a favor de las falanges maronitas cristianas contra los palestinos. Mientras que Riyad At-Turk, aún vivo, pasó 18 años en prisión bajo Al-Asad padre y año y medio bajo Al-Asad hijo, el PCS-Bakdash apoyó y sigue apoyando el régimen. Recordemos que, hasta la reciente reforma, la constitución siria definía como “socialista” el régimen económico del país y siete partidos legales, todos de inspiración “socialista” o “panarabista”, formaban parte de ese llamado Frente Nacional Progresista obligado constitucionalmente a reconocer “el papel dirigente” del partido Baaz en el poder.
–¿Puede hablarse entonces de una incipiente guerra civil? ¿O estamos hablando de otra cosa?
No se puede ignorar el peligro, pero creo que es más justo seguir hablando de una revolución popular sin liderazgo, como la define Elias Khoury, contra un régimen que juega desde el principio con la dimensión geoestratégica de Siria y con la retórica “resistente” para continuar las masacres e impedir la democratización del país. Esta revolución popular se ha convertido en un “objeto” de intervención por parte de innumerables fuerzas, ninguna de las cuales quiere que triunfe, y la convergencia de todas estas presiones, mantenida en el tiempo, ha ido generando toda una serie de efectos parásitos o deformativos que impiden ver con claridad el corazón original de un proceso todavía vivo. Bachar Al-Asad ha explotado desde el inicio el fantasma de la guerra civil y de la sectarización mientras empleaba todos los medios sobre el terreno para que la amenaza -que sólo él podría conjurar, según la propaganda- se hiciera realidad. Al igual que ha explotado el fantasma de la intervención exterior, una intervención exterior que siempre ha existido en Siria (por parte de occidente y también de Irán y Rusia), pero que cada vez parece más claro no va adoptar, al contrario que en Libia, la forma de una agresión militar. Ni Israel ni EEUU ni la UE están interesados en una situación de caos en la zona y asestarán golpes controlados a un régimen cuyas estructuras prefieren mantener intactas. En todo caso, la conjunción de estos factores -represión feroz, división de la oposición, acciones armadas del Ejército Libre de Siria, identificación popular de la dictadura con la corriente alauita, temor de las minorías al islamismo y apoyo todavía al régimen por parte de la burguesía urbana de Damasco y Alepo- alimentan sin duda el embrión de un conflicto civil.

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