Publicado por Pedro Rojo Nº28 - Diciembre 2010
Director del Boletín de Prensa Árabe (www.boletin.org)
en la revista AFKAR/IDEAS
Las viñetas de humor político son un elemento básico en las sociedades
del último medio siglo para reflejar ideales, situaciones idílicas,
criticar injusticias y ridiculizar al opresor de los más desvalidos. Los
dibujantes humorísticos suelen erigirse en la voz de los oprimidos y en
la conciencia de la nación que representan, sobre todo en casos
extremos como el del pueblo palestino. Expertos como Roger Fisher creen
que el humor gráfico es “mejor vehículo para una irreverencia
iconoclasta y una enconada sátira, que para santificar iconos
patrióticos”. También lo entienden así algunos caricaturistas palestinos
como Baha Bujari, aunque la mayoría se reconocen como dibujantes
comprometidos, asumiendo el papel de reforzar los símbolos nacionales,
la historia de su pueblo y de denunciar las constantes injusticias
sufridas a las que les somete Israel. De esta forma, crean mecanismos de
evasión y resistencia social a través de unas viñetas con pocas dosis
de humor pero repletas de amargura y dramatismo.
Analistas del humor político como Victor Raskin o Charles Press
resaltan, además de estos aspectos, la importancia de las viñetas
políticas como vínculo de unión entre la sociedad anónima y sus líderes
políticos más reconocidos. Raskin divide los objetos de la sátira
política en aquellos personalizados y los que cargan contra un colectivo
o régimen político como entidad. El dibujante premio Pulitzer Patrick
Oliphant defiende que las viñetas “necesitan de villanos”, pero a pesar
de que los palestinos tienen en abundancia, la historia del humor
político palestino comenzó afianzada en el segundo concepto de Raskin.
Se optó por el objeto colectivo, para ir evolucionando hasta nuestros
tiempos al primer concepto en el que las viñetas tienen como objeto a
“villanos” concretos. Esta evolución no ha llegado a los personajes
árabes ridiculizados, que en su mayoría siguen siendo abstractos o
colectivos, por miedo a la censura. Hace décadas, tanto Israel, como el
apoyo que recibe de Estados Unidos, eran representados como entes
colectivos. El precursor del humor gráfico palestino, Nayi al Ali,
dibujaba a Israel en forma de soldado con la cruz de David en el casco, a
los regímenes árabes como un hombre regordete y anodino, vestido a la
occidental, o a EEUU en forma de retrete o como una botella de alcohol
con las siglas USA. Sólo en casos puntuales utilizó caricaturas de
Ronald Reagan, Isaac Shamir o una del asesinado presidente egipcio Anuar
al Sadat sobre cuya lápida se puede leer: “Cayó defendiendo Camp
David”, mientras varios líderes árabes le miran pensando: “Nosotros
somos los siguientes”. Según va discurriendo el conflicto y la situación
se vuelve más compleja, los dibujantes palestinos empiezan a
diferenciar entre ejército israelí, políticos y personajes concretos
como Ariel Sharon o George W. Bush. Sin duda este último ha sido el
personaje más satirizado en los últimos años por los lápices palestinos.
La creación de personajes es un tema crucial para muchos caricaturistas.
No sólo en el lado opuesto, como blanco de sus dardos, sino para
encarnar valores y situaciones propias. El caso de las viñetas
palestinas es también peculiar en este punto, pues la presencia del niño
palestino Hándala, de Nayi al Ali, ha traspasado el ámbito del humor
gráfico para convertirse en un símbolo de la lucha del pueblo palestino.
A pesar de que su creador fue asesinado en su exilio de Londres en
julio de 1987, Hándala sigue presente en Oriente Próximo y en la
diáspora como símbolo en campañas políticas, en forma de llaveros,
pegatinas, camisetas, pero sobre todo porque hoy siguen reproduciéndose
sus viñetas, con la misma actualidad que hace varias décadas.
