El activista palestino Yamal Yuma, coordinador de la campaña Stop The Wall.
La situación en Palestina constituye un “apartheid” tan inaceptable como el que hubo en Sudáfrica. Ésa es la opinión que defiende y busca difundir el palestino Yamal Yuma, de 61 años, dirigente de la sociedad civil que ya no cree que la solución para su pueblo llegue mediante las acciones que hoy impulsan los Estados o los partidos, sino por una movilización de la población mundial. Por ese motivo visitó Uruguay la semana pasada y se reunió con el alto comisionado del Mercosur y con el canciller Luis Almagro, entre otras autoridades.
-¿Cómo llegó a la conclusión de que la mejor opción para luchar contra la ocupación israelí en los territorios palestinos es la movilización de la sociedad civil?
-Nací en Jerusalén, vivo en Jerusalén, estudié Literatura Árabe en la emblemática universidad palestina de Beir Zeit, conocida por ser progresista y abierta. Después de terminar mis estudios comenzó la primera intifada [el levantamiento de civiles palestinos de 1987, que continuó hasta 1993], en la que estuve muy involucrado. Asumí un rol de liderazgo, encabezando grupos en las calles, organizando protestas, y por eso estuve requerido durante tres años. Fue una experiencia muy interesante en nuestras vidas e hizo que nuestra identidad nacional sea lo que es hoy. Fue importante en particular para quienes estuvimos involucrados día y noche, durmiendo en las montañas, yendo al encuentro de los pobladores y conociendo sus necesidades. En ese entonces integraba el Partido Comunista. Después de los Acuerdos de Oslo [en 1993] volvimos a la vida normal y ya nadie necesitó esconderse. Entonces empecé a trabajar con la sociedad civil, hasta la segunda intifada [2000-2003], que empezó cuando el proceso de paz fracasó. En ese momento comencé a desarrollar, junto con un grupo de amigos, una red de defensa del medio ambiente, porque Israel estaba destruyendo nuestros recursos naturales.
-¿Qué destruían?
-Cortaban los árboles de forma masiva; bloqueaban ciudades y pueblos que quedaban sumergidos por la basura, que no podía salir, lo que generaba graves problemas. Entonces yo ya no era parte de la intifada, sino que luchaba por estos temas en paralelo. Sin embargo, apoyé a la segunda intifada, participé en manifestaciones y asumí más un rol de periodista-comunicador, llevando periodistas a lugares poco accesibles y peligrosos para que pudieran informar lo que ocurría. Después, en 2002 comenzó la construcción del muro, y con ella nuestra lucha en contra de esa política y de la colonización israelí. Entonces empezamos a organizar comités populares en los poblados, en las ciudades, en las zonas en las que se estaba construyendo el muro y avanzaban las colonias. Esas organizaciones ciudadanas comenzaron a convocar movilizaciones y sentadas.
-¿Stop the Wall es un movimiento pacífico?
-Se enmarca en una línea de lucha pacífica. No le decimos a la gente que es la única manera de luchar, pero sabemos por experiencia que es la única manera. Si uno quiere levantarse en contra de una ocupación se necesitan masas, como ocurrió en la primera intifada. Si organizás un grupo armado, es fácil destruirte.
-¿Cómo llegaron a esa conclusión? ¿Fue por la primera intifada?
-La primera también fue pacífica. La segunda comenzó siéndolo y terminó por volverse violenta; cuando Israel comenzó a usar tanques, los palestinos comenzaron a crear grupos guerrilleros.
-¿Qué vínculos tiene Stop the Wall con los gobiernos de Hamas [en Gaza] y de Al Fatah [en Cisjordania]?
-No hay relación, es un movimiento independiente. Eso significa, además, que tampoco tiene vínculo formal con ninguna organización política. Dentro del movimiento popular, en la base, sí hay gente vinculada a partidos, pero la campaña en sí es independiente. Es muy importante no tener una etiqueta. Si la tienes, eso limita la cantidad de gente que se adhiere. En cambio, ser un movimiento libre favorece la movilización.
-¿Por qué consideró necesario visitar Uruguay?
