martes, 5 de enero de 2016

La espera de los refugiados en el puerto de Lesbos. Próxima parada: Atenas

A los pies de la estatua de la libertad del puerto de Mitilene, Lesbos, los refugiados aguardan a diario la llegada de los ferris con destino a Atenas
El puerto de la isla griega ha incorporado carteles en árabe en sus tiendas, hoteles y establecimientos: se ha convertido en lugar de paso imprescinsible en el trayecto de los refugiados
eldiario.es conversa con algunas familias que, en el puerto, al calor de una hoguera, aguardan la llegada de un barco dispuestas a proseguir su rumbo a Alemania

Con la llegada del ferry los refugiados se agolpan para aguardar su turno. Su próximo destino, Atenas / Foto: Olmo Calvo
Con la llegada del ferry los refugiados se agolpan para aguardar su turno. Su próximo destino, Atenas / Foto: Olmo Calvo 
Lesbos no es el objetivo final, sólo es una etapa de un camino que nació en Irán, Iraq, Afganistán, Siria, o en cualquier otro lugar del planeta donde la respiración se corta con la guerra y con cada bomba que cae. Pero alcanzar la isla griega supone vencer uno de los grandes retos de este viacrucis del refugiado.
Cruzar el mar Egeo y pisar tierra firme, aunque se haga con los huesos calados de salitre y sin aliento, después de una travesía que ronda las tres horas, en una lancha de plástico sin ninguna seguridad haciendo frente al frío y a las olas, significa sentir más cerca el destino: Alemania u otro país del norte del Viejo Continente, convertidos en el destino de miles de vidas truncadas.
Con el invierno y las bajas temperaturas, los arribos a la isla han mermado, pero siguen sucediendo cada día. Un hecho que se puede comprobar caminando por el puerto de la capital costera de Mitilene, donde lo cotidiano de sus habitantes se fusiona con la breve visita de las personas refugiadas. Pese a la corta estancia, la presencia del tránsito se palpa.
Refugiados aguardan el ferry a escasos metros de la estatua de la libertad del puerto de Mitilene, Lesbos / Foto: Olmo Calvo
Refugiados aguardan el ferry a escasos metros de la estatua de la libertad del puerto de Mitilene, Lesbos / Foto: Olmo Calvo

Letreros en árabe en el muelle para los refugiados

En el lado de la acera que bordea el muelle en forma de herradura, los letreros de las tiendas, hoteles y otros establecimientos se pueden leer en árabe; dando muestra del negocio generado. Las colas en la entrada de las oficinas de viajes con carteles que rezan “Mitilene-Atenas-Macedonia” forman parte de este paisaje urbano, que seguramente pase a los anales de este histórico éxodo.
Sólo en el año que acabamos de cerrar, según ACNUR, más de 800.000 personas llegaron a través del Mar Egeo desde Turquía con destino a Grecia. En el paseo que recorre el dique, un reguero de familias y grupos de personas se concentran a cada paso. Todos ellos llegaron a la isla en barcas que partieron de Turquía, a 20 kilómetros de distancia.
Algunos alcanzaron la orilla y se arroparon al calor de las asociaciones y personas que altruistamente hacen guardia día y noche en la costa. Los que en mitad del trayecto se quedaron sin combustible o fueron víctimas de un motor que se paró llegaron a bordo de una embarcación costera de las autoridades griegas o remolcados por la misma.
Una familia con su hija a hombros aguarda la llegada del ansiado ferry que los llevará a Atenas / Foto: Olmo Calvo
Una familia con su hija a hombros aguarda la llegada del ansiado ferry que los llevará a Atenas / Foto: Olmo Calvo 

