Iñigo Sáenz de Ugarte fue miembro del equipo fundador del periódico Público, donde fue redactor jefe de Internacional y corresponsal en Londres. Previamente trabajó en los informativos de Tele 5 durante nueve años. Escribe desde 2003 un blog, Guerra Eterna, especializado en temas internacionales y más concretamente en asuntos relacionados con Oriente Medio. Actualmente es subdirector de El Diario.
A causa del «apagón informativo» que estamos sufriendo en la guerra de Siria (no quedan, después de tres años de conflicto, periodistas independientes dentro del país) nos pusimos en contacto con Iñigo para intentar esclarecer, dentro de lo posible, lo que está ocurriendo allí. Inevitablemente terminamos hablando también del resto de asuntos de la zona. En aquella parte del mundo es imposible entender algo si no se tienen en cuenta las múltiples tramas políticas, económicas y religiosas que se cruzan y afectan a todos los países. Quieran o no.
Esta entrevista se celebró el día 25 de enero de 2014. En esa jornada se conmemoró el tercer aniversario del comienzo de la llamada «Revolución del 25 de enero» (primavera árabe) en Egipto y se mantuvo la segunda jornada de las conversaciones de paz en Ginebra entre los opositores y el gobierno sirio para intentar llegar a un acuerdo que termine con el conflicto armado en dicho país que después de casi tres años ha costado más de ciento treinta mil muertes y millones de refugiados.
«There can be no war without Egypt and no peace without Syria» («No puede haber guerra sin Egipto ni paz sin Siria»). En muchos análisis y artículos recientes sobre la guerra de Siria se repite esta frase que Henry Kissinger pronunció poco después de la firma de los acuerdos de paz de Camp David, hace treinta y cinco años, en septiembre de 1978. ¿Qué le dice esta afirmación?
Esa frase tenía bastante sentido en su momento. En aquella época era hasta una obviedad. Egipto era entonces el único país con un ejército de dimensiones suficientes como para suponer una amenaza potencial para el estado de Israel, como se vio en la guerra de 1973. Era también relevante la superioridad demográfica del estado egipcio. Lo que ocurre es que en el siglo XX la guerra ya no solo es una cuestión de acumular soldados, sino que hay cuestiones tecnológicas y estratégicas que no se pueden obviar. En ese sentido la superioridad del ejército israelí sobre el egipcio fue clara en varios conflictos, básicamente en el de 1967 y en el de 1973. Porque la guerra de 1956 fue diferente. Y por otro lado Siria, como el país que apoyaba a los grupos más de izquierda de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) y el Frente Democrático (FDLP), siempre tuvo una especie de poder de veto —por influencia sobre estos grupos— a la hora de pensar en negociaciones de paz. Eso significaba la frase. Y, como decía, en su día explicaba bien la situación. Con el tratado de paz entre Egipto e Israel (1978), en teoría, se eliminaba la posibilidad de una guerra entre árabes y judíos en la medida que el principal baluarte ofensivo de los primeros quedaba neutralizado por dicho tratado. La realidad, como sabemos, es que desde Camp David ha habido varias guerras en Oriente Medio. Por ejemplo, muy pocos años después se produjo una cuando Israel invadió Líbano. Kissinger, cuando pronunció la frase, no imaginaba que Israel pudiera llegar a ser una amenaza para la paz en Oriente Medio. Pero este es un ejemplo y se podrían dar otros.
Ni podía Kissinger imaginar entonces un Irán como el de ahora.
Sí, claro. Entonces, en 1978, Irán era aliado de EE. UU. De todos modos, si te refieres a que Irán puede ser una amenaza para sus vecinos, hay que decir que Irán no ha invadido ningún país vecino. Pero también es cierto que su política exterior, inevitablemente expansionista porque es un país muy grande y con muchos intereses y mucha historia detrás, lo ha llevado a influir decisivamente y a intervenir de una manera u otra en conflictos que han tenido lugar en la zona, en Líbano o ahora en Siria. Kissinger no era capaz de concebir que Irán pasaría al bando de los rivales de EE. UU., ni que un gobierno como el de Saddam Hussein en Irak se iba a convertir en el actor más peligroso en la década siguiente. Primero con la invasión de Irán y aquella guerra tan destructiva y luego con la invasión de Kuwait, que derivó en la primera guerra del golfo. Esa frase de Kissinger era estupenda en su momento porque en pocas palabras conseguía resumir una realidad compleja. Pero repetirla ahora constantemente ya no tiene sentido porque han cambiado mucho las circunstancias. Ya en los años ochenta había perdido bastante su significado.
Hablemos del apagón informativo en la guerra de Siria. Parece ser que a día de hoy no quedan reporteros sobre el terreno para contar la guerra. El Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) de Nueva York informa de, al menos, treinta reporteros secuestrados (entre ellos los españoles Javier Espinosa, Ricardo García Vilanova y Marc Marginedas) o desaparecidos y de cincuenta y dos muertos desde el comienzo de la guerra en 2011. Reporteros sin Fronteras (RsF), incluyendo a los periodista de dentro, los llamados periodistas ciudadanos, aumenta a sesenta los detenidos o secuestrados y eleva a ciento diez el número de muertos. El día 13 de enero se celebró una reunión de reporteros en el colegio de periodistas de Cataluña. Se habló del «apagón informativo»; se dijo que «lo estamos haciendo muy mal desde aquí» y se pidió «que nos dejen volver a Siria». Me vino entonces a la mente la historia de Miguel Gil, aquel reportero que mataron en Freetown, en Sierra Leona, en 2000. Me acordé de que durante la guerra de Chechenia, Miguel Gil se introdujo en la zona en conflicto atravesando las montañas en solitario y jugándose la vida. Como ciudadano de a pie que quiere estar bien informado me pregunto por qué hoy es imposible encontrar una manera, un medio, que me ofrezca noticias fiables sobre lo que ocurre dentro de Siria.
En primer lugar: no puede haber cobertura informativa de un conflicto o de una guerra sin periodistas sobre el terreno. Todo lo demás es el plan B. Y el plan B es imperfecto por naturaleza. Se puede recurrir a personal local —algo que los medios pueden hacer con cierta facilidad porque hay allí mucha gente que habla inglés—. No hay tantos sirios que también lo escriban, pero pueden enviar la información y luego ser rehecha en la redacción. Se pueden utilizar agencias, que siempre van a tener colaboradores en casi cualquier país del mundo; también es posible recurrir a la información que ves en las redes sociales, con toda la materia prima que llega allí en forma de imágenes, vídeos, etc… El nivel de riesgo que hay para los periodistas en Siria casi desde el primer momento es elevadísimo. Hay que tener eso presente. Mucho más que en la guerra de Irak en cualquiera de sus variantes. Todo periodista que cubre un conflicto armado debe saber que asume un riesgo, pero en la guerra de Siria debe ser consciente de que directamente puede morir. Es un escalón más y resulta más difícil de aceptar. Y luego está el papel de los medios de comunicación como organizaciones. Cubrir una guerra es caro para un medio. La empresa debe asumir una serie de responsabilidades. Tanto desde el punto de vista jurídico como desde el profesional. No se puede mandar a alguien sin darle una mínima cobertura: deben hacerle un seguro, en especial si está casado y tiene hijos. Es el mínimo quid pro quo para que esa persona arriesgue su vida por hacer su trabajo. Y es necesaria una mínima protección que, en el caso de zonas de combate, debe incluir un chaleco antibalas determinado y un casco. Y dinero. Dinero en efectivo porque no hay cajeros automáticos en una guerra. O si estás en un país sobre el que han recaído sanciones internacionales, los bancos no operan con lo que no puedes recibir transferencias desde Madrid. Todo esto supone un gasto. Gasto que años atrás sí se asumía. Por ejemplo en la guerra de Irak: el número de periodistas españoles que allí estaban antes de la invasión norteamericana era muy alto. Además los iraquíes obligaban a pagar una especie de tasa por estar en el país. Y las conexiones en directo de las televisiones costaban mucho dinero. Pues ahora los medios no están por la labor. Sobre todo en España. Pero en otros países también se nota. Luego, además, hay que hablar de la responsabilidad —que también existe— que se asume por contratar el trabajo de colaboradores, de freelances. Hay varios medios británicos que decidieron que no iban a contratar más freelances que estuvieran en Siria, en zonas de combate. Porque lo consideraban demasiado peligroso. Tenían claro que pagar ochenta o cien euros, u otra cantidad parecida, por crónica no es una compensación económica a la altura del trabajo de quien se está jugando la vida. Además, muchos de esos candidatos, periodistas jóvenes que, como el caso que apuntabas de Miguel Gil, están llenos de pasión por el oficio, puede que no tengan la experiencia necesaria. Es muy fácil por parte del medio lavarse las manos y pensar que es él el que quiere ir; decirle: estas son las condiciones, solo te puedo pagar esta pequeña cantidad por crónica y allí te mando con una palmada en la espalda. Ese periodista se marcha sin que haya ningún vínculo, con lo que el medio de comunicación no asume responsabilidad jurídica ni económica. Si muere, no le van a pagar ninguna compensación porque no hay ni un seguro. Hacer así las cosas es cuestionable desde el punto de vista profesional y ético. Todo esto va reduciendo las opciones que tiene un medio para cubrir una guerra como esta.
Pero, de ese modo, al no haber una buena cobertura periodística, se genera una situación que favorece a los que utilizan métodos poco éticos para ganar la guerra o directamente atentan contra los derechos humanos. Por ejemplo, cuando se publica el reciente informe que acusa al régimen de el Asad de torturar y asesinar a más de once mil opositores. Va a ser fácil para el gobierno sirio argumentar que se ha falseado la realidad o que el hecho de que Qatar —el gobierno que ha pagado el informe— sea parte interesada en el conflicto le quita independencia y veracidad. Al no haber periodismo fiable que permita contrastar esas informaciones se está dificultando que la verdad prevalezca.
