martes, 24 de septiembre de 2013

El conflicto en Siria y la necesidad de negociar.

     
         


Luis Mesa Delmonte
El conflicto en Siria y la tragedia general que lo ha acompañado son muestras nuevamente del dominio de las concepciones geopolíticas y de los intereses estratégicos de los actores involucrados hasta ahora. Es por eso que la negociación es primordial. La reciente propuesta rusa parece ser una solución que beneficia a todos.
El conflicto en Siria y la tragedia general que lo ha acompañado, es muestra nuevamente del dominio de las concepciones geopolíticas y de los intereses estratégicos sobre las preocupaciones respecto a la “seguridad humana”, concepto que pretende convertir al individuo y sus múltiples necesidades, en el centro de atención primordial. Más de 100 mil muertes (el 30% de ellas civiles), dos millones y medio de refugiados, más de cuatro millones de desplazados internos, y una destrucción material considerable, son resultados que ilustran claramente la intensidad de la crisis vivida a lo largo de estos dos años y medio.
Si bien es cierto que las características del régimen sirio propiciaron la acción represiva contra manifestaciones de protestas pacíficas desde marzo del 2011, la temprana militarización de algunos sectores opositores llevó a que el ejército y las fuerzas de seguridad del gobierno de Bashar Al Assad reaccionaran de forma aún más violenta a la ya esperada.
El escenario ganaría en complejidad, cuando a esa incipiente oposición armada se le unieron no sólo algunos desertores de diverso rango provenientes del ejército y la seguridad, sino especialmente a partir de la llegada al territorio sirio de combatientes foráneos, y de la injerencia y apoyo en financiamiento, armas, entrenamiento, y respaldo político, de actores regionales como Arabia Saudita, Qatar y Turquía.
La ayuda a algunos sectores de la oposición armada (como el representado por el Ejército Libre de Siria) también fue beneficiado por varias iniciativas tomadas por países europeos y por Estados Unidos, aunque ello se realizó de manera limitada, debido a las incertidumbres derivadas de una oposición múltiple y dividida, dentro de la cual se ha hecho evidente el fortalecimiento de agrupaciones de inspiración islamista extrema salafista-jihadista como Al Qaeda, Al Nusra, el Frente Islámico Sirio y otras.
El teatro de operaciones sirio completaría su condición como espacio para el enfrentamiento de proyectos de intereses diversos, al recibir Damasco asistencia material importante de parte de Moscú y Teherán, así como el apoyo en algunas operaciones militares protagonizado por el grupo libanés Hezbollah.
Es verdad que el conflicto sirio ha intentado reorientarse por vías negociadas con iniciativas desarrolladas por las Naciones Unidas y la Liga Árabe entre otros, que han estado encabezadas por figuras de alto prestigio internacional como Kofi Annan y Lakhdar Brahimi. Pero estos esfuerzos no han brindado los resultados esperados, y fueron afectados por desacuerdos, negativas y condicionamientos expresados tanto por el gobierno de Bashar como por parte de la oposición. En realidad, lo que ha sido y sigue siendo imprescindible es una iniciativa decidida, profunda y amplia, que logre abordar, no sólo los problemas evidentes de la agenda siria interna, sino los múltiples intereses, visiones y ecuaciones estratégicas que han explicado las múltiples actuaciones de los otros actores internacionales con algún grado de incidencia importante en el conflicto. Las principales potencias mundiales tendrían que encabezar el complicado esfuerzo negociador.
Algunos pensadores como Gilbert Achkar, han planteado desde hace tiempo que sólo por la vía de las armas sería posible derrocar a un régimen como el sirio. La ecuación tiene un alto grado de lógica: un régimen fuerte, con amplias y funcionales estructuras de seguridad e inteligencia, y con un ejército suficientemente bien organizado, armado y entrenado, puede encontrar el mayor reto para su supervivencia efectivamente en una fuerte oposición armada. No obstante, este planteamiento sigue generando numerosas interrogantes:
¿Sólo es posible derrocar a un régimen fuerte mediante la vía armada, o también la vía de la resistencia popular pacífica puede alcanzar objetivos semejantes, o al menos lograr ciertas readecuaciones, reformulaciones y reformas?
Parecería que la opción de resistencia y presión popular puede seguir brindando importantes resultados. La Revolución iraní de 1979 es un buen ejemplo de revolución civil exitosa en la región medioriental. Igualmente, algunos de los muy diversos procesos comprendidos dentro de la llamada “primavera árabe”, podrían también ser tomados como ejemplos de protestas populares que lograron algunos cambios en las cúpulas del poder político, si bien no revoluciones en el sentido más profundo y transformador del concepto. Por otra parte, en nuestro continente latinoamericano, la sustitución del paradigma de la vía armada como única forma de lograr transformaciones trascendentales, ha quedado claramente sustituido por el cambio político-social posible desde las urnas electorales.
¿La oposición armada a un régimen fuerte es la fórmula más apropiada?