Nayi al Ali, precursor del humor gráfico
Nayi al Ali (Naji al Ali en transcripción inglesa), nacido en 1936 en
Galilea, se trasladó con su familia al campo de refugiados de Ain el
Helua (Líbano) en 1948, huyendo de las tropas judías. Desde su infancia
dibujaba de manera compulsiva personajes que casi siempre tenían como
sujetos a los desarraigados refugiados palestinos. En una visita al
campamento, el escritor Gassán Kanafani conoció su trabajo y decidió
llevárselo para que trabajase en la revista kuwaití Al Hurriya. Desde
entonces hasta su asesinato, su popularidad no dejó de crecer. Sus
críticas demoledoras tanto a Israel como al aparato palestino de la
Organización para la Liberación de Palestina (OLP), han dejado abierta
la incógnita sobre la identidad de sus asesinos. Su marca de identidad
es Hándala, un niño palestino pobre, descalzo y con ropa remendada, que
sólo descruza sus brazos de la espalda que da al lector en contadas
viñetas. Sólo en dos imágenes de 1987, inéditas hasta su publicación en
2008 en el libro Karikatir Nayi al Ali 1985-1987, se da la vuelta
Hándala, acabando con la leyenda que circula por la calle árabe de que
sólo se vería su cara cuando Palestina fuese libre. Al Ali fue claro en
su justificación sobre la elección de sus temas, como explica en el
libro Al Hadiya lam tasil baad que recoge algunos de sus escritos:
“Prefiero hablar de condiciones y actitudes sociales que de líderes y
jefes”. Su compromiso con la causa palestina no dejó resquicios para una
sonrisa o una viñeta cuyo humor no fuese destructivo. De hecho, su
estilo particular se basa exclusivamente en el blanco y negro “para
resaltar el sentido dramático, de forma que su contundencia descansa
sobre la masa negra, siempre muy poderosa y bien compensada con el
blanco, y no tanto en el trazo” opina el dibujante Javier Carbajo,
segundo premio en el World Press Cartoon de 2009.
Es difícil ser categórico sobre una obra que su hijo estima en cerca de
12.000 viñetas, pero en la parte pública de sus caricaturas no hay
respiro para las escenas que observa Hándala: niños fantasmagóricos con
la boca abierta de hambre rodeados de ruinas, mujeres con las piernas
heridas que intentan levantarse con unas muletas mientras llevan en el
otro brazo a Hándala, complots de líderes árabes contra los palestinos,
combatientes palestinos mutilados, división interna entre los políticos
palestinos, el mapa de la Palestina histórica mermando con el paso de
los años… Sólo las escenas de Hándala y otros niños tirando piedras a
Israel, o las figuras de los resistentes palestinos dejan entrever un
débil halo de esperanza en sus oscuros dibujos.
La determinante influencia de Nayi el Ali sobre los caricaturistas que
le sucedieron puede explicar la profusión de personajes propios creados
por dibujantes palestinos. Coetáneo a Al Ali, Baha Bujari (Baha Boukhari
en transcripción inglesa) es considerado el otro gran fundador del
humor gráfico palestino. Nacido en Jerusalén en 1944, ha publicado
ininterrumpidamente a diario desde 1964 en los principales periódicos
árabes como los palestinos Al Quds o Al Ayam donde aparecen sus dibujos
desde 1995. Bujari usa los mismos trazos redondeados de Nayi al Ali,
comunes en los años sesenta, para dar forma a sus personajes entre los
que destaca Abu al Abed. Aunque el colorido de sus viñetas y la temática
más social de las historias donde está involucrado este personaje
marcan una clara distancia con Al Ali. Abu al Abed busca una mejor
situación económica para su familia entre las trabas de la ocupación,
mientras que Al Ali dibuja siempre a su personaje masculino por
excelencia, Al Zalame (palabra en dialecto palestino para hombre o
compañero), en situaciones relacionadas con la lucha del pueblo
palestino, ya sean positivas o negativas, pero rara vez en tareas
domésticas o familiares. Bujari prefiere la personalización y las
alegorías a la hora de criticar los desmanes de la ocupación. Siempre de
una forma más sutil y menos descarnada, como muestra la viñeta en la
que Abu el Abed comenta lo que le han dicho por teléfono, mientras él y
su mujer, Um el Abed, ven cómo una escabadora derruye su casa: “Dicen
que pongamos una queja al señor ministro”. La parsimonia y la paciencia
que transmite este personaje, personificada en el pitillo que cuelga
irremediablemente de sus labios, no se altera ni en estas situaciones, y
contrasta con la desesperación y la angustia que transmiten las
imágenes de Al Ali.