Soy muy escéptico sobre eso llamado la verdad de la guerra de Siria. ¿Se pueden poner en un folio los diez puntos fundamentales que hay que saber sobre la realidad en Siria y con eso ya lo sabemos todo? No, la realidad es mucho más confusa que eso. No es que haya veinte verdades diferentes, pero sí hay veinte versiones diferentes de la verdad sobre la guerra de Siria. Yo creo que más que hablar de la verdad, que es un concepto al que, si existe, los periodistas raramente llegan, hay que hablar de los hechos. Prefiero hablar de ese concepto, que es más fácilmente identificable y que permite al periodista saber hasta qué punto está haciendo bien o mal su trabajo. Es decir, la pregunta que uno debe hacerse es: ¿estamos contando lo que está pasando en Siria, los hechos? Tenemos que saber diferenciar entre lo que es la versión de un bando y la del otro. Y conocer cuáles son los hechos que ninguno de los dos bandos puede negar si son, digamos, sinceros. Y esa es la línea por la que debemos ir. Hablemos de ese informe realizado por juristas con experiencia en tribunales internacionales. La violación masiva de los derechos humanos por parte del gobierno sirio es un hecho que está demostrado. Pero eso no quiere decir que todas y cada una de las denuncias contra el gobierno sirio sean verdaderas. Lo único que puedes hacer en estos casos, cuando aparece un informe así, es cuestionarlo. Analizar qué partes son sólidas —porque seguro que cuenta cosas que son ciertas— y qué parte son objetables. En el caso concreto de este informe, el hecho de que haya sido financiado por un gobierno que es parte interesada en el conflicto (Qatar), pues lo siento mucho, pero aunque muchas de las cosas que dice sean verdad, no puede ser aceptado automáticamente como una relación indudable e incuestionable de hechos.
Siguiendo con el informe sobre los supuestos atentados contra los derechos humanos por parte del gobierno sirio, ¿no deberían las Naciones Unidas actuar de oficio ante esas pruebas —cuestionables o no— y ponerse a investigar como hicieron con las armas químicas?
En el tema de investigaciones de violaciones de derechos humanos, como en el caso del uso de armas químicas por parte de los contendientes, especialmente por parte del gobierno sirio, es un poco como lo de la cobertura periodística de la que hablábamos antes. No puedes investigar nada si no lo haces sobre el terreno. Las posibilidades de investigación en tiempo real de crímenes de guerra, durante la guerra y en el escenario de esa guerra, son muy reducidas, imposibles en algunos casos. ¿Por qué el bando que supuestamente ha cometido ese crimen de guerra va permitir que se le investigue y se encuentren pruebas que en el futuro puedan llevarse ante un tribunal para así condenar a los responsables? En el mundo real eso no ocurre. La expresión clave hoy en día es «en tiempo real». Recibimos una gran cantidad de información en tiempo real. Incluso en el caso de la guerra de Siria, donde la cobertura es claramente imperfecta. Y como ciudadanos exigimos que en tiempo real se reaccione. Y eso no es posible si no hay una acción directa e inmediata de los gobiernos occidentales que, ya tenemos experiencias no muy lejanas, puede generar consecuencias tan malas como el conflicto que estaban intentando reducir o eliminar. Eso genera una frustración obvia. Pero es una frustración provocada por la realidad. No pensemos que solo por indignarnos por la existencia de una guerra los gobiernos de nuestros países van a disponer de los recursos necesarios para poner fin a esa guerra. Lo que no quiere decir que haya que resignarse. Mucha gente se pregunta ante ciertos conflictos: ¿por qué no hace nada la ONU? Bueno, la ONU hace cosas todos los días. Pero a este nivel, como estamos viendo en las conversaciones que hoy se mantienen el Suiza, lo que se hacen son discursos políticos que a corto y medio plazo tienen un resultado ínfimo. Si de las conversaciones de Suiza (Ginebra II) saliera al menos un intercambio de prisioneros que generase en los dos contendientes la idea de que no tienen por qué matar a todos los enemigos sino que estos, una vez capturados, se pueden convertir en una baza negociadora en el futuro, eso ya sería un gran paso adelante.
Se repite que en esta guerra hay de fondo un enfrentamiento entre chiís y sunníes, pero a mí me gustaría hablar de las supuestas razones económicas de la guerra. Además del interés de Qatar, se argumenta en algunos medios que Israel también tiene la necesidad de sacar el gas que en 2010 descubrió en sus costas por medio de un «pipeline» con un trazado determinado. En este artículo aparecido recientemente en Bloomberg, Mathew Bryza, que fue embajador norteamericano en Azerbaiyán y ahora es consejero de Turcas Energy Group AS, describe el interés que existe en que Recep Tayyip Erdogan, primer ministro turco, suavice su hostilidad hacia Israel. Es fácil encontrar artículos en la red que explican los intereses económicos que se cruzan en Oriente Medio. Aunque no están en el mismo bando, ¿podría estar ocurriendo que actores políticos como Erdogan y el Asad ya no sean del agrado de esas multinacionales de la energía que cada día tiene más poder en la zona? No olvidemos los problemas que en estos momentos está teniendo en su país el dirigente turco.
Las circunstancias económicas realmente existen, pero reducir la explicación de la mayor parte de las guerras a motivos de este tipo da lugar a conclusiones absurdas, a veces. Como es el caso del gas de Qatar. Partamos de una base: Qatar ya es de por sí un país muy rico sin tener la posibilidad de hacer pasar su gas a través de Siria, conectarlo con Turquía y hacerlo llegar al Mediterráneo. A Qatar esa posibilidad le interesa y trabajará política y económicamente para conseguir hacerla realidad. Pero eso no quiere decir que la guerra se haya montado para que Qatar pueda transportar su gas. Como se ha visto en el caso del Líbano durante muchos años hay factores y actores externos que influyen en los conflictos armados que periódicamente tienen lugar en aquel país. Lo cierto es que en Siria los dos bandos se están pegando por razones políticas que tienen que ver con la situación interna de Siria. Es una guerra civil de sirios contra sirios. Y lo que están disputando no es quién traslada el gas a través de su territorio, sino quién manda en Damasco. Pelean para tener el control de su propio futuro. Y ahí interviene principalmente factores religiosos.
Pero es indudable que sin el apoyo de los países aliados de cada una de las partes en conflicto la contienda habría terminado ya hace tiempo.
Suele ser un recurso fácil de los bandos de un conflicto interno —una guerra civil— echar la culpa de todo a los extranjeros. Y un buen ejemplo es lo que ocurre en el Líbano. En ese país todos han metido la cuchara: Israel, Siria, EE. UU., Irán, Rusia (y la antigua URSS). No había país de Oriente Medio o con intereses en la zona que no tuviera alguna implicación en Líbano. Pero no debemos olvidar que la razón del conflicto en Líbano, desde los años setenta, es la misma de siempre: que no hay en esa sociedad un consenso básico sobre cómo gobernarse. Las instituciones políticas son antiguas y reaccionarias en la medida en que asignan a cada grupo étnico o religioso un rol determinado dentro del Estado. No hay elecciones realmente democráticas y el presidente tiene que ser siempre un cristiano maronita; el primer ministro debe ser un musulmán suní y el presidente del parlamento tiene que ser un musulmán chií. Todo esto se hizo según un reparto demográfico que procedía de la presencia colonial francesa que reservó a los maronitas —por similitud cultural— la gestión de los principales asuntos del país y eso es algo que se ha quedado congelado en el tiempo. Y pasan las décadas y ese reparto no responde a la realidad y los grupos políticos o religiosos que se ven postergados terminan reaccionado violentamente. Luego a eso se suman todos los factores externos, pero no olvidemos que la razón principal del conflicto en Líbano es interna. Vuelvo a lo que decía antes usted. ¿Si no hubiera tanta implicación exterior, hubiera acabado ya la guerra en Siria? Bueno, es posible, no puedo decir que no. Pero repito: la razón por la que se están matando tiene que ver con la situación interna de Siria, no con los intereses de otros países. Y como me decía Max Hastings, el historiador británico, hace dos semanas, hablando de la Primera Guerra Mundial, la mejor forma de acabar con una guerra es que uno de los dos bandos sea mucho más débil que el otro. Es decir, a través de la victoria de un bando sobre el otro. Si están empatados, eso es una garantía de que la guerra se va a prolongar. Sin apoyo exterior en Siria es posible que el ejército sirio hubiera aplastado a los rebeldes hace tiempo. Pero seguro que hay mucha gente que cree que esa no es la mejor solución. No parece justo que una dictadura, con el ejército regular a su servicio y pocos escrúpulos a la hora de matar o de torturar, gane todos los conflictos internos.
Hay otro ejemplo, el de la Guerra Civil Española. Hubo apoyo desde fuera, cierto. Italia y Alemania apoyando al bando nacional y las brigadas internacionales a los republicanos. Es posible que esa ayuda de otros países alargara la guerra, pero es indudable que los españoles se estaban peleando por razones internas, que tenían que ver con España.
Recientemente ha aparecido un nuevo grupo armado en el conflicto sirio. Me refiero a ISIS (Estado islámico de Irak y del levante). No está claro de qué lado está este grupo. Se dice que pertenecían a Al Qaeda y que los expulsaron. Ataca a los rebeldes pero también parece querer derrocar a al-Asad. Es un grupo que actúa en Siria pero también lo hace en Irak. De hecho se acaban de hacer dueños de la ciudad de Faluya. ¿Me puede explicar quién compone este grupo y qué intereses lo mueve?
