Esto no es una especulación hipotética: se ha demostrado en la realidad, una y otra vez. Cuando se callan, el interés por su causa se evapora y desaparece de la agenda de Israel y del resto del mundo.
Miren lo que ocurre con Gaza entre una y otra escalada de cohetes. ¿Quién le presta atención? ¿A quién le importa? Todo el mundo quiere olvidarse ya de la existencia del pueblo palestino. La gente está cansada de oír hablar del sufrimiento palestino [pero no del sufrimiento ucraniano]; y el silencio lo hace posible.
Sólo cuando vuelan las balas, los cuchillos atacan y los cohetes estallan, la gente recuerda que hay otro pueblo aquí con un terrible problema que debe ser resuelto. La conclusión es dura y aterradora: sólo a través del terrorismo serán recordados, sólo a través del terrorismo podrán obtener algo.
Una cosa es segura: si dejan las armas, están condenados a convertirse en los nativos americanos de Oriente Medio: una minoría olvidada cuya causa se ha extinguido para siempre.
Se puede discutir sobre la legitimidad del terror palestino y su definición: quién mata más y quién es más brutal, si Israel o ellos.
En las últimas semanas, hemos informado aquí sobre un estudiante palestino que salió de excursión y fue asesinado de un disparo en la cabeza, sobre un chico que sostenía un cóctel molotov ante un muro de 20 metros de altura y fue asesinado de un disparo en la espalda, sobre un hombre que regresaba de hacer deporte cuando los soldados dispararon 31 balas contra su coche, y sobre un adolescente que corría huyendo de los agentes de la Policía de Fronteras, que le dispararon 12 balas y lo mataron. ¿No es esto también terror? ¿En qué se diferencia de Bnei Brak?
Tras la operación de la Resistencia palestina del 29 de marzo en Bnei Brak, suburbio de Tel Aviv.
La violencia es siempre brutal e inmoral: la violencia de los terroristas que disparan indiscriminadamente contra transeúntes inocentes, y la violencia uniformada autorizada por el Estado contra personas palestinas inocentes, como una cuestión de rutina.
Los palestinos estuvieron relativamente tranquilos durante meses, mientras sufrían la violencia y enterraban a sus muertos, y perdían sus tierras, sus casas y sus últimos restos de dignidad. ¿Y qué obtuvieron a cambio? Un gobierno israelí que declara que la cuestión de su suerte no será discutida en ningún momento en el futuro próximo, porque no es un asunto cómodo para el gobierno de coalición en su actual composición.
Y luego vino la cumbre de Sde Boker [la reunión de normalización de Israel con dictadores árabes y EEUU en el desierto del Néguev]. Seis ministros de exteriores diciéndoles a los palestinos: su suerte no nos interesa. Hay asuntos más urgentes e intereses más importantes.
¿Qué estaban pensando allí, en el hotel Kedma? ¿Que se tomarían fotos, sonreirían y se abrazarían y visitarían la tumba del fundador de Israel, el comandante que supervisó la Nakba −“Aquí es donde todo comenzó”, como dijo Yair Lapid− y los palestinos y las palestinas se alegrarían? ¿Qué verían cómo se les dejaba sangrando al costado de la carretera, y se quedarían callados? ¿Qué tal vez se conformarían con los caramelos de colores que el gobierno les arrojó en honor al evento: 20.000 permisos de trabajo para obreros de Gaza? ¿Y qué pasa con las otras 1.980.000 personas gazatíes que viven bajo el bloqueo?
Los ataques terroristas son el castigo; el pecado es la arrogancia y la sensación de que nada es urgente: Israel se encuentra ahora en una situación incómoda; la coalición de gobierno es delicada, las cosas nunca han sido cómodas para ella; ahora está Irán, y un nuevo Oriente Medio, libre del pueblo palestino.
Pero no está funcionando. Y evidentemente nunca funcionará. Los palestinos no tienen otra forma de demostrarlo, aparte de disparar en las calles. Un joven desconocido de Ya’bad que mató a civiles y a un policía hizo que Israel viera esto; no lo habría hecho de otro modo.
Hay que luchar contra el terrorismo, por supuesto. Ningún país puede permitir que su pueblo viva con miedo y en peligro. Pero cuando Lapid dijo: “Aquí es donde todo comenzó”, bien podría haber querido decir que aquí es donde empezó otra ola de atentados terroristas: la que pretende recordarle a él y a sus colegas que, aunque cenaran kebab de pescado en hojas de olivo, arroz “Ben-Gurion” y los últimos pomelos del invierno, a sólo dos horas de distancia un pueblo sigue asfixiándose bajo la brutal y totalitaria ocupación israelí.
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