-Creemos que pueden hacer mucho para nuestro movimiento, porque trabajamos en dos niveles. El primero es el de la resistencia popular local en contra de la ocupación, el muro, las colonias y todo lo demás. El segundo es la campaña de solidaridad internacional. Creemos que esas dos cosas van de la mano, y para eso nos inspiramos en la experiencia sudafricana. Creemos en la necesidad de globalizar la lucha del pueblo, porque nuestra causa es justa, humana, y cada uno puede sentir simpatía por ella, como por toda lucha por la libertad, por el final de la ocupación, el racismo y el sistema de apartheid. Eso está sufriendo nuestro pueblo, y creemos que es un problema universal. En Sudáfrica, cuando todo el mundo se levantó y dijo que el apartheid no era aceptable, boicotearon y aislaron al régimen del apartheid, y ese régimen cayó. Eso es lo que esperamos del mundo. Por eso comenzamos a difundir nuestra causa en el exterior, haciendo una campaña de sensibilización mundial y mostrando lo que está haciendo Israel. Por eso le pedimos a la gente que boicotee y aísle a Israel [ver página 11], y que oiga que en el siglo XXI está ocurriendo un apartheid mucho peor, que se están construyendo muros mucho más grandes que en el siglo XX. Esos muros alcanzan los nueve metros de altura, atraviesan 810 kilómetros y están generando bantustanes [nombre que se les dio a los territorios donde los sudafricanos que no eran blancos estaban separados del resto de la población] y guetos. Creemos que eso no debería volver a ser aceptado por el mundo. Por eso cada país y cada persona puede hacer algo. Uruguay es miembro del Mercosur y puede tener una voz fuerte en contra de la actitud de Israel y en contra del acuerdo de libre comercio con Israel [firmado en 2007]. Los uruguayos pueden presionar a su gobierno para que se detenga el comercio con Israel. La Policía uruguaya está siendo formada en Israel; eso no debería ocurrir.
-¿Qué está pasando ahora con lo que se llama “el muro”, que aísla a los palestinos para proteger a los colonos?
-El muro le sirve de marco al sistema de control que está estableciendo Israel en Palestina, rodea a las aldeas palestinas y genera bantustanes y guetos. Hay 34 puntos de control para entradas y salidas a través de la muralla. Si quieren cerrar esos puntos de paso, lo pueden hacer. A esto se suman las carreteras del apartheid: 1.400 kilómetros de rutas que permiten unir a las colonias israelíes entre ellas y que están reservadas a los judíos. Hay 48 túneles y puentes para evitar que se crucen con rutas palestinas.
-¿Cómo es la vida cotidiana de un palestino?
-Gaza está sitiada; sufren hambre y el agua está contaminada. Les falta gas, petróleo y tienen problemas de electricidad, porque desde que cayó el presidente egipcio [Mohamed Mursi] en julio, están cerrados los túneles que alimentaban a ese territorio. En Cisjordania hay ataques en contra de palestinos cada día. Los militares israelíes detuvieron a más de 800 palestinos, y han muerto 42 desde agosto. Jerusalén está bloqueada, hay enfrentamientos con los colonos que intentan infiltrarse en la mezquita de Jerusalén [Al-Aqsa], están construyendo una sinagoga más alta que Al-Aqsa. En paralelo sigue la colonización y la apropiación de tierras, y la situación económica es muy preocupante. Los palestinos que trabajan en Israel tienen permisos especiales para pasar por los puestos de control, pero suelen ser humillados.
-Recién habló de Egipto. ¿Cómo afecta a Gaza la nueva situación política en ese país?
-La afecta negativamente. El error de Hamas fue que cuando el presidente Mohamed Mursi llegó al poder [en 2012] le dieron todo el apoyo, y eso generó la impresión de que eran lo mismo [Hamas y los Hermanos Musulmanes, la organización que en Egipto apoya a Mursi]. Cuando la gente en la calle se sublevó en contra de Mursi y de los Hermanos Musulmanes y los militares se apropiaron de esa revolución, eso puso a Hamas en grandes problemas, porque lo acusan de colaborar con los Hermanos Musulmanes. Cerraron las fronteras y los túneles por los que pasaban alimentos para la población alegando que eso alimentaba el terrorismo. Están castigando a Hamas y es la gente de Gaza la que paga.
Marina González
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