Este grupo procede de la guerra de Irak. Si nos situamos en la frontera de Irak con Siria, podemos ver que esa zona geográfica he estado en los últimos años condicionada por los conflictos en estos dos países. Los miembros de ese grupo son personas para los que ser iraquí o sirio es importante, desde luego, pero no es el factor que los define en relación al conflicto. Lo que es más importante para ellos es su ideología yihadista. Ellos creen que es posible, por la vía de las armas, llegar a proclamar una república islámica, un califato. Un régimen basado en un respeto estricto de la sharia (ley coránica). No es que el grupo se haya hecho solo sirio, ni que antes fuera solo iraquí. Es un grupo con esa ideología que ha funcionado, a causa de la invasión americana de Irak, a los dos lados de la frontera. Estaba, hasta hace unos meses, operando fundamentalmente en Siria, pero de golpe nos ha sorprendido, gracias a la incompetencia del gobierno de Bagdad, con una operación en Faluya, en la provincia de Ambar. Una operación militar que en principio parecía fuera de sus posibilidades. A la hora de interpretar quiénes son y por qué tienen tanto poder yo me alejaría de visiones conspiratorias, de considerarlos una especie de marioneta de otros países. Evidentemente, como se ha constatado en el pasado, los gobiernos de Arabia Saudí y Qatar han financiado grupos rebeldes que están muy cerca de su visión del mundo, una visión islamista entendida en términos generales. Los han respaldado a pesar de que los parientes ideológicos de esos grupos han llegado a intentar derrocar a la familia real saudí en su propio feudo. Los utilizan como una forma de conseguir sus objetivos de política exterior en otros países. Pero, volviendo a lo de antes, no pensemos que estos grupos están compuestos por mercenarios que han sido trasladados allí, a la frontera entre siria e Irak, por Arabia Saudí o Qatar. No, estos grupos responden a la realidad política de Irak o de Siria. Estos grupos consideran que el gobierno de al-Asad es un gobierno ateo que no respeta los principios básicos del Islam, y por lo tanto están decididos a luchar contra el ejército sirio a muerte, hasta el final.
Pero también se enfrentan con los rebeldes opositores a al-Asad. Parece que ese grupo lucha contra todos. ¿No le parece que la implicación de grupos como ISIS en el conflicto termina beneficiando al presidente sirio porque para la opinión pública en general, para una persona que solo lea los titulares o solo vea el telediario, se crea de este modo la impresión de que los rebeldes son todos como Al Qaeda o empiezan a parecerse?
El problema es que no conocemos con claridad quién forma parte de la oposición siria. Las cifras y datos que se aportan no son más que el producto de la especulación. Un ejemplo son las cifras que ha dado el ejército norteamericano. La oposición siria es una miríada de grupos cuyo número de integrantes depende de circunstancias sobre el terreno que van cambiando a lo largo de los meses. No pensemos que se trata de partidos políticos con su milicia, como ocurría por ejemplo en el conflicto de Líbano. Son grupos que tienen una ideología islamista en términos generales —son conservadores o ultraconservadores—, pero que tienen un número de milicianos, y por lo tanto un poder sobre el terreno, que depende en buena parte de los medios económicos de los que disponen. Imagine que usted es un sirio joven, de veintitantos años, que está en Alepo combatiendo contra el gobierno y que además de pelear tiene que comer todos los días. Y que si es de Alepo puede que tenga una familia a la que alimentar. Además tiene que hacer la guerra con armas. No la puede hacer solo con una pistola que ha robado por ahí. Es decir, los grupos que tienen más dinero para pagar a sus milicianos y para pagar la logística necesaria son los que van a tener más posibilidades de prevalecer. Y lo que ocurrió en el último año es que los grupos más ultraconservadores o más yihadistas —y no me refiero solo a ISIS— que han recibido el apoyo de Arabia Saudí o de Qatar son los que han mantenido sobre el terreno mayores ventajas militares y políticas. Ventajas políticas en el sentido de que han conseguido postergar a los grupos aparentemente más moderados de la oposición siria. Moderados, digo, en un sentido relativo. No pensemos que entre ellos hay una gran cantidad de personas de ideas izquierdista o liberales.
Pero, ¿quién paga ese dinero para cubrir esos gastos? Cuesta imaginar a EE. UU. o a Arabia Saudí desembolsando dinero a grupos yihadistas.
Lo que se sabe es que Arabia Saudí y Qatar son los que más dinero han metido en este conflicto. Hay una gran paradoja en esto. El gobierno saudí financia con dinero a grupos que está reprimiendo en su propio país. Pero el gobierno saudí, como otros gobiernos, aspira a que todo el poder destructor de esos grupos se vuelque sobre el ejército y el gobierno de al-Asad, no sobre ellos. De la misma forma que el gobierno norteamericano, cuando financiaba a los grupos de la resistencia afgana a finales de los setenta y comienzo de los ochenta en la guerra para expulsar a los soviéticos de Afganistán, aspiraba a que la furia de los entonces «luchadores de la libertad» solo sirviera para debilitar al gobierno prosoviético y, como decían los de la CIA, para matar al mayor número de soldados rusos posible. Porque era el único sitio del planeta donde los norteamericanos podían matar rusos (aunque de forma indirecta) sin provocar una guerra mundial. Y no pensaban que esos grupos, en el futuro, ganarían poder y se convertirían en una amenaza estratégica.
Hay discrepancias entre Arabia Saudí y los EE. UU. (aliados desde hace mucho) sobre Siria. Los primeros apoyan al Ejército libre de Siria y no ven bien que Obama, después de movilizar la flota, renunciara este verano a actuar militarmente contra al-Asad. Arabia Saudí también ve con malos ojos el acercamiento de Washington con el nuevo presidente de Irán, el moderado Hasan Rohani. John Kerry estuvo en noviembre en Riad y de gira por la zona para apaciguar la situación y desmentir las malas relaciones con Arabia Saudí. ¿Hasta qué punto estas discrepancias son graves y reales? Arabia Saudí ha llegado a renunciar a su sitio en el consejo de seguridad de la ONU como protesta.
El principal punto de fricción entre Arabia Saudí y los EE. UU. ahora mismo está en Irán. Tiene que ver con el programa nuclear iraní. Los saudíes querían que los americanos hicieran lo posible para eliminar de una vez y para siempre ese programa nuclear. Lo de Siria no es tan grave. Los americanos y los saudíes están en el mismo bando en esta guerra. Esta situación tan estrambótica —no hay mejor palabra para definirla— y absurda de que un país que por primera vez es elegido miembro del comité de seguridad de la ONU, lo que le permite desarrollar políticas para defender sus intereses, de repente, como si de un niño malcriado se tratara, reaccione diciendo que no quiere estar en esa mesa y se marcha a su cuarto, llama mucho la atención. Pero forma parte de los juegos de presiones que de forma no aparente a ojos del resto de los mortales también definen las relaciones entre los dos países que siguen siendo aliados. Es una de las cosas más relevantes que han ocurrido en 2013: el enfriamiento de las relaciones entre Arabia Saudí y los EE. UU. Aunque en Oriente Medio siempre se relaciona a los EE. UU. con Israel, no se puede olvidar que su relación con la monarquía saudí es también estratégica. Además, esta relación es más antigua que la que hay con los judíos. Data de los años cuarenta.
Las bases de los drones están en Arabia Saudí ¿no?
Bueno, hay bases de drones en todos los países de la zona en los que EE. UU. puede operar. Y también en barcos de la flota americana.
Llama la atención el doble papel que ante la opinión pública tiene en estos momentos Irán. Por un lado son «buenos» porque ya no enriquecen uranio por encima del cinco por ciento, y por otro son «malos» porque apoyan al gobierno de al-Asad poniendo además a su servicio a las milicias armadas libanesas de Hizbulah.
Esto de los países buenos y los países malos solo sirve para definir a un país en relación con Occidente. Pero todo es bastante ridículo en la medida de que cualquier país tiene derecho a defender sus intereses estratégicos. En el caso de Irán, con vistas a la defensa de la población chii del Líbano. Aunque ideológicamente su gobierno y el de Siria sean totalmente opuestos, saben que deben llevarse bien con Damasco. Y eso es fundamental para ellos. No podemos decir que sean los malos por el hecho de apoyar a Siria. Si se quiere analizar correctamente la posición de Irán, hay que hacerlo también desde los ojos de los intereses iraníes. Eso es analizar un conflicto armado con frialdad, no como si fuera un partido de fútbol.
Ni a occidente ni a ningún país del mundo le interesa que Irán tenga armas nucleares. Pero occidente no tiene ningún derecho político ni moral para imponer a Irán una determinada política energética. Irán tiene derecho —como cualquier país— a tener un programa nuclear civil. El hecho de que sea un gran exportador de petróleo no quiere decir nada a estos efectos. De hecho, lo más inteligente que puede hacer es desarrollar otras fuentes de energía, que no lo apueste todo a la baza del crudo. Pero desde luego Irán no tiene el derecho a fabricar armas nucleares, porque ese derecho no existe. Hay varios países en el mundo que tienen armas nucleares. Es así porque viene del pasado, pero no es algo que debiéramos aceptar.
La conferencia de paz Ginebra II se celebra en estos días. La oposición al régimen sirio, muy dividida, ha dudado mucho en acudir. Rusia dice que una conferencia sin Irán no tiene sentido. Ban Ki-moon, el secretario general de Naciones Unidas, invita a Irán y luego, por presiones de EE. UU. y de la Coalición Nacional Siria (oposición), retira la invitación. El gobierno del presidente al-Asad dice que en la conferencia se debe discutir sobre terrorismo (y considera terroristas a todos los que no son el ejército sirio), pero no parece muy dispuesto a negociar una transición. ¿Tiene alguna posibilidad de éxito esta conferencia de paz?
Esta conferencia llega muy tarde. A diferencia del conflicto de los Balcanes, en esta guerra no ha habido una presión occidental a favor de una conferencia internacional que aunque no pusiera fin al conflicto de forma inmediata pudiera servir para abrir una vía diplomática que en el futuro pudiera ser rentable políticamente para llegar a acuerdos que desembocaran en ese fin del conflicto. Esa presión, como digo, no se ha producido. Y no ha sido así porque hace dos años todos pensaban que al-Asad iba a ser derrocado. Y no había ningún interés en abrir esa vía diplomática alternativa que sirviera para mantener un mínimo contacto entre ambos bandos. Hay que decir además que la implicación militar y diplomática de los EE. UU. ha sido hasta ahora muy escasa. Los gobiernos occidentales pensaron que al-Asad caería como lo hicieron Mubarak o Gadaffi y se lavaron las manos. Por eso ahora no es realista pretender que una conferencia como esta vaya a traer el fin del conflicto en cuestión de día o de meses.
¿Podría entonces esta conferencia de paz ser un instrumento de las potencias que apoyan a los dos bandos para salvar la cara, para hacer ver a la opinión pública que se ha intentado la vía de la paz?