Pero quizá sea Abu Mahyub (Abu Mahjoob en inglés) el personaje árabe de
humor de más éxito de los últimos años. Su creador Emad Hayach (Hajjaj
en inglés), jordano pero nacido en Ramala en 1967, es más radical que
Bujari al acotar a Abu Mahyub al ámbito social donde es objeto de todo
tipo de calamidades y situaciones cómicas, más satíricas y corrosivas
que las vivencias de Abu al Abed; en cambio nunca aparece involucrado en
la faceta política de la creación de Hayach. Esta dicotomía se puede
apreciar en los dos periódicos en los que publica actualmente: Al Quds
al Arabi, el diario internacional árabe más crítico con los líderes
árabes, la comunidad internacional o la situación del pueblo palestino.
Su director, el palestino Abdelbari Atuán, es una de las figuras más
influyentes de los medios árabes y aunque, como reconoce Hayach, también
tiene temas tabúes, existe más libertad para hacer humor político que
en el diario jordano Al Gad, donde suelen tener más cabida las
peripecias de Abu Mahyub.
Un caso peculiar es el de Omaya Yuha (Joha en inglés) quien al principio
de su carrera en 2001 creó a su personaje Abu Aid, influida por Nayi al
Ali, pero, como cuenta en una conversación telefónica desde Gaza,
enseguida se arrepintió: “Abu Aid empezó a limitarme, quería dibujar a
cualquier persona, sin estar limitada a ningún personaje”. Esa ha sido
su constante desde entonces, con unos dibujos simples y contundentes, a
la hora de mostrar las consecuencias de los bombardeos israelíes. Omaya
Yuha reconoce que las duras condiciones que viven en Gaza y el haber
perdido a sus dos maridos por culpa de la ocupación israelí ha tenido un
efecto en su trabajo pero “antes ya dibujaba el sufrimiento de la gente
(…), esta ocupación no tiene otra cara que la sangrienta, no quiere la
paz, y mi canal para combatirla son las viñetas”.
A medio camino entre Abu el Abed y Abu Mahyub se sitúa Abu Fayek, el
personaje del joven dibujante Mohamed Sabaaneh (Yenín, 1979). Presente
tanto en escenas cotidianas, donde denuncia las difíciles condiciones de
vida de los palestinos, como también exalta la fuerza de los palestinos
de a pie para salir adelante y sobrellevar su situación con ingenio y
esfuerzo. Al mismo tiempo, Abu Fayek es objeto de la violencia de la
ocupación o incluso es llevado a prisión. Sabaaneh representa el éxito
de una nueva generación de creadores que rompe con el estilo uniforme,
simple y algo naif de sus predecesores. Además de una admiración sin
tapujos por Nayi al Ali (en su página web hay una animación en la
portada de Hándala sobre la que se lee “No ha muerto”), en su trabajo se
percibe que es hijo de la era digital donde el diseño gráfico tiene
peso en su obra, así como autores internacionales como Joe Sacco o
movimientos pictóricos como el realismo soviético que usa en una viñeta
sobre el último bombardeo a Gaza donde una madre palestina y su hijo
alzan sus puños contra las bombas que caen del cielo.
