Hace poco compartí una
taza de té con un “refugiado egipcio” en una capital occidental lejos de Gaza y de El Cairo. El término “refugiado” me es muy cotidiano pero nunca antes había conocido a ningún egipcio que se refiriese a sí mismo como tal. Lo dejó así de claro cundo comenzó a hablar: “Como refugiado egipcio...” y siguió hablando de la agitada situación política de su país. Me inquietó
mucho intentar calcular cuántos árabes se han convertido en refugiados en los últimos años. ¿Desde cuándo deberíamos empezar a contar?, ¿dejamos
de lado la Nakba palestina de 1948 y obviamos las sucesivas oleadas de limpieza étnica de palestinos que sobrevinieron después?, ¿tenemos en
CUENTA los múltiples éxodos de población libanesa tras las invasiones israelíes y durante la guerra civil?
Podríamos comenzar con Iraq, el país donde se fundó todo lo árabe. Su cultura, su historia y su civilización, que
se remonta hasta el origen de la civilización
humana, marcaron el
INICIO del nuevo éxodo árabe.
La promesa estadounidense de bombardear el país “hasta devolverlo a la Edad de piedra” fue peor de lo esperado. Millones de iraquíes se convirtieron en refugiados tras la guerra dirigida por
Estados Unidos, una situación que se vería sobrepasada a mediados de la década de 2000 por la guerra civil que la invasión provocó.
Sólo el año pasado más de dos millones de iraquíes se convirtieron en desplazados, la mayoría de ellos internamente,
como resultado de la violenta toma de
territorios del norte y oeste de Iraq por parte del denominado Estado Islámico.
Un informe reciente del Centro de Seguimiento de
Desplazados Internos (IDMC) de Ginebra, concluye que las crisis de Siria, de Iraq y de Libia están
CONECTADAS en un contexto más amplio, lo que acentúa la tragedia colectiva árabe. “Se trata de las peores cifras de desplazamientos forzados de toda una generación, lo que da muestra de nuestro absoluto fracaso en la protección de la inocente población civil”, denuncia Jan Egeland, presidente del Consejo Noruego para los Refugiados, organización que promueve el IDMC.
Las guerras y los conflictos han provocado el desplazamiento de 38 millones de personas, 11 millones de las cuales fueron desplazadas el año pasado. La
cifra de refugiados sigue aumentando de manera
constante: el promedio de personas que huyen de sus hogares cada día asciende a 30 mil; un tercio del total son árabes que huyen de sus propios países.
Sí, 10 mil árabes se convierten en refugiados cada día, según el IDMC. Muchos son
personas desplazadas internamente (PDI), otros están refugiados en
terceros países, y otros miles buscan una
OPORTUNIDAD intentando cruzar el Mediterráneo en pequeñas embarcaciones. Miles mueren en el intento.
“Soy refugiado sirio del campamento palestino de Yarmuk, en Damasco”, escribía Ali Sandeed en el
PERIÓDICObritánico The Guardian. “Cuando era pequeño mi abuela solía contarnos lo que sintió cuando le obligaron a abandonar su casa en Palestina y a huir a Siria en 1948; siempre nos decía que solo esperaba que sus hijos y sus nietos nunca tuviéramos que experimentar lo que se siente al ser un refugiado. Pero nos ocurrió. Nací como refugiado palestino y hace casi tres años me convertí en refugiado por segunda
vez cuando mi familia y yo tuvimos que huir de la guerra de Siria hacia Líbano”.
El artículo en que Sandid describía su periplo en barco hacia Europa se titulaba “Creí que el barco era mi única
OPORTUNIDAD”.
Muchos de los refugiados de Yarmuk son descendientes de
refugiados palestinos que vivían en el norte de Palestina, en Haifa, Acre y Saffad. La lectura de sus testimonios evoca de inmediato escenas caóticas de refugiados huyendo de la invasión sionista de Haifa en 1948.
Gracias a los historiadores palestinos y a
NUEVOS historiadores israelíes como Ilan Pappe, sabemos
muy bien por lo que pasaron decenas de miles de personas que intentaban escapar para salvar sus vidas utilizando
pequeñas embarcaciones de pesca:
Los hombres pisaban a sus amigos y las mujeres a sus propios hijos. En el puerto, las embarcaciones se llenaban enseguida con cargamento humano. El hacinamiento era espantoso. Muchas volcaron y se hundieron con todos sus pasajeros. (Pappe,
La limpieza étnica de Palestina).
La brutalidad y el sentimiento de desesperación que encarna esta imagen se repite diariamente en varios escenarios de países árabes: en Iraq, Siria, Libia, Yemen y en otros. Si el destino de estos refugiados se marcase con flechas, señalarían múltiples direcciones. Se superpondrían y a veces se opondrían: gente inocente de toda condición, de religiones y sectas diversas, corriendo de un lado a otro cargando con sus hijos en
medio del espanto con las escasas pertenencias que han podido salvar.
La Nakba palestina (la Catástrofe de la guerra, el desalojo y la desposesión palestinas de 1948) se ha convertido
AHORA en la Nakba árabe. Los refugiados palestinos conocen muy bien por lo que están pasando sus hermanos árabes: las masacres, la pérdida irrecuperable, la desesperación, y las embarcaciones que se hunden.
Uno recuerda la pregunta insistente que se hicieron muchos cuando estalló la llamada Primavera árabe a comienzos de 2011: “¿las revoluciones árabes serán buenas para Palestina?” Era imposible
RESPONDERLA porque
no se contaba entonces con las variables suficientes para hacer una valoración inteligente, ni siquiera conjeturas elaboradas. El supuesto era que si las revoluciones árabes culminaban en resultados verdaderamente democráticos, entonces, naturalmente, sería bueno para los palestinos.
SEGUÍAMOS la lógica común según la cual históricamente los pueblos árabes –especialmente en los países árabes más empobrecidos– habían sentido durante generaciones que Palestina encarnaba la lucha medular colectiva como símbolo de la identidad árabe y del nacionalismo.
Pero no sólo no triunfó la democratización (con la excepción de Túnez) sino que millones de árabes se han unido a los millones de palestinos en su exilio perpetuo.
¿Qué trascendencia tiene esto? Mi amigo egipcio que se define como “refugiado”, me dijo: “Soy optimista”. “Yo también”, le contesté, sin sorprendernos siquiera un poco por nuestra curiosa y común actitud.
La fuente de optimismo es doble. En
primer lugar, los árabes finalmente han roto la barrera del miedo, un requisito previo esencial para cualquier movimiento popular que opte por un cambio de raíz. En segundo lugar, ahora la mayoría de los árabes comparten por igual la carga de la guerra, de la revolución, de la miseria y del exilio.
Lejos de que esto sea “algo bueno” no hay duda de que intensifica un factor de urgencia en el destino colectivo árabe.
“Estamos juntos en esto”, le dije a mi amigo egipcio. De hecho, es como si todos los árabes estuviéramos hacinados dentro de un mismo barco; todo lo que tenemos que hacer es llegar sanos y salvos a buen puerto. Hundirnos no es una opción.
Fuente:
http://www.palestinechronicle.com/the-arab-boat-its-an-arab-palestinian-nakba-and-we-are-all-refugees/