Bueno, organizar esta reunión es siempre mejor que no hacer nada. Podría salir un acuerdo para intercambiar presos. Hay que confiar en que se llegue al menos a reducir los aspectos más dramáticos de la guerra. Que, por ejemplo, en Alepo haya una pequeña tregua que sirva para reconstruir la infraestructura sanitaria y civil de la ciudad, para que la gente que allí está pueda ser alimentada después de la pavorosa situación en que han vivido durante el último año. Pero es muy difícil porque no habrá acuerdos políticos si no hay incentivos para las partes en conflicto. El gobierno de al-Asad está ahora mismo en una situación mucho mejor que hace dos años ¿Qué motivación tiene para ayudar a la otra parte? Ninguno. De entre todos los grupos opositores, ¿qué incentivos pueden encontrar sus miembros para adoptar una actitud más proclive a llegar a acuerdos con el gobierno sirio? Ninguna porque sobre el terreno, después de más de dos años de derramamiento de sangre, aquel que se muestre como moderado tiene pocas posibilidades de llegar a sobrevivir al día siguiente. Siempre habrá otro grupo más radical que lo considere un traidor o incluso un espía del régimen. Se trata de la dinámica típica de una guerra civil, y la de Siria no es ninguna excepción. Es una dinámica tremendamente destructiva. Lleva desgraciadamente a que el único fin viable sea la aniquilación del otro bando.
Se dice que la conferencia Ginebra II puede desembocar en un nuevo tratado Sykes-Picot [acuerdo secreto por el cual los ingleses y los franceses se repartieron la zona en 1916, cuando ya se veía venir el fin del imperio otomano N.de R.]. Ahora las potencias serían otras. Se habla de repartir la actual Siria en tres naciones: los alauís, los sunníes y los kurdos. David Owen, que fue ministro de asuntos exteriores británico, en un artículo reciente en EL PAÍS propone un reparto del territorio como solución al conflicto. Owen al menos propone una solución.
Yo siempre desconfío de los políticos occidentales que, con buena intención o guiados por intereses ocultos, intentan cambiar las fronteras de países que han existido durante décadas. Esto también se debatió durante la guerra de Irak. Algunos congresistas americanos pensaron en partir el país: el Irak suni, el Irak chií y el Irak de los kurdos. Hubo numerosos artículos en prensa que recordaban el origen histórico del estado de Irak —que fue la suma de tres provincias del imperio otomano— al tiempo que argumentaban que en realidad la guerra lo que había revelado era lo absurdo o lo irreal de la formación de aquel estado. Ya sé que ante guerras que se prolongan en el tiempo y que terminan generando mucho sufrimiento hay personas que se sienten obligadas a poner cualquier idea encima de la mesa, pero me parece de una irresponsabilidad y de un delirio máximo. Esa gente (los sirios) ha vivido durante décadas en un país, ha creado vínculos y lazos de todo tipo: políticos, económicos, culturales, y desde el extranjero —desde Washington, Londres o París— van unos señores, cogen su mapa y lo hacen pedazos para que se acomode a sus intereses o para que se den unas consecuencias determinadas al final de una guerra. Es ridículo.
En la antigua Yugoslavia fue la única solución y parece, pasados los años, que ha terminado funcionando.
Pero en Yugoslavia no hubo una partición impuesta desde el exterior. El origen del conflicto fue allí la política expansionista de Milósevic y del partido socialista serbio que quería recuperar la hegemonía sobre la mayor parte de los Balcanes. Y los demás pueblos que en su día formaron la extinta Yugoslavia se negaron a permitirlo.
Pero si consideramos que dentro de Siria los sunníes son el noventa por ciento de la población y los alauís —grupo al que pertenece la familia al-Asad y que gobierna el país— no llegan al diez por ciento, podría ser que esos grupos sunníes sí aceptaran quedarse con una parte y librarse del dictador.
Ellos aspiran a librarse del dictador quedándose con el cien por cien del territorio, como ocurre en todas las guerras civiles.
Se habla de millones de refugiados. En un artículo de Ignacio Alvarez-Ossorio (profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante y autor de Siria contemporánea, Editorial Síntesis, 2009) recientemente publicado en El País, se dice: «la UE se ha comprometido a aceptar a otros 12.350 refugiados, una cantidad claramente insuficiente. El país más generoso han sido Alemania (10.000 refugiados) y los más cicateros Francia y España (500 y 100, respectivamente). Reino Unido, al igual que otros 17 miembros, ni tan siquiera ha ofrecido una sola plaza». Ante esta situación, Amnistía Internacional ha denunciado que «la UE ha hecho una lamentable dejación de su parte de responsabilidad a la hora de proporcionar un lugar seguro a unas personas que lo han perdido todo excepto la vida. Todos los dirigentes europeos sin excepción deben avergonzarse». Estas últimas palabras son de Salil Shetty, secretario general de Amnistía Internacional. Este es el documento, del pasado 13 de diciembre, de Amnistía Internacional: «Un fracaso internacional: La crisis de los refugiados sirios» ¿Qué le parece?
[Esta entrevista se realizó el día 25 de enero de 2014. En ese momento Inglaterra no aceptaba ningún refugiado de la guerra en Siria. El día 29 de enero se publicó que el gobierno de Londres cambiaba de opinión y estaba, bajo algunas condiciones, dispuesto a hacerlo, N de R.]
Es un escándalo. Y revela cómo son nuestros gobernantes. Por un lado denuncian la horrible matanza que está teniendo lugar en Siria y acusan a alguno de los bandos de ser culpables. Pero ellos, y los países a los que representan, no asumen ninguna responsabilidad. Pero esto ocurre en todas las guerras. Esto es típico de los países occidentales. Excepto quizá los países escandinavos, nadie está dispuesto a albergar temporal o definitivamente a los refugiados. Es lo que pasó con Afganistán, donde todos los refugiados —y hablamos también de millones de personas— fueron absorbidos por Irán y Pakistán. Este escándalo sobre los refugiados del que hablamos, además, es una medida que adoptan los gobiernos pero que desgraciadamente —salvo en organismos muy cercanos al asunto— no genera grandes protestas de los ciudadanos.
Es cierto. Quizá he reparado en la noticia porque estaba preparando esta entrevista. De otro modo podría haber ocurrido que solo hubiera leído el titular y no hubiera profundizado en el asunto. Que España no acepte más que cien refugiados llama la atención, pero que Francia —con los lazos históricos que la unen a Siria— solo admita quinientos es bastante relevante.
Hay que recordar que Francia, cuando se dividió la zona, obligó a Reino Unido a respetar los acuerdos pactados en secreto. E impidió que se formara un país como Siria, pero gobernado por los propios sirios. París obligó a que hubiera un mandato francés que, entre otras cosas, suponía el mantenimiento de Líbano como país independiente. Forzó que en aquel momento de confusión, que fue el desmantelamiento del imperio otomano, Líbano no se convirtiera en una provincia de Siria. La relación de Francia con el gobierno de Hafez al-Asad, padre del actual presidente del país, ha sido permanente durante años y ahora no son capaces de apoyar de forma seria con el problema de los refugiados. Se ha pasado de la época del orgullo imperial a la época de la desvergüenza imperial.
En El Mundo se publicó recientemente (15 de enero) una noticia que decía que Los servicios de inteligencia occidentales pidieron ayuda a Asad. Según esta información los servicios secretos de los países occidentales habrían pedido ayuda a los servicios secretos sirios para controlar a los activistas islamistas que una vez terminada la guerra podrían volver a sus países convertidos en unos fanáticos. ¿Qué sentido tiene esta noticia? ¿Es posible que los países accidentales apoyen a los rebeldes y al mismo tiempo pidan ayuda a al-Asad?
Primero: la noticia podría ser falsa. Ha salido una sola vez en un único medio y, sin entrar en detalles, podría ser una intoxicación. Pero también podría ser cierta, porque los servicios secretos del gobierno de al-Asad colaboraron con la CIA en los momentos inmediatamente posteriores al 11-S. El gobierno norteamericano —histórico enemigo de Siria— envió a presos yihadistas a Damasco después del ataque contra las torres gemelas para que fueran interrogados y presuntamente torturados. Podríamos, por ello, suponer que hay al menos unos contactos personales. No una relación formal entre los servicios secretos de los dos países, pero sí un canal abierto de comunicación. Esto podría responder a aquello de «el enemigo de mi enemigo es mi amigo». Esta frase de brocha gorda que da lugar a todo tipo de falsas conspiraciones, también tiene una parte de realidad. En este caso que a los servicios secretos de EE. UU. y de Siria les puede interesar cuando menos intercambiar información sobre los elementos más radicales de los grupos rebeldes sirios. Porque los grandes imperios terminan aprendiendo de sus errores. Tarde pero aprenden.
Usted a finales de este pasado verano escribió en su blog con el título de «El uso de armas químicas en Siria es un precedente intolerable» un texto que fue interpretado como favorable al ataque de los EE. UU. como represalia contra Siria por el uso de armas químicas. En los comentarios a dicho artículo hubo mucha polémica.
Entonces los EE. UU., por boca de John Kerry, el secretario de Estado, amenazaron con un ataque militar contra Siria que podía desequilibrar la guerra. Yo desde luego soy muy consciente de las consecuencias nefastas de las aventuras imperiales de EE. UU. en Oriente Medio, pero en aquel caso consideraba que dejar sin respuesta el uso de armas químicas por parte del ejército sirio sentaba un precedente dramático para Oriente Medio y para todas las guerras futuras en todo el mundo. Mucha gente no entendió la postura americana y de hecho hubo manifestaciones —aunque pequeñas— en el centro de Madrid contra la amenaza americana. Aquí hay una paradoja que me parece interesante destacar. No se hicieron manifestaciones contra la guerra de Siria cuando estaba claro el uso de armas químicas y no las ha habido después de aquella amenaza. Solo la advertencia de EE. UU. ha echado a algunos a la calle. Hay quien se pregunta por qué no hemos hecho nada para paralizar la guerra. Bueno, pues parece que nuestra ideología nos mediatiza. No hubo una gran cobertura periodística durante los dos primeros años de guerra y de repente cuando parece que los EE. UU. van a atacar, se movilizan todos los medios. Y después de eso, cuando los EE. UU. retiran su amenaza, vuelven a desaparecer muchos de esos artículos en los periódicos.
¿Está usted diciendo que en España todo aquel que es de izquierdas está contra los EE. UU. y como consecuencia a favor de al-Asad, el presidente de Siria?
