Luz Gomez
Las revueltas árabes, como todo gran tema que suscita un interés mundial, se han visto sometidas de inmediato a incontables revisiones, la mayoría dictadas más por la actualidad o por intereses preconcebidos que por el análisis riguroso. Gilbert Achcar hace años que viene estudiando las circunstancias históricas y las corrientes políticas árabes e internacionales que sobredeterminan lo que en The People Want se denomina “peculiares modalidades del capitalismo en la región árabe” (epígrafe 2), contexto sin el cual toda explicación del actual momento revolucionario es en vano. Pero Achcar no restringe la explicación de las contradicciones entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción a su sobredeterminación por la estructura sociopolítica árabe, aunque reconoce su deuda con Althusser, sino que busca un marco de interpretación propio que integre, y a su manera arabice, distintas perspectivas del marxismo del siglo XX.
The People Want contiene seis estudios a la vez autónomos e interdependientes en torno a otras tantas cuestiones básicas para comprender de manera integral la trascendencia histórica y no sólo mediática de lo que está sucediendo en el mundo árabe. Por un lado, Achcar repasa las condiciones objetivas que, siguiendo a Lenin, son indicadores de una situación revolucionaria y que sin duda están presentes en la mayor parte de los países árabes. Por otro, destaca la necesaria capacidad subjetiva, que no puede estar sobredeterminada y que ha actuado como catalizador de la transformación de los levantamientos espontáneos de Túnez o Tahrir en una revolución.
Según Gilbert Achcar , la sobredeterminación política del modo de producción capitalista árabe ha tenido como consecuencia el arraigo tentacular de una economía rentista y patrimonialista cuyo resultado último son unos índices insoportables de desempleo juvenil, femenino y universitario. De estos grupos sociales han surgido los movimientos de mujeres, jóvenes y trabajadores que identifica como “agencias del cambio político y social” (p. 149), cuya acción precede a las revueltas de 2011 y que no es previsible que se apague con el primer estallido revolucionario. Para explicar todo ello, Achcar recurre al análisis de los datos macroeconómicos (capítulos 1 y 2). Estos demuestran la dependencia del capitalismo árabe de factores políticos vinculados con la superestructura petróleo-religión puesta en pie por Arabia Saudí y Estados Unidos en plena Guerra Fría y exportada desde la década de 1970 por los Hermanos Musulmanes con variantes nacionales (capítulo 3). Pero al mismo tiempo que enraizaba por toda la región este modelo auspiciado desde Washington, crecía también la resistencia de las fuerzas sociales que luego serían artífices de las revueltas, a lo que contribuyeron dos nuevos agentes de cambio: la televisión por satélite y las redes de Internet (capítulo 4). The People Want concluye con un balance provisional de cada levantamiento, esto es, de lo sucedido hasta el verano de 2012 en Túnez, Egipto, Yemen, Bahréin, Libia y Siria (capítulo 5) y de las tensiones surgidas entre los protagonistas primeros de las revueltas y los actores sobrevenidos y decididos a capitalizar el cambio, desde los islamistas a las potencias occidentales (capítulo 6). En la Conclusión, se plantean las principales cuestiones que condicionarán el proceso revolucionario a largo plazo: la definición del papel del Estado, los límites del islam político y la fuerza del movimiento de masas. Gilbert Achcar traza un triángulo con tres nombres propios (Ghannouchi-Morsi-Erdogan) para sintetizar las dinámicas imperantes en el momento de la conclusión del libro, octubre de 2012, que siguen estando en vigor a pesar del golpe de Estado egipcio de 2013 y la posterior erradicación de los Hermanos Musulmanes.
El papel de la religión en los países árabes, de mayoría musulmana, es para Gilbert Achcar un efecto de las condiciones socioeconómicas más que de la estructura sociopolítica: “El islam no es el problema, tampoco la solución”, sostiene (p. 284). Y de igual modo que el cambio político es inviable sin el correspondiente vuelco económico, el islam político dejará de ser visto como una realidad inexorable una vez superadas las actuales imposiciones del neoliberalismo. Hay en ello una crítica explícita a la teoría neorientalista de sobredeterminación por el islam de las sociedades arabo-musulmanas, en concreto a las tesis de autores como Asef Bayat y Olivier Roy a propósito del designio posislamista a la turca como futuro de las revoluciones árabes, esto es, la recreación de un proyecto político y económico neoliberal a la par que socialmente reaccionario. Lo que Achcar no prevé en el libro, y hoy sabemos, es que el fracaso del posislamismo no ha sido fruto de la fuerza de las reivindicaciones populares, sino de la reinstauración del núcleo duro del Estado profundo en Egipto y Siria, también parcialmente en Yemen y Libia, de modo que la utopía islamista sigue retroalimentándose.
