La campaña por la liberación de Ahed Tamimi visibiliza los juicios militares por los que cada año pasan 700 niños y jóvenes palestinos.
La familia Tamimi es una de tantas familias palestinas en lucha. En lucha por la vida, por un futuro, como dice la activista Manal Tamimi, por no tenerle que hablarles a sus niños de qué hacer si les detienen o si les gasean con gas pimienta. Para que no les roben su niñez ni su juventud. Para que no tengan miedo a los soldados israelíes que pueden irrumpir en la casa a cualquier hora del día o de la noche.
Vive en Nabi Saleh, un pueblo de 620 habitantes a 20 kilómetros de Ramallah, Cisjordania. Todos los viernes, desde hace 9 años, mujeres y hombres, niñas y niños de Nabi Saleh se manifiestan pacíficamente contra la ocupación y el asentamiento colono que en diciembre de 2009 tomó el manantial, se estableció en lo alto de la montaña y comenzó a expandirse por todo el valle. Salen a reivindicar el derecho a vivir libremente en sus tierras. En respuesta, el ejército de ocupación les dispara con gas mostaza y les envenenan el agua. La mitad del pueblo ha pasado por prisión y han sido heridos. A Manal Tamimi la han arrestado tres veces. En una de esas manifestaciones un francotirador le disparó a Manal a las piernas, el mismo día mataron a un joven que supuestamente tiraba piedras. Pero ni se rinden ni se doblegan.
La situación se ha tensionado aún más en toda Palestina. Desde que Donald Trump declaró Jerusalén capital de Israel, enfrentándose a la comunidad internacional, la resistencia palestina se ha reactivado y la represión se recrudece. En diciembre, en sólo tres semanas hubo más de 600 detenidos, de ellos 170 eran menores. Una de ellas fue Ahed Tamimi, la joven de 16 años, del clan Tamami. Se ha convertido en un símbolo de la resistencia después de que se hiciera viral un vídeo, grabado por su prima con el móvil, en el que la adolescente abofeteaba a un soldado israelí, una bofetada a un soldado del cuarto ejercito más poderoso del mundo. Días antes de la bofetada, un soldado había disparado en la cara a su primo de 14 años. Así es la vida en Palestina.
Las imágenes se hicieron virales y recorrieron el mundo. El gobierno israelí reaccionó y detuvo a Ahed la madrugada del pasado 20 de diciembre. En la detención participaron una treintena de soldados, según su padre. El ministro de Educación israelí declaró que Ahed debería acabar sus días en la cárcel. Pero se desató una campaña internacional que ha hecho que el juicio militar, que la puede condenar a 20 años de prisión, se haya aplazado ya dos veces esperando que se apague un poco la llama de la solidaridad internacional de apoyo a esta heroína de la resistencia palestina.
La madre de Ahed fue detenida esa misma tarde cuando fue a visitar a su hija a la prisión. También arrestaron a la prima que grabó la bofetada al soldado. Una semana después Manal Tatami, prima también de Ahed, fue arrestada en una manifestación frente a la prisión en la que estaban las tres mujeres de la familia. Pedían la libertad de las presas y otros activistas de la lucha de liberación palestina.
La punta del iceberg
El caso de Ahed Tamimi es sólo la punta del iceberg, pero como dice la periodista María Landi, que lleva muchos años documentando y denunciando las atrocidades que el Estado de Israel comete contra las niñas, niños y adolescentes en Palestina, “no podemos menos que alegrarnos: al menos un caso ha trascendido el cerco mediático y sobre todo el mundo de indiferencia y silencio en torno a la niñez palestina (…) La punta del iceberg de una realidad cotidiana escandalosa e intolerable que la juventud palestina y sus comunidades soportan desde hace al menos medio siglo sin merecer la atención de los medios de comunicación”.
La detención de menores es una práctica permanente en Palestina donde la política deliberada del poder ocupante no es sólo aplastar la resistencia sino aniquilar a las jóvenes generaciones.
El objetivo se implementa de dos formas, dice Landi, mediante el asesinato y la cárcel. Las ejecuciones sumarias y arbitrarias de jóvenes es una constantes. Desde el año 2000, Israel asesinó a más de 1.800 niñas y niños palestinos. Y desde ese mismo año encarceló a mas de 8.000 menores de edad. Las detenciones aumentaron en los últimos años. En 2017 arrestaron a 1.467 menores.