En España hay mucha gente que a la hora de analizar los hechos se basa en realidades o hechos de los años sesenta o setenta.
O sea: dime dónde está EE. UU. que yo me pongo en el otro bando.
Sí, ante la duda mucha gente reacciona así.
EE. UU.
Barack Obama dijo durante su campaña que iba a revitalizar la OTAN, la ONU, y las instituciones de Bretton Woods. Proponía multilateralismo. Luego parece que ha hecho lo contrario. Este es el asunto principal de un artículo titulado «The Unruled World» en la última edición de la revista Forign Affairs.
La prioridad del gobierno Obama en política exterior solo era una: poner fin a una década de guerras (Irak y Afganistán). Pero no quería hacerlo de forma precipitada, sino de una manera que permitiera mantener el prestigio de EE. UU. en Oriente Medio. Por eso el presidente norteamericano no tuvo ningún problema a la hora de cumplir el acuerdo al que habían llegado el gobierno de Bush y el de Maliki (Irak) sobre la retirada y segundo para comenzar de forma tímida el proceso que en el futuro terminara con la retirada total de Afganistán. Proceso —este último— que ya sabemos hoy se está volviendo a discutir con el gobierno de Karzai y de nuevo lo deja todo en el aire. Lo que se aparta de esta prioridad es pura retórica. No es que sea un saco de mentiras, pero sí una estrategia para permitir que EE. UU. sea visto con otros ojos en el mundo. También era una forma de decir a otros gobiernos que la política intervencionista del presidente Bush en Oriente Medio tocaba a su fin.
El estatus de Naciones Unidas está exagerado en comparación con su capacidad para hacer cosas sobre el terreno. Y no me refiero a las agencias de la ONU, que hacen una labor extraordinaria. Me refiero a la capacidad dela ONU como actor político. En la práctica la Asamblea General o el Consejo de Seguridad tienen una capacidad de acción muy reducida. Es muy difícil coordinar los intereses de esas potencias que lo componen y termina siendo un organismo políticamente neutralizado. Como se ha visto en la guerra de Siria con el veto de Rusia y China.
Es necesario resaltar que el balance que EE. UU. debe hacer en Oriente Medio al final de 2013 es muy negativo. Ha terminado peor que lo empezó: sus relaciones con varios países de la zona han empeorado (lo cual no quiere decir que no puedan mejorar) y su capacidad para influir sobre la zona —que es lo que se le supone al país más poderoso del mundo— ha quedado muy reducida. Sus discrepancias con Arabia Saudí y con Israel, su incapacidad de influir sobre la guerra siria, en el sentido de hacer caer a al-Asad, o para poner fin al conflicto y que haya un acuerdo entre las partes son una prueba de ello. Las esperanzas que EE. UU. puso en que Turquía fuera un moderador decisivo en Oriente Medio también se han visto de algún modo defraudadas, porque ahora Turquía tiene más problemas dentro que fuera. En el caso de Líbano la estrategia de EE. UU. siempre ha sido procurar que Hizbulah tuviera el menor predicamento dentro de la sociedad y resulta que todos los intentos por debilitar a este grupo no han funcionado. Este no ha sido un buen año para EE. UU. en Oriente Medio.
Escribe Moisés Naím en El fin del poder (editorial DEBATE, 2013), su libro recientemente publicado, que «en la actualidad, cuando las naciones-estado van a la guerra, el poder militar abrumador cuenta menos que antes. Las guerras son cada vez más asimétricas, con el enfrentamiento de grandes fuerzas militares contra otras más pequeñas y heterodoxas: rebeldes, movimientos separatistas, grupos insurgentes o milicias. Además, cada vez es más frecuente que las gane el bando con menos poder militar. Según un extraordinario estudio hecho en Harvard, en las guerras asimétricas que estallaron entre 1800 y 1849, el bando más débil (en número de soldados y armamento) alcanzó sus objetivos estratégicos en el doce por ciento de los casos. Sin embargo, en las guerras que estallaron entre 1950 y 1998, el bando más débil prevaleció con más frecuencia: el cincuenta y cinco por ciento de las veces». Pone otro ejemplo Naím: «El uso de artefactos explosivos caseros —a pesar de los diecisiete mil millones de dólares gastados en la compra de cincuenta mil inhibidores de frecuencia de radio por parte de los EE. UU.— causaron un altísimo porcentaje de las bajas (un general de los marines en Afganistán las cifró en el ochenta por ciento de las bajas de su unidad) al ejército americano». ¿Ha hecho cambiar todo esto las estrategias de EE. UU. en Oriente Medio?
No. Obama quería poner fin a esa década de guerra permanente por razones fundamentalmente internas. Él sabe que hay una división clara en la sociedad norteamericana. Esta división no es solo izquierda contra derecha o demócratas contra republicanos. Él sabe que ya hay muchos votantes republicanos que piensan que EE. UU. no puede declarar una guerra en Oriente Medio cada tres años.
Las conclusiones que Naím y otros expertos sacan de sus análisis de las guerras asimétricas y del coste que para un ejército, para un imperio, supone luchar contra grupos de irregulares no solo se obtienen de los conflictos recientes. Cuando los romanos estaban en lo que hoy es Inglaterra construyeron un muro, el muro de Adriano, al sur de Escocia porque sus intereses económicos al norte no eran tan importantes como para seguir extendiendo su dominio sobre la isla. Pero también porque en una relación de coste beneficio no les interesaba estar continuamente metidos en guerras contra clanes tribales que no se iban a rendir. Si un enemigo nunca se rinde esa guerra se prolongará por años y años. Y no importa que ese enemigo sea el ejército organizado de un Estado o un grupo insurgente. Lo que cuenta es la voluntad firme de resistir. La superioridad tecnológica de los norteamericanos sobre el vietcong (años sesenta) era mucho más clara que la que había sobre el ejército iraquí y mire lo que ocurrió en la guerra de Vietnam. Los vietnamitas no tenían a donde irse, estaban en su país. Mientras que los americanos sí podían volver. La superioridad tecnológica durante una guerra te sirve para matar más gente en menos tiempo, pero no necesariamente para ganar. Sobre todo en el sentido convencional que damos a la palabra ganar que es el de aniquilar al adversario.
Hay dos libros recientemente publicados, Guerras sucias, de Jeremy Scahill (Paidós, 2013) y La guerra en las sombras de Mark Mazzetti (Crítica, 2013) que denuncian el uso de acciones especiales o encubiertas para luchar sobre el terreno con los enemigos de EE. UU. Ambos libros comienzan en otoño de 2001, justo después de los atentados del 11-S, cuando el presidente Bush derogó la ley de los años setenta que prohibía a la CIA ejecutar directamente, sin juicio, a los presuntos culpables. Los dos libros terminan con las acciones que se han emprendido bajo el mandato de Barack Obama. Parece ser —según Scahill y Mazzetti— que hay una diferencia: la CIA hoy no tiene el problema de buscar dónde recluir e interrogar a los sospechosos. Hoy no hay necesidad de un Guantánamo. Y no tienen ese problema porque en la mayoría de los casos lo que hacen, bien usando drones o bien mercenarios, es eliminar a los considerados una amenaza para la seguridad de los norteamericanos. Según Obama estas acciones están amparadas por la ley de su país, pero ¿y los derechos humanos? ¿Y el derecho internacional? ¿Corre algún riesgo Barack Obama de que se le quiera llevar ante algún tribunal por autorizar estas operaciones especiales?
No. De la misma forma que no se ha juzgado a otros presidentes americanos que iniciaron guerras con mentiras u ocultando intereses económicos o políticos. Al final, el castigo siempre es interno. El mayor castigo que recibió Johnson no por iniciar la guerra, pues ya había presencia militar en Vietnam, sino por convertir el conflicto en una guerra total, el mayor castigo, digo, fue no poder presentarse a la reelección y poner en peligro su legado político que tenía muchos aspectos positivos (como aumentar la lucha contra la pobreza y el gasto social). Su legado político que quedó oscurecido por el impacto de la guerra de Vietnam. El conflicto armado acabó con su reputación. De la misma forma que hay un tribunal penal internacional que solo ha imputado a africanos; muy justificadamente, pero solo hay africanos entre ellos, nunca a blancos, en el tema de los delitos contra los derechos humanos cometidos por dirigentes de grandes países occidentales el único riesgo es interno, de prestigio político.
En la página 182 de La Guerra en las sombras (Crítica, 2013) del periodista —ganador del Pulitzer— Mark Mazzetti se puede leer que en agosto de 2009 —en operación autorizada por la Casa Blanca— un dron disparó contra la azotea de la casa del suegro de Baitullah Meshud matando a Baitullah y a toda su familia que esa noche tomaba el fresco. Baitullah Meshud era el líder de los talibanes pakistaníes. Barak Obama había tomado posesión como presidente de los USA el 20 de enero de 2009. Tres meses después del asesinato de Meshud, Barack Obama aprueba personalmente todas las acciones «especiales» que Leon Panetta (director de la CIA) le presenta. Entre medias de esas dos fechas —el día 9 de octubre de ese mismo 2009— se le concedió el premio Nobel de la paz a Barack Obama. Uno de los motivos para el galardón fue «promover la paz en Oriente Medio».
Lo del premio Nobel de la paz concedido a Obama solo es un chiste. Esto es como cuando le dan el premio Príncipe de Asturias a una personalidad muy conocida con la única intención de que venga España y le dé titulares al propio premio Príncipe de Asturias. Cuando se concede el premio a Obama lo que querían los que lo eligieron era aparecer a la misma altura del político del momento, que entonces era el presidente norteamericano.
El 1 de noviembre de 2013, cuatro años después de la eliminación de Baitullah Meshud, de nuevo un dron hace explotar el coche en el que se desplazaba Hakimullah Mehsud, nuevo líder taliban pakistaní que sustituyó al anterior. Este hecho no se incluye en el libro de Mazzetti, que se publicó antes, lo cuenta la BBC. John Brennan, actual director de la CIA, dijo que ya no se usaba el martillo sino el bisturí.