Hogueras para paliar la espera

Todos esperan continuar su camino, y el próximo destino es claro: Atenas, el punto de salida de la ruta continental para atravesar las fronteras europeas. Wahida y su familia es una de tantas que acampan, durante el atardecer, en la calle que conduce al puerto. En unas horas viajarán en el ferry hasta la capital helena.
“Queremos ir a Alemania”, dice esta mujer que salió de la arrasada Kobane junto con sus cinco hijos y su marido, hace un mes. En ese momento no puede esconder la sonrisa, que casi pierde la madrugada anterior, cuando llegó muy débil en una de las lanchas precarias que atracó en una zona de acantilados en las playas del sur.
Superó con dificultad la gran prueba de fuego convertida en agua: el Egeo. Lo hizo bajo la atenta mirada de sus pequeños, envueltos por el cariño de los voluntarios que secaban sus lágrimas con mucho tacto y con juegos de pompas de jabón. 
Refugiados esperan la llegada del ferry que los llevará a Atenas, tras su trayecto por el mar Egeo en el que se han jugado la vida / Foto: Olmo Calvo
Refugiados esperan la llegada del ferry que los llevará a Atenas, tras su trayecto por el mar Egeo en el que se han jugado la vida / Foto: Olmo Calvo 
Wahida se recuperó gracias a la brillante atención médica que tuvo que hacer de urgencia el equipo médico de voluntarios. Una vez repuesta, su ruta ha de seguir.
Unos pasos más adelante, justo en la entrada de las inmediaciones del puerto marítimo donde aguarda hasta la ocho de la tarde el ferry que trasladará a cientos de refugiados hasta la capital griega, el trasiego se hace notar.
Mucha gente posa para un selfie, con el mastodonte naval de fondo, para fotografiar y guardar en el recuerdo aquella etapa de la travesía hacia la autoproclamada tierra de los derechos humanos, Europa, la misma que cierra sus fronteras y negocia a puerta cerrada en los despachos las cuotas de refugiados, mientras la crisis humanitaria no cesa.
El puerto de Mitilene, Lesbos, con refugiados haciéndose fotos mientras esperan la llegada de un ferry que les lleve a Atenas / Foto: Olmo Calvo
El puerto de Mitilene, Lesbos, con refugiados haciéndose fotos mientras esperan la llegada de un ferry que les lleve a Atenas / Foto: Olmo Calvo 
En el puerto de Mitilene, cada día, se gestan multitud de situaciones. Algún fuego encendido para paliar el frío de la espera. Niños que corretean y juegan, haciendo gala de su etapa vital.
Y como atrezo de este escenario, se levanta una estatua de la libertad de 15 metros de altura, fraguada en bronce y apoyada en un pedestal de mármol donde también descansan decenas de refugiados en busca de lo que la figura representa.
Un grupo de refugiados esperan en el muelle de Mitilene / Foto: Olmo Calvo
Un grupo de refugiados esperan en el muelle de Mitilene / Foto: Olmo Calvo 

La tasa del refugiado para viajar en ferry

Habbib tiene 26 años y ha montado su tienda de campaña azul a pocos metros de la escultura. Se asoma desde dentro con una mirada que pide a gritos desahogarse. Este joven llegó solo desde Afganistán, su tierra natal. Asegura haber perdido a todos sus familiares, pero la soledad no achanta su cordura ni sus sueños.
“Quiero llegar a cualquier país que me acepte como refugiado, me da igual dónde, quiero luchar por una vida mejor”, explica el chico horas antes de partir hacia Atenas. Habbib estudió medicina y trata de ayudar a sus compañeros de viaje con un pequeño botiquín que carga en su mochila. Además, parece haber asumido el papel de protector de otros chicos jóvenes que viajan sin familiares.
Habbib, refugiado afgano sin familia, acampa en el puerto de Mitilene. Lleva consigo un botiquín médico para ofrecer atención de primeros auxilios / Foto: Olmo Calvo
Habbib, refugiado afgano sin familia, acampa en el puerto de Mitilene. Lleva consigo un botiquín médico para ofrecer atención de primeros auxilios / Foto: Olmo Calvo
“Solo quiero la paz, pero en Afganistán no es posible. Allí la población civil tuvimos que sufrir a la invasión de los talibanes, a Al Qaeda, ahora al Daesh… ¿por qué siempre pasa esto en Afganistán?”, reflexiona en voz alta pero con un tono de voz tan delicado como respetuoso.
El reloj marca las seis y comienzan a formarse las colas de espera para embarcar. Militares griegos tratan de poner orden con poco tacto y muchos gritos, en un idioma que la mayoría no entiende. Todo el mundo comprueba en el último minuto que el destino y la hora de su ticket son correctos. Un pasaje por el que pagan el doble de lo que cualquier turista haría.
Una vez más, tienen que hacer frente a la dichosa tasa del refugiado. Pero están más cerca de la meta. Todos esperan con ansias poner el pie en Atenas, la próxima parada.

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