Simbología, temas y censura
La simbología, importante para todo caricaturista, es llevada al extremo
en el caso de los palestinos. Al Ali marcó una profunda impronta en
este sentido que ha sido mantenida por sus compañeros. La kufiya
palestina que cubre la cabeza de los hombres está presente entre otros
en Abu Mahyub, el vestido tradicional de las campesinas que viste Fátima
(el personaje femenino de Al Ali) es también la vestimenta de Um al
Abed, la llave que simboliza el derecho al retorno de los refugiados
palestinos forma parte de la firma de Omaya Yuha, la bandera palestina,
la figura del combatiente palestino, el AK-47 como símbolo de
resistencia, el mapa de la Palestina histórica, entre otros símbolos
forman parte del proceso de abstracción de los sentimientos, señas de
identidad, ideas y principios que conforman la conciencia del pueblo
palestino y que con su aparición repetida en sus dibujos, los
caricaturistas palestinos asumen el papel de afianzarlos.
La forma de abordar los temas también es variada y ha evolucionado con
el tiempo. Emad Hayach reconoce que muchos de sus lectores dicen estar
cansados de la política, que Palestina está perdida por lo menos para
esta generación, y que mejor concentrarse en sobrevivir el día a día.
Por eso, los caricaturistas palestinos actuales alternan los campos
social y político. Más allá de utilizar a Israel y EE?UU como
“villanos”, los caricaturistas palestinos no han cejado en su empeño de
criticar tanto a los líderes árabes como a los propios palestinos. Desde
el mencionado hombre regordete de Al Ali hasta el personaje Abu Arab de
Bujari (que usa para ridiculizar a los líderes árabes), el mismo Abu
Fayed o los árabes con cara de tontorrones de Omaya Yuha, la crítica ha
sido demoledora, pero siempre en abstracto. El peso de la censura árabe
les obliga a dibujar sin poder personalizar. Esta presión llega tanto de
los gobiernos como de los medios, que también tienen unas líneas rojas
conocidas por los dibujantes, quienes, ya sea consciente o
inconscientemente, practican la autocensura. La solución para ese tipo
de viñetas suelen ser las páginas web personales de los dibujantes,
donde muchos de ellos tienen un apartado para viñetas censuradas.
La división palestina de Gaza y Cisjordania también ha tenido su efecto
en el humor gráfico. Las viñetas de Yuha que acompañaban a las de
Mohamed Saabaneh en el periódico de Ramala Al Hayat al Yadida dejaron de
publicarse al acusarla de ser afín a Hamás. En una viñeta censurada de
Baha Bujari aparece Abu el Abed mirando por unos prismáticos, mientras
su mujer ve en la televisión las noticias sobre la Conferencia
Internacional de Gaza.
La evolución de la situación internacional tras el 11-S está haciendo
aparecer otro tipo de censura más peligrosa por su anonimidad. La
tensión entre Occidente y el islam y la mal entendida y peor ejecutada
“guerra contra el terrorismo” es percibida por muchos musulmanes de a
pie como una guerra contra el islam. El cambio de presidencia en
Washington sin que la práctica política en este aspecto haya cambiado
más que en la vertiente dialéctica, no ha ayudado a relajar la
susceptibilidad religiosa del mundo árabe. Pero esta susceptibilidad no
sólo se dirige hacia Occidente, sino que también ejerce una presión
anónima, difícil de combatir, en forma de correos electrónicos o
mensajes amenazadores a las redacciones, por ejemplo de cristianos
ofendidos porque se use el símbolo de la cruz para representar el
sufrimiento, como ha ocurrido de forma reiterada desde los tiempos de
Nayi al Ali, o como cuenta Emad Hayach, la presión que ha recibido
recientemente para que cambie de nombre al compañero de Abu Mahyub,
llamado desde hace años Abu Mohamed, porque es indecoroso usar el nombre
del Profeta en una viñeta.
Si bien es cierto, como asegura Joe Szabo, que la caricatura “es quizá
el único medio que ha competido con éxito con la televisión, al menos
cuando hablamos de eficacia comunicativa y provocación intelectual de la
mente”, en el caso palestino, y en el árabe en general, podemos estar
ante la cercenación de las alas creativas de sus dibujantes si se tienen
que atener a los límites de la censura gubernamental, los tabúes
sociales y lo religiosamente correcto.
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