En cuanto al tema de los drones, igual que se dice que la guerra es la continuación de la política por otros medios, los drones han sido la continuación de las guerras norteamericanas en Oriente Medio por otros medios. Como le decía, Obama pone fin a las guerras porque en la sociedad americana ya no hay consenso sobre la necesidad de mandar a decenas de miles de soldados al extranjero. Los drones permiten a Obama continuar esas guerras sin necesidad de efectivos humanos. Y de ese modo mantiene la presión sobre los dirigentes más radicales de la yihad en Pakistán y en Yemen sin tener que pensar en la invasión del país o en mandar a fuerzas especiales. Es una guerra indolora para la población americana. Salvo algunos problemas de estrés que puedan tener los que a distancia pilotan los drones, realmente el coste para los EE. UU. es muy bajo.
En el último número de la revista The New Yorker aparece un largo reportaje de su director, David Remnick, sobre Barack Obama. Remnick ha tenido la ocasión de acompañar al presidente durante varios días en su actividad diaria y de hablar con él y con sus colaboradores. Al final del reportaje se trata la política internacional del presidente. Es destacable cuando el periodista le pregunta a Obama por lo que le dijo Malala Yousafzai, la adolescente paquistaní que recibió los disparos de los talibanes por defender el derecho a la educación de las mujeres, en su visita a la casa blanca. Malala le agradeció el apoyo de EE. UU. pero al tiempo le reprochó el uso de los drones. Según Malala esa forma de luchar estaba fomentando el terrorismo. Obama responde a Remnick que no puede quedarse cruzado de brazos, que la seguridad de los americanos es su prioridad. Argumenta que siempre que se puede capturar a un terrorista y ponerlo a disposición judicial se hace, pero que si no hay otra forma… Dice también que podría hacer como su antecesor, una guerra en cada país que tuviera terroristas, pero que eso causaría no solo un alto coste en vidas de soldados americanos sino también en vidas de inocentes locales. Dice que intentan ajustar en lo posible el objetivo para que no haya víctimas civiles pero que el sistema no es perfecto. Remnick pone un ejemplo de diciembre de 2013 en el que un dron confundió la fiesta de una boda con una columna de terroristas de Al Qaeda. Murieron doce inocentes. Aporta Remnick el dato de que según el Buereau of Investigative Journalism los drones norteamericanos han matado entre cuatrocientos y mil civiles en un ratio que podría ser de un civil por cada tres combatientes.
La entrevista de Malala con Obama era alucinante en ese sentido. Lo digo porque uno de los mayores fracasos del estado de Pakistán es el de la educación. Lo que ha hecho Pakistán desde los años setenta es entregar ese asunto clave para la población a los sectores más reaccionarios de su sociedad. Y eso supone limitar o prohibir la educación de las niñas, con lo que estarán en inferioridad de condiciones el resto de su vida. Y ante eso ningún dirigente norteamericano —ni Obama ni ninguno de sus predecesores en el cargo— han podido o sabido hacer nada. Ni convencer al gobierno pakistaní para que inviertan más en educación ni entregar ese dinero para que lo hagan. Desde comienzos de los años ochenta EE. UU. ha financiado al ejército de Pakistán con decenas de miles de millones de dólares. Y la inversión de los EE. UU. en la infraestructura civil de ese país ha sido ínfima. Y entonces aparece una chica que es un ejemplo vivo del riego que asumen los que se rebelan contra esa mentalidad reaccionaria de su país y claro, va y saca el tema de los drones porque sabe que el estado de guerra permanente es el que ha fortalecido a los sectores más yihadistas, más reaccionarios de ese país. Y ante eso los gobiernos occidentales no tienen otra respuesta que seguir con esa guerra de baja intensidad que significan los drones en Pakistán.
Pero eso, de nuevo, no genera ningún escándalo en la sociedad occidental. Nadie se echa las manos a la cabeza. La repercusión ha sido muy corta.
Nos quedamos con la imagen. No solo ya en EE. UU., también en los informativos de las televisiones europeas aparece la imagen de Malala visitando Europa, visitando el parlamento europeo, siendo recibida por el presidente de los EE. UU… Solo la imagen, la foto, es lo que nos llega. La verdad es que Obama al menos la ha recibido. El presidente sabe lo importante que es esa imagen para su prestigio, quiere diferenciarse de otros gobernantes. Para él es importante aparecer como alguien más cool. Y los periódicos elogian a Malala de forma ditirámbica y exagerada. ¿Por qué digo que de forma exagerada? Porque da igual, porque no reflexionamos sobre cómo es posible que hayan intentado asesinarla y no asumimos ninguna responsabilidad sobre el hecho de que en el futuro habrá más Malalas pero que no tendrán la suerte que ella ha tenido. Es decir, que no sobrevivirán.
Entonces, según usted la imagen de Malala y Obama en el despacho oval se ha hecho dueña de la noticia quitando relevancia al hecho de que Malala le diga al presidente de los Estados Unidos que sus ataques con drones están fomentando el terrorismo en Oriente Medio. ¿Es así?
Pocas fechas después de que Malala visitara Washington, estuvieron también allí los integrantes de una familia que sufrió un ataque con drones. A esta familia la llevó a la capital de los EE. UU., para declarar ante una comisión de la cámara de representantes, un congresista americano. Obviamente no tuvo la misma repercusión mediática ni fueron recibidos por el presidente Obama. Se trataba de una comisión abierta del Congreso. Podía acudir cualquier miembro del Congreso, no solo los miembros de esa comisión. Creo que al final acudieron solo cinco o seis. Ese es el interés que tienen en el congreso americano sobre las víctimas civiles de esos ataques.
En los dos libros antes citados se relata la eliminación del predicador Al Alawki, ciudadano americano que había fomentado el terrorismo y la de su hijo de diecisiete años. A los dos se los mata con un dron. La única diferencia entre los dos relatos está en que el primero, «Guerras sucias», dice que al hijo se le elimina para que no tome represalias y en el segundo, el de Mazzetti, se dice que fue un error, que lo eliminó un dron del pentágono y no de la CIA, y que pensaban que en ese restaurante había otro terrorista. En julio de 2013, Nasser Al Alawki, abuelo y padre de los asesinados, publicó un artículo en el The New York Times titulado «The Drone That Killed My Grandson». Además en You Tube se puede ver un video en el que pregunta directamente a Obama por la razón del asesinato de su nieto ¿Es de esto de lo que le hablaba Malala al presidente de los Estados Unidos?
Si hay un sentimiento común a personas de todas las razas, de todas las religiones y de todas las culturas es el de venganza. De una manera u otra en aquellos países donde hay un estado de derecho, ese deseo de venganza está muy matizado por el respeto a la ley. En países en los que la autoridad del Estado no es tan grande el deseo de la venganza se impone. Pero nosotros no somos tan diferentes a ellos. En lo que se refiere a los conflictos armados decidimos que el derecho internacional son una serie de directrices generales, de consejos casi morales que entendemos que estaría bien cumplir, pero que si nuestros intereses están en peligro no hay ningún problema en vulnerarlos.
El día 17 de enero —consecuencia de las protestas de los dirigentes de países amigos (principalmente Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, y Angela Merkel, canciller de Alemania)— Barack Obama presentó su propuesta de reforma de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA). Este organismo estatal es el responsable del espionaje masivo denunciado por los periódicos —sobre todo en The Guardian— gracias a las filtraciones de Edward Snowden. En la reforma presentada por el presidente destacan los nuevos límites al espionaje. Entre ellos el tiempo de almacenamiento de los datos y la necesidad de autorización judicial. También dijo que ya no se podrá espiar a líderes de países «amigos cercanos o aliados», pero con dos excepciones: una, cuando haya un objetivo de seguridad nacional imperioso; y dos, los gobiernos de esos países amigos o aliados. Terminó su exposición Obama diciendo: «…de la misma manera que los servicios de inteligencia de cualquier otra nación lo hacen. No pediremos perdón porque nuestros servicios puedan ser más eficaces». ¿Qué le parece esta reforma? ¿Y qué lectura hace de esa última frase de Obama?
En esto manda el poder de la tecnología. La diferencia fundamental de EE. UU. con los países europeos en el asunto del espionaje es que la tecnología de los americanos es mucho mejor. Y el país más poderoso del mundo no se siente concernido por ninguna limitación a su poder. Los avances tecnológicos —comenzamos a darnos cuenta— tienen un impacto inmenso sobre nuestra vida cotidiana. Y lo que solemos olvidar es que nuestras instituciones políticas no han evolucionado al mismo ritmo que la tecnología. Eso ha dado unas capacidades impresionantes y absolutamente desconocidas a los Estados —sobre todo a los más desarrollados— para sencillamente cuestionar los derechos que reconocen nuestras constituciones. Esto funciona tanto en el aspecto interno como en el externo, en lo que tiene que ver con las relaciones entre gobiernos. Literalmente la capacidad que tienen los Estados de invadir nuestra privacidad es máxima. Porque además nosotros somos cómplices. En el manejo que hacemos de las redes sociales y, en general, con nuestro uso de internet estamos entregando voluntariamente parcelas de privacidad que antes estaban fuera del control del Estado. Las entregamos a cambio de un cierto beneficio o entretenimiento. Y las entregamos por regla general de forma inconsciente y absurda. Y evidentemente la nación más poderosa del planeta es la que hace un uso mayor de esa información gracias a su mejor conocimiento de la tecnología. Y no admite ningún límite. Aunque El País tituló al día siguiente que «Obama elimina la recopilación masiva de datos y el espionaje a líderes aliados» no era cierto, porque Obama dice que si la seguridad estuviera en riesgo no dudaría en utilizar todas las medidas que tecnológicamente estuvieran a su alcance. Esto es algo así como decir: Artículo número uno: si es necesario y la seguridad de nuestro país está en peligro recurriremos a todos los medios tecnológicos de los que disponemos. Artículo número dos: admitiremos ciertas excepciones, intentaremos no espiar a Merkel a Rouseff y otros. Articulo número tres: En el caso de duda se aplica el artículo uno. Ahora en serio: no hay nada que hacer porque en último extremos solo sería posible enfrentarse al gobierno americano en los tribunales americanos y allí una demanda no tendría mucho futuro.