Al menos hay una contradicción táctica evidente que obligaría al análisis específico del régimen, sus intereses y objetivos seminales, sus capacidades de readecuación, y su grado de perdurabilidad antes de optar por esta alternativa, pues por ejemplo, si no se produce una fractura importante dentro de la estructura militar y de seguridad, lo único que se logra en la práctica es mover a la nueva oposición armada hacia un terreno de enfrentamiento que obviamente le es desfavorable.
En este mismo sentido: ¿la oposición armada al régimen sirio justifica la participación de actores foráneos, tanto de suministradores de apoyo logístico como de combatientes de diversas nacionalidades en aras de defender una causa justa? ¿Quién define qué es una causa justa que merece un esfuerzo universalista?
Encontraremos múltiples respuestas y definiciones, obviamente contradictorias entre sí, pues cada actor interno, y cada actor foráneo tendrá su propia convicción ideológica y práctica, en dependencia de sus intereses particulares, y estas mismas contradicciones estarán presentes en el debate que se genera a la hora de proponer la defensa de los civiles afectados por el conflicto, la llamada responsabilidad para proteger (R2P):
¿Quién define cuándo y cuáles civiles tienen que ser protegidos por una acción internacional? ¿Por qué hay masacres de civiles en varios conflictos que no son atendidas por la comunidad internacional y en otras sí se procede a una relativamente expedita intervención?
De nuevo, resulta evidente que los intereses estratégicos de los principales actores predominan sobre las preocupaciones humanitarias.
Entonces, ¿la clave en el conflicto sirio es seguir apoyando a unos contra otros en una crisis que cada vez es más profunda, destructiva y con un muy elevado grado de sufrimiento humano, o hay que hacer gigantes esfuerzos para reencauzarlo por vías negociadas?
Esto último debería ser la prioridad.
Aunque sin exagerar en optimismo, en momentos en que la probabilidad de un ataque militar básicamente estadounidense contra Siria parecía estar a punto de ocurrir, casi que de manera fortuita se ha generado una propuesta importante para contribuir a disminuir las tensiones y abordar el tema del empleo de las armas químicas: la llamada propuesta rusa.
Hoy tenemos certeza de que las armas químicas han estado presentes en la crisis siria, aunque queda por precisar con exactitud qué tipo de armamento se empleó, cuál es el origen de los mismos, si los utilizó el gobierno o la oposición o ambos, si siempre han sido ataques premeditados o si ha existido algún caso de uso accidental, etc. Al menos para responder a la tragedia y masacre de agosto del 2013 -acaecida en un suburbio de Damasco y que generó las grandes tensiones actuales- habría que dejar que los inspectores de las Naciones Unidas hicieran su trabajo y llegaran a sus conclusiones, antes de decidir una acción militar de castigo contra el gobierno de Bashar.
La iniciativa rusa, generada a partir de un comentario improvisado del secretario de Estado estadounidense John Kerry (y que curiosamente el Departamento de Estado caracterizara de “argumento retórico”) ha abierto un camino para al menos temporalmente evitar el ataque estadounidense, y explorar las necesarias vías negociadas. Rusia propuso que Siria ponga todo su armamento químico bajo supervisión internacional para que sea destruido, a lo que Damasco respondió positivamente de manera inmediata.
No podemos asegurar si la propuesta funcionará o no. Podrá ser interferida por factores múltiples que van desde el interés de varios en golpear militarmente a Bashar para debilitarlo y obligarlo a negociar, cortando su contraofensiva exitosa de los últimos meses; hasta maniobras dilatorias que en la actual coyuntura no serían para nada recomendables. No obstante, como propuesta es muy atractiva en la medida en que se acerca a aquello que en la teoría de manejo y solución de conflictos se recoge como “win-win solution”, es decir una solución que beneficia a todos: Obama logra mostrar que neutralizó el armamento químico sirio con la presión militar pero sin necesidad de disparar; Rusia presenta una imagen constructiva, negociadora, y fortalece la idea de que podrá influir aún más sobre el gobierno sirio en una coyuntura futura de diálogo, compromisos y concesiones; y el régimen sirio evita el ataque estadounidense que implicaría un mayor nivel de destrucción, y un grado de incertidumbre superior en materia de seguridad nacional y regional.
De cualquier manera, ello sólo aborda uno de los temas candentes, y en el mejor de los escenarios abre una nueva posibilidad para lograr otros acuerdos, pero no significa la solución del conflicto ni el fin de la catástrofe humanitaria. Resulta imprescindible generar otras muchas variantes negociadoras que sean profundas e integrales.
 
LUIS MESA DELMONTE es Doctor por el Centro de Estudios de Asia y África (CEAA) de El Colegio de México. Asimiso, estudió lengua y cultura árabe en la Universidad Rey Saud de Riad, Arabia Saudita, y está graduado de dos cursos sobre Solución de Conflictos, Paz y Seguridad en el Department of Peace and Conflict Research, de la Universidad de Uppsala, Suecia. Uno de sus libros más recientes es El pueblo quiere que caiga el régimen. Protestas sociales y conflictos en África del norte y en el Medio Oriente (COLMEX 2012).  Actualmente es profesor del CEAA y miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 3.

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