En cuanto a la cuestión estatal, para Achcar no hay duda de que el futuro revolucionario pasa por un Estado fuerte que recupere la iniciativa económica que tuvieron los Estados poscoloniales entre 1950s-1970s. Reconoce que los caracterizó un “desarrollo con corrupción”, pero lo antepone a la “corrupción sin desarrollo” que les siguió, fruto de un capitalismo no productivo que asumió las competencias económicas antes en manos del Estado (p. 286). Para ejercer el necesario control democrático de la concentración en manos del Estado del poder de la nación, Achcar confía en la fuerza sostenida en el tiempo de las voces que se expresan en las calles. Sin embargo, esta confianza no está bien contrastada ni con la historia ni con datos, sin que en el libro se trate tampoco la deriva autoritaria y represiva con marcados tintes populistas de los regímenes de la época idealizada (los años de Nasser, Bourguiba, Hafez Al-Asad o el primer Gaddafi). Un análisis gramsciano de las formas hegemónicas del nacionalismo árabe hubiera contribuido a explicar las condiciones subjetivas de las revoluciones árabes, sintetizadas en el grito popular “Pan, libertad, dignidad” coreado por las masas árabes en las manifestaciones de 2011.
En este sentido, cabe señalar que la expresión “El pueblo quiere...” (al-shaab yurid...) que da título al libro (The People Want) es la primera parte del conocido lema voceado en las plazas árabes, que se completa con “la caída del régimen” (isqat al-nizam). “El pueblo quiere” es una afirmación inequívoca de una voluntad popular democrática sin intermediación de fórmulas representativas; “la caída del régimen” remacha el rechazo de soluciones de cariz reformista. Si bien Gilbert Achcar insiste en la historia árabe de la segunda mitad del siglo XX que explica la fuerza de esta demanda, el aspecto contingente de las revueltas árabes es un aspecto que no aborda con igual decisión. Hacerlo le habría permitido dar voz al “pueblo” y equilibrar la sobreabundancia teórica y estadística en que en ocasiones incurre la obra. Achcar, evidentemente, desprecia las tesis de Samuel Huntington y demás profetas de la imposibilidad democrática árabe (pp. 108-109), pero sin embargo concede a las élites árabo-musulmanas (entre ellos al economista marxista Samir Amin, la politóloga Mona El-Ghobashy, el historiador Rashid Khalidi o el especialista en estudios culturales Hamid Dabashi) un protagonismo que no se corresponde con el título elegido para su obra, deudor de un profundo igualitarismo y muy acorde con el empuje de las masas en las revueltas. No es sencillo localizar y calibrar referencias de carácter no bibliográfico para un trabajo académico como éste, pero se echa en falta la presencia de relatos alternativos a las voces académicas, en sintonía con la importancia que el autor concede a las nuevas formas de comunicación a la hora de comprender la subjetividad del desarrollo revolucionario.
Al inicio del libro Gilbert Achcar señala la dificultad que entraña la elección de la terminología para referirse al proceso de cambio en marcha en el mundo árabe: revolution-revolt-uprising-overturning son palabras que no sólo presuponen diferencias conceptuales, sino que, al traducirlas, sus correspondientes en árabe expresan a su vez matices distintos de los que tienen en inglés u otras lenguas europeas. Este conflicto lingüístico que siente el autor refleja a su vez un importante conflicto social, y de cómo se resuelve trata en el fondo The People Want, aunque en sus páginas, como en el propio proceso revolucionario en curso, no se opta por un significado unívoco o un término único. Y de forma también abierta, y con un sorprendente canto a la esperanza gaullista, concluye la obra: «El levantamiento árabe acaba de comenzar. “El futuro lleva mucho tiempo”, escribió Charles de Gaulle en sus memorias. Es una buena expresión de esperanza».
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