En el reportaje de David Remnick en The New Yorker de esta semana del que hablábamos antes el periodista le recuerda a Obama que acaba de darle un premio a Ben Bradlee, el que fue director del The Wahsington Post durante el encándalo Watergate, y le pide que relacione esa admiración que Obama dice tener por aquellas investigaciones periodísticas con su visceralidad en contra de Snowden. Obama responde que no tienen nada que ver, que lo que Snowden ha conseguido con sus acciones es abrir un debate que podía haberse iniciado de otra forma y que lo más grave es que ha revelado secretos que han puesto en peligro la seguridad nacional. Además argumenta Obama que Snowden no ha descubierto nada ilegal. ¿Veremos dentro de treinta años a un presidente de los EE. UU. poniendo una medalla al señor Snowden como Obama lo ha hecho hace pocas fechas con Ben Bradlee?
Es poco probable. La tendencia política ahora indica que el Estado irá acumulando más y más poder a lo largo de los próximos años entre otras cosas gracias a la innovación tecnológica. La tecnología irá dando cada día más poder a los Estados para inmiscuirse en la vida privada de la gente. Y, como decía antes, las instituciones políticas se han quedado congeladas en el tiempo, en el pasado. Los políticos nos hacen creer que nuestros derechos, los que están recogidos en las constituciones, se están respetando, cuando no es cierto. Y no hay ningún tipo de reacción o protesta política, porque cuando se produce la polémica o el escandalo la reacción de políticos como Obama es decir: lo siento mucho pero el mundo es un lugar muy peligroso y para manteneros vivos necesitamos mantener y ejercer estos poderes extraordinarios. No digo que todo sea mentira, pero hay en ese discurso un gran porcentaje de farsa. Para defender la presencia de las tropas británicas en Afganistán, Gordon Brown solía decir que sus soldados estaban combatiendo en aquel país para no tener que hacerlo en las calles de Londres. Nos plantean un escenario postapocalíptico, de terror, para defender una aventura imperialista que lleva el mismo camino de fracaso que las anteriores. Lo mismo que ocurrió en los años ochenta con los soviéticos o en el siglo XIX con los mismos británicos también en Afganistán.
¿Quiere decir que vamos camino de menos democracia y más control por parte de los Estados?
Bueno, eso depende de nosotros. Si nos quedamos en casa tranquilamente escribiendo comentarios en Facebook y Twitter, es posible que pase eso. La partida no está ganada. Ahora bien, las reglas de la partida están retorcidas y alteradas para funcionar en beneficio de los intereses de los Estados. Porque la tecnología no se va a parar. Es como el clima, es imparable. Y va a seguir permitiendo a los Estados coger más y más poder. La privacidad no es un valor absoluto. Es como todos los derechos. No hay derechos absolutos que se impongan sin más sobre cualquier otro. En esto debe haber un equilibrio. Lo que ocurre es que el equilibrio, últimamente, se ha descompensado del lado del poder del Estado.
EGIPTO, TUNEZ, PRIMAVERA ÁRABE
¿Por qué en Túnez —país donde arrancó la primavera árabe— han conseguido (como cuenta este artículo) una constitución de consenso y en Egipto ha sido imposible? En Túnez gobiernan los islamistas y la constitución dice que la religión del país es la musulmana pero sin embargo se reconocen los derechos de la mujer y una serie de libertades que no cuadran con la ley coránica, con la sharia.
Es lógico que se hable en general de primavera árabe porque hay lazos culturales y religiosos, pero cada país es diferente. No se puede sacar conclusiones sobre lo que va a pasar en un país en función de lo ocurrido en otro. Túnez es un país pequeño, con una población muy homogénea, sin grandes líneas de conflicto entre unos y otros. Hay diferencias regionales, pero no son tan dramáticas como en otros países. Y no hay un ejército que haya dirigido el país durante las últimas décadas como ha ocurrido en Egipto.
¿Hay menos intereses internacionales implicados?
Sí, desde luego. Pocas cosas de las que ocurren en Túnez tienen influencia en el exterior, muy pocas. Aunque como en todo siempre hay excepciones. No olvidemos que el primer país donde se desencadenó una de estas revoluciones fue Túnez. Pero Túnez no es un enclave estratégico. En cambio hay muchas cosas de las que ocurren en Egipto que tiene repercusión fuera, a pesar de que no es un país rico.
TURQUÍA
Hace tres años se celebró un importante referéndum en Turquía que permitió el sometimiento de los militares al poder civil. Además se juzgó —y se condenó recientemente— a doscientos setenta y cinco militares por un supuesto intento de golpe de Estado, el llamado caso Ergenekon. Parece ser que en aquel entonces Erdogan se mantuvo en el poder gracias al apoyo de los EE. UU. ¿Ha perdido Erdogan, primer ministro turco, el favor de la administración americana? ¿Se ha convertido Erdogan en un obstáculo para los intereses occidentales en la zona?
Yo creo que el gobierno de Erdogan ha sido muy positivo para Turquía. En varios aspectos. En lo económico no hay ninguna duda. Además, sometiendo a los militares al poder civil ha hecho avanzar la democracia turca. Ha conseguido integrar todos los sectores conservadores de la sociedad. Y cuando digo conservadores, me refiero a islamistas. El intento de Turquía de acercarse a la unión europea ha hecho que fueran aprobando leyes que ha servido para modernizar el estado. Lo que ocurre es que con independencia de la ideología, el poder absoluto termina corrompiendo. Y parece claro que Erdogan ha terminado creyendo no solo que su partido es el único capaz de defender los interesas de Turquía, sino también que él personalmente es la única garantía de que su país siga progresando. Y cualquier oposición a su figura, sea grande o pequeña, proceda de ámbitos económicos o de la calle, la entiende como una amenaza al estado turco. Digamos que las credenciales democráticas de Erdogan han ido reduciéndose con el paso de los años a causa de que no había ningún tipo de freno. El ejército turco tuvo mucho poder en parte porque contaba con el apoyo de la sociedad. El pueblo dejó de apoyarlos conforme se fueron dando cuenta de que la democracia que tenían era una farsa. Ahora han descubierto que la democracia que tienen ha perdido mucha calidad por el autoritarismo de Erdogan.
¿Cree que Erdogan terminará cayendo?
No creo, porque controla todo el poder. En España hay muchos políticos y votantes del PP obsesionados por hacer caer a Rajoy pero eso no ha socavado su poder. Aún más en Turquía, donde la situación económica es inestable pro no dramática. Habrá un debate —si no lo está habiendo ya— en Turquía entre esos sectores conservadores para analizar si Erdogan se ha convertido en parte del problema. Ha sido durante estos años un elemento fundamental para el progreso del país, pero ahora podría ser todo lo contrario. De hecho Erdogan tiene planes para convertirse en presidente del país.
Dicen en Turquía los que están en la oposición que se quiere convertir en una especie de Putin turco.
Quiere llegar a ocupar un cargo que le permita ser el guía del proceso político aunque le quite poder sobre el día a día. Podría ocurrir que desde dentro de su propio partido le digan que eso no es posible.
Erdogan apoyó mucho a la policía para que si hubiera altercados serios en Turquía (ante un posible contagio de las revoluciones de la primavera árabe) lo protegieran a él y a su gobierno de los militares. Ahora, sin embargo, acusa a esa misma policía de estar infiltrada por Hizmet, el grupo religioso que dirige Fetulah Gulen, el líder islamista moderado que hasta hace poco era su aliado.
Este grupo religioso formaba parte de la masa social que apoyaba a Erdogan. Este es un ejemplo de cómo el autoritarismo te puede llevar a perder aliados. Y a veces no es tan bueno prescindir de alguno de ellos. Este grupo, hace unos años, no era un problema para el gobierno turco. Al revés, era un apoyo muy importante. Se ha comparado a Hizmet con el Opus Dei. No sé si es muy pertinente, pero sí que es verdad que se trata de un grupo con ideas religiosas determinadas y que tiene mucha presencia entre la élite judicial y policial del país. El problema que tiene Erdogan es que esta vez no se trata de los sectores jóvenes o liberales que se manifiestan por las calles. Esta vez los que lo critican —a Erdogan— forman parte de su base social de apoyo. Se le ataca desde dentro.
ISRAEL Y PALESTINA
La vez que más cerca han estado Israel y los palestinos de alcanzar el acuerdo fue en la Cumbre de Taba (21-27 de enero de 2001) en Egipto. Por Israel encabezaba la delegación el primer ministro Ehud Barak y por la autoridad palestina, Yaser Arafat. Los israelitas, en la negociación, llegaron a ofrecer parte de Jerusalén permitiendo que fuera capital de los dos estados. ¿Por qué no se llegó a un acuerdo? Entonces se acusó a Arafat de no querer la paz. Quedó la idea de que con Arafat era imposible la paz. ¿Fue así? Miguel Angel Moratinos, en un artículo de junio de 2001 en El País negó tal afirmación argumentando que Arafat no podía haber aceptado lo que Barak le ofreció. Terminaba Moratinos afirmando que solo con Arafat era posible la paz. Cuando se analiza la historia de las negociaciones entre israelitas y palestinos es fácil perder la esperanza. ¿Se negocia hoy con fe en un resultado positivo o se sabe que la paz es imposible y aun así se sigue intentando para quedar bien ante la opinión pública?
El caso de Taba fue un último intento desesperado de llegar a alcanzar un acuerdo. Acuerdo que al ser tan ambicioso tenía pocas posibilidades de llevarse a la práctica. Tenga en cuenta que estaban a punto de celebrarse elecciones en Israel . El fracaso más relevante fue el intento anterior, el de las negociaciones de Camp David del año 2000. En los años posteriores muchos medios norteamericanos que tuvieron acceso a información sobre lo que se había cocinado en Camp David difundieron la versión de que en el último momento, cuando estaban cerca de la meta, Arafat tembló y tuvo miedo de dar el paso definitivo. Bueno, Robert Malley, miembro de la delegación norteamericana, y asesor del presidente Clinton, y Hussein Agha, profundo conocedor de las conversaciones de paz entre Israelíes y palestinos durante más de treinta años, desmintieron esa opinión en el The New York Review of Books, en un artículo titulado «Camp David: The Tragedy of Errors».
¿En qué sentido?
