Activistas españoles protegen a los palestinos en la franja de Gaza
Un campesino palestino mira de reojo a la valla que separa de Israel mientras trabaja sus tierras en Jusa’a, al sur de la franja de Gaza. Al otro lado, militares israelíes vigilan sus movimientos con prismáticos. El agricultor se encuentra a tan solo 100 metros de la frontera, una distancia inferior a los 300 metros que el Ejército israelí considera "zona de seguridad". Permanecer en ese perímetro -aunque sea para trabajar- puede desencadenar una lluvia de disparos. Pero hoy este gazatí se siente más confiado gracias a la presencia de un grupo de activistas internacionales. "Nuestro trabajo prioritario es dar cobertura a pescadores y campesinos de la zona, protegiéndolos como 'escudos humanos' - es decir, situándonos entre ellos y el Ejército- para evitar que les disparen", explica Manu Pineda, impulsor de las Brigadas Unadikum, una asociación que ha llevado a Gaza en el último año a unas 60 personas, la gran mayoría españoles.
Desde que se alcanzó el alto el fuego entre Hamás, que gobierna en la franja, e Israel, al menos cuatro campesinos han muerto por disparos de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) mientras cultivaban sus campos cercanos a la verja, y varios más han resultado heridos. La labor de los activistas ha impedido que aumente la cifra de víctimas. "A los palestinos que se acercan a la valla les disparan sin dudarlo, pero a nosotros nos protege el hecho de ser internacionales", comenta a través de skype Pineda, malagueño de 48 años que se encuentra en Gaza por quinta vez. "Por eso es tan importante nuestra labor, porque estar aquí supone que una familia pueda trabajar y subsistir. No es un apoyo moral o metafísico, sino un cambio tangible en sus vidas", añade.
El trabajo de estos defensores de los Derechos Humanos comienza muy temprano. Cada día, entorno a las 6 de la mañana, se dirigen hacia alguno de los lugares en los que se van a realizar labores de siembra o recolección. En un territorio hiperpoblado (1'6 millones de personas) que solo mide 40 kilómetros de largo por entre 10 y 15 kilómetros de ancho, muchos de estos sitios están cerca de la frontera. Los 'escudos humanos', ataviados con chalecos amarillos, se sitúan entre los agricultores y los militares israelíes.
La presencia de personas foráneas suele bastar para proteger a los palestinos, aunque en ocasiones las FDI tratan de atemorizar a estos voluntarios. Hace unos meses, una delegación de Izquierda Unida, encabezada por el eurodiputado Willy Meyer, se encontraba en la franja para realizar esta labor promovida por Unadikum y denunció que los militares efectuaron disparos cerca de donde se encontraban.
En otras ocasiones, los activistas acompañan a los pescadores. La Armada de Israel les impide faenar más allá de las tres millas de la costa a pesar de que, según los Acuerdos de Oslo, tienen derecho a hacerlo hasta las 20 millas. Las buenas capturas, señalan los propios marineros, se encuentran a partir de las 8 millas. Los voluntarios, una vez más con chalecos amarillos, los acompañan en sus botes y tratan de ayudarlos a superar esta línea imaginaria para asegurar su sustento.
Las labores de estos activistas están centradas en pesca y agricultura, dos actividades fundamentales para la subsistencia de la población de la franja de Gaza, sometida a un bloqueo económico y militar, con la mayoría de sus instalaciones destruidas y cercada por tierra, mar y aire. Aunque los efectos no solo se sienten en la piel de los palestinos. "Visitar esta zona, en cierta manera, me ha cambiado la vida, porque ha ampliado mi perspectiva social y me ha hecho ser menos egoísta e interesarme más por lo colectivo, por el bien común", comenta Cristian Santiago, que acudió a Gaza hace unos meses.
Santiago, de 32 años, participó como 'escudo humano' durante varias jornadas con los campesinos gazatíes, además de reunirse con organizaciones sociales y políticas de la zona, así como con víctimas del conflicto. "La visita que más me impactó fue la visita a la familia Hiyasi, que perdió a la mitad de sus miembros durante un bombardeo israelí", señala. "También me quedo con la educación y la ilusión con que me miraban los niños, con sus sonrisas", añade. Este joven nacido en Girona resume su experiencia con la sensación que tuvo al regresar a España. "Cuando volví de Gaza, eran las fiestas de Alcoy, donde vivo, pero yo ni siquiera pude salir. Después de ver tanto sufrimiento, el ambiente festivo se me hacía muy raro. Me quedé en casa, pensando".
El trabajo de estos defensores de los Derechos Humanos comienza muy temprano. Cada día, entorno a las 6 de la mañana, se dirigen hacia alguno de los lugares en los que se van a realizar labores de siembra o recolección. En un territorio hiperpoblado (1'6 millones de personas) que solo mide 40 kilómetros de largo por entre 10 y 15 kilómetros de ancho, muchos de estos sitios están cerca de la frontera. Los 'escudos humanos', ataviados con chalecos amarillos, se sitúan entre los agricultores y los militares israelíes.
La presencia de personas foráneas suele bastar para proteger a los palestinos, aunque en ocasiones las FDI tratan de atemorizar a estos voluntarios. Hace unos meses, una delegación de Izquierda Unida, encabezada por el eurodiputado Willy Meyer, se encontraba en la franja para realizar esta labor promovida por Unadikum y denunció que los militares efectuaron disparos cerca de donde se encontraban.
En otras ocasiones, los activistas acompañan a los pescadores. La Armada de Israel les impide faenar más allá de las tres millas de la costa a pesar de que, según los Acuerdos de Oslo, tienen derecho a hacerlo hasta las 20 millas. Las buenas capturas, señalan los propios marineros, se encuentran a partir de las 8 millas. Los voluntarios, una vez más con chalecos amarillos, los acompañan en sus botes y tratan de ayudarlos a superar esta línea imaginaria para asegurar su sustento.
Las labores de estos activistas están centradas en pesca y agricultura, dos actividades fundamentales para la subsistencia de la población de la franja de Gaza, sometida a un bloqueo económico y militar, con la mayoría de sus instalaciones destruidas y cercada por tierra, mar y aire. Aunque los efectos no solo se sienten en la piel de los palestinos. "Visitar esta zona, en cierta manera, me ha cambiado la vida, porque ha ampliado mi perspectiva social y me ha hecho ser menos egoísta e interesarme más por lo colectivo, por el bien común", comenta Cristian Santiago, que acudió a Gaza hace unos meses.
Santiago, de 32 años, participó como 'escudo humano' durante varias jornadas con los campesinos gazatíes, además de reunirse con organizaciones sociales y políticas de la zona, así como con víctimas del conflicto. "La visita que más me impactó fue la visita a la familia Hiyasi, que perdió a la mitad de sus miembros durante un bombardeo israelí", señala. "También me quedo con la educación y la ilusión con que me miraban los niños, con sus sonrisas", añade. Este joven nacido en Girona resume su experiencia con la sensación que tuvo al regresar a España. "Cuando volví de Gaza, eran las fiestas de Alcoy, donde vivo, pero yo ni siquiera pude salir. Después de ver tanto sufrimiento, el ambiente festivo se me hacía muy raro. Me quedé en casa, pensando".
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