Ellos, Malley y Agha, dijeron que las ofertas que se hicieron a Arafat no eran tan ambiciosas en la realidad ni tan atractivas desde el punto de vista palestino como se dijo. Es cierto que el porcentaje del territorio de Cisjordania que Ehud Barak ofreció para formar el estado palestino era altísimo, más del noventa y cinco por ciento. Pero el diablo estaba en los detalles. A fin de cuentas los israelitas estarían dispuestos a que los palestinos gobernaran en un tanto por ciento alto del territorio perdido en el 67, pero los palestinos hicieron otro cálculo y manifestaron que ellos estaban dispuestos a quedarse con lo que perdieron en el 67 pero no mucho menos. De todos modos la duda persiste: hasta qué punto en las negociaciones de 2000 en Camp David había posibilidades de llegar a un acuerdo. Se ha convertido en un debate casi académico. No se puede volver, por desgracia, el tiempo atrás y la realidad es que las posibilidades hoy de llegar a un acuerdo son ínfimas.
Justo después de aquello, Ariel Sharon se pasea por la explanada de las mezquitas, comienza, en protesta, la segunda intifada y se reorganiza otra vez el triste y tenso enfrentamiento, ya clásico, entre palestinos e israelíes. Luego salen de escena Yaser Arafat y Sharon. Como si esas figuras fueran obstáculos para la paz. Pero sin embargo el mismo Sharon, que parece ser causó o propició la matanza de Sabra y Shatila, fue el que sin contraprestaciones decretó la salida de los territorios de Gaza.
Una vez que Isaac Rabín es asesinado (el 4 de noviembre de 1995) las posibilidades de un acuerdo de paz se redujeron en un porcentaje muy alto. El proceso iniciado en Oslo —con todos sus defectos, que eran numerosos— estuvo caracterizado por esa estrategia de Rabin que consistía en ir paso por paso, no en intentar buscar un acuerdo definitivo. Isaac Rabín consiguió crear una dinámica que realmente trabajaba en favor de la paz. Cuando Rabin es asesinado esa dinámica se rompe. Hay una posibilidad pequeña de que se recupere si Simón Peres es elegido en las siguientes elecciones. Pero hay que tener en cuenta que el prestigio y la credibilidad de Peres eran muy inferiores a las de Rabin dentro de la sociedad israelí. Peres es un personaje político bastante inepto a la hora de ganar elecciones. Y a esto se unió que Hamas lanza una campaña de atentados suicidas en fechas muy cercanas a aquellas elecciones israelíes. Aun así Netanyahu ganó a Peres los comicios por una diferencia de votos reducidísima. Pero sobre el terreno la situación se fue deteriorando. En la época de Netanyahu se llegaron a algunos acuerdos como la retirada de Hebron, pero el proceso estaba paralizado en la práctica. Hubo una segunda oportunidad con la elección de Ehud Barak, un tipo extremadamente sobrevalorado en la política israelí. Barak es un político que se cree muy listo. Cree que va a conseguir un acuerdo con Siria y deja aparcado el problema palestino, para que se vaya pudriendo, para obtener un mejor resultado en la negociación final. Se equivoca y cuando en la parte final de su mandato intenta llegar a ese acuerdo, por una serie de factores no lo consigue. La sociedad israelí había llegado a creer que era posible mantener en el tiempo esa situación de tensión de baja intensidad. Sharon cambia las reglas de ese juego con la retirada de Gaza. Pero eso no significa que Sharon esté a favor de la paz con los palestinos. Sharon está a favor de la separación. Ahora hay que ser muy pesimista porque si los israelíes no son capaces de ver que formar un estado palestino compuesto por la mayor parte de lo que perdieron en el 67 redunda en el futuro en su beneficio. Y los sectores más intransigentes, ultraconservadores y fanático de la sociedad israelí han ido ganado poder en las últimas décadas. Hoy el escenario no es muy favorable para obtener una buen acuerdo de paz.
Se ha comentado que el ejército egipcio está planeando desestabilizar el poder de Hamás en la franja de Gaza. ¿Qué repercusiones podría tener esa estrategia?
Esa noticia salió en Reuters citando fuentes anónimas del ejército egipcio. Pero se trataba de un proyecto a largo plazo y hay que afirmar que tiene bastante lógica. Para los militares egipcios que están sentando las bases para gobernar de nuevo su país en las próximas décadas, Hamas, al otro lado de la frontera, es una amenaza.
Parece que el ejército egipcio entiende que Hamas es lo mismo que los hermanos musulmanes y les han cerrado más de mil quinientos túneles por los que desde Egipto les llegaba comida y otras cosas para romper el bloqueo de israelí sobre Gaza.
La clave es interna. Hay que recordar que Egipto y EE. UU. colaboraron con Al Fatah (organización político-militar integrante de la OLP) para hacerse con todo el poder en Gaza. Una especie de golpe interno que fracasó de forma calamitosa en 2010 y que aseguró el poder que Hamas ha ejercido desde entonces. El apoyo a la causa palestina en Egipto existe aunque ahora está diluido porque la prioridad son los asuntos internos. Ahora prevalece una ideología ultranacionalista que ha tomado el poder en El Cairo. Podría ocurrir en los próximos que una parte de la opinión pública egipcia pensase que aislar a Hamas es una forma de colaborar con Israel. Por eso en función de la fuerza que adquiera ese grupo de opinión veremos si los militares egipcio se atreven a hace eso que se dijo en Reuters por esas fuentes anónimas.
Este es un buen ejemplo de lo difícil que es predecir qué va a ocurrir en Oriente Medio. Debemos desconfiar de aquellos periodistas o supuestos expertos en esta zona geográfica que hacen predicciones afirmando con seguridad cómo van a evolucionar los acontecimientos.
IRÁN
El 20 de enero de 2014 se publicó que el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) había certificado que Irán ha dejado de enriquecer uranio por encima del cinco por ciento. Esto supuso que se suspendieran algunas de las sanciones económicas que había contra Teheran. Esta buena noticia es el resultado de que Irán acordara permitir más inspecciones en noviembre de 2013. ¿Qué ha cambiado en Irán? ¿Es todo debido a la llegada de un nuevo presidente, Hasan Rohaní? ¿Tan diferente es del anterior, de Mahmud Ahmadineyad?
Rohaní es miembro del establishment iraní desde hace décadas. No es ningún revolucionario y es escasamente reformista. Rohaní, sin embargo, entiende que es posible asegurar la estabilidad de la república islámica de Irán con una política o una estrategia menos intransigente y radical que los dirigentes como Ahmadineyad. Curiosamente Ahmadineyad formaba parte de un grupo de líderes que opinaba que había que limitar la injerencia de los religiosos en la política iraní y eso destruyó sus relaciones con los partidos conservadores en el parlamento. Y en cuanto a las relaciones con occidente, Rohaní ha dejado bastante claro que él quiere avanzar en el camino de la coexistencia pacífica. En el terreno de los discursos, de momento, ha dado los pasos adecuados para que lo consideremos un moderado y un tipo que realmente sería bueno que tuviera éxito. En el asunto del programa nuclear iraní hay que tener en cuenta que hay algo importante que no ha cambiado. El programa nuclear se engloba en los temas de defensa que como todo lo que tiene que ver con la política exterior de Irán está bajo el mandato del líder máximo, el ayatolah Alí Jamenei, que no es solo el líder espiritual, sino que es también el líder político. El sistema político iraní es mucho más abierto de lo que se suele opinar. No es una dictadura en el sentido de que solo impera la voluntad de una persona. En temas de política económica el ayaytolah Alí Jamenei no se mete y permite que los gobiernos bajo su mando desarrollen diversas políticas con distintos resultado. En los temas de seguridad y exteriores sí se impone activamente la voluntad de Jamenei. El ayatolah máximo tiene por debajo varios líderes a los que escucha y a veces apuesta por lo que dicen unos o por lo que dicen otros. Ahora, al comienzo del mandato de Rohaní le está dando vía libre para desarrollar su política que tiene como punto principal que el programa nuclear no sea causa de conflicto con Occidente. Podría ocurrir que en un tiempo le retirase esa carta de confianza pero de momento lo apoya. ¿Cabe la posibilidad de que los países occidentales permitan que Irán tenga un programa nuclear civil si tienen las garantías de que no va a desarrollar una bomba? Ese es el tema central. Los pasos que se han dado en los últimos meses apuntan en esa dirección.
En un artículo en CNN del 22 de enero Frida Ghitis, columnista de internacional del The Miami Herald, dice que los iraníes no han desmantelado sus centrifugadoras para enriquecer urario sino que solamente las han desenchufado. En ese artículo también se argumenta que Irán está aún muy fuerte y que un Irán poderoso no hace posible en entendimiento entre sunnís y chiís; árabes y persas; palestinos e israelíes, los grupos en conflicto.
Lo que importa de un acuerdo es que se cree una dinámica que permita que las diferencias entre Irán y EE. UU. se solucionen políticamente. Los que están en contra del acuerdo, los que llegaron hace tiempo a la conclusión de que lo único que hay que hacer con Irán es atacarlos militarmente para destrozar su programa nuclear, se preguntan ahora qué ocurre con esas centrifugadoras. Piden su destrucción. Vamos a ver, las centrifugadoras de uranio da igual que las destruyas, se pueden volver a construir. Lo que importa es que llegues a un acuerdo para que el programa nuclear tenga unas determinadas características. Pero también es verdad que este acuerdo tiene validez solo para solo unos meses. El acuerdo definitivo todavía no se ha producido. No estamos hablando del fin de la crisis aún. Los iraníes han ofrecido por el momento más que los americanos. Las sanciones económicas que se han levantado suponen una cantidad de siete mil millones de dólares que tiene un impacto muy pequeño en la economía iraní. En ese sentido los iraníes están cediendo, pero llegará un momento en que será necesario que los EE. UU. den el gran paso. Tendrán que aceptar que haya centrales nucleares de uso civil en Irán. ¿Cómo se hará? Aún no lo sabemos. La clave estará en el control. Ahí será muy importante el papel de Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA). Y tiene que ser un control efectivo. Ya existe el precedente de otras inspecciones que no han funcionado correctamente. Por ejemplo, la OIEA no se enteró de que a principio de los noventa Sadam Hussein estuvo muy cerca de conseguir la bomba nuclear.
Fotografía: Guadalupe de la Vallina
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