Las pesadilla suele comenzar por la noche con la llegada violenta de soldados armados, con o sin perros de presa y miembros de los servicios secretos. Levantan a los niños, les vendan los ojos, les esposan las manos en la espalda y se los llevan en la parte trasera de un vehículo militar. Ahí suelen empezar los abusos. Tres de cada cuatro niñas, niños y adolescentes detenidos reciben malos tratos. La mayoría de las veces se llevan a los niños y jóvenes sin dar explicaciones a sus padres. Les conducen al centro de detención. Se les interroga sin la presencia de abogado, ni familiares, ni una grabación. De esas paredes sólo trascienden relatos de abusos y maltratos. Es habitual que sufran torturas.
Dos niños de 13 y 14 años, de una población cercana al asentamiento de Hebrón que sufre constantes ataques de colonos armados, relataron cómo les obligaron a auto-inculparse de actos que no habían realizado. “Me agarró del cuello y la camiseta, me tiró contra la pared, me caí al suelo. Me pateó entre las piernas. Las preguntas y los golpes continuaron durante media hora, me causó mucho dolor, así que para acabar con todo eso le dije que había tirado piedras dos veces”.
Los niños que han sufrido la violencia en los centros de detención y cárceles sufren efectos postraumáticos como ansiedad, sentimiento de culpa, inseguridad, dificultades de comunicación, insomnio, baja autoestima.
A partir de los 12 años un palestino puede ir a una cárcel en territorio israelí. Se les aplica el código penal militar. Un niño de 14 ó 15 años puede ser condenado a una pena de entre 12 meses y 5 años en prisión. Cuando ya tienen 16 años las penas serán como las de los adultos. La condena por tirar una piedra puede ser de 10 años, y si ésta va dirigida a un vehículo, 20 años.
Cada año unos 700 niños y niñas pasan por los tribunales militares, como lo hará Ahed Tamimi en marzo si no le vuelven a aplazar el juicio. Les juzgan militares de un ejército de ocupación que los considera enemigos que deben de ser neutralizados. De hecho, el 99% son condenados. Y las sentencias son aún más largas para quienes residen en Jerusalén, como parte de la estrategia de limpiar la ciudad de población palestina.
Manal Tamimi también advierte que en estos últimos meses el ejército ha puesto en el punto de mira a los niños y jóvenes para atemorizarles y desactivarles y evitar que se propague el ejemplo de Ahmed como símbolo, que ya es de la resistencia. Pero las prácticas son las de siempre. En ocasiones cuando arrestan a alguien, obligan a niños de la comunidad a que vean cómo es golpeado antes de llevárselo. Es una advertencia: el próximo puedes ser tú.
El arresto masivo de niños, acusados de tirar piedras, tiene varias finalidades: amedrentar y disuadir para que no resistan la dominación, mostrarles quién manda con poder ilimitado, recaudar dinero con las altas sumas de dinero que las familias tienen que pagar para liberar a los presos, y sobre todo para presionar a los menores con fuertes amenazas para que se conviertan en informantes del Shabak, los servicios secretos israelíes, para que delaten a sus propios familiares y vecinos. Como dice María Landi, una de las tantas facetas perversas del régimen colonial sionista que busca quebrar el tejido social y familiar de las comunidades palestinas.
LOS CHICOS DE HARES
Antes de Tamimi hubo otras campaña internacionales como la de los Chicos de Hares, cinco jóvenes del poblado de Hares, en Palestina ocupada, sentenciados a 15 años de cárcel acusados de tirar piedras. Todo comenzó cuando el 13 de marzo de 2013 una colona israelí choca en su coche contra un camión. Su hija queda grave. Declara a la policía que jóvenes palestinos tiraron piedras al coche provocando el accidente. Luego cambia la declaración y las piedras se convierten en bloques de construcción que nunca aparecieron. Los colonos piden venganza. En medio de la noche soldados israelíes enmascarados, con perros de ataque, destrozan las puertas de algunas casas del pueblo en busca de adolescentes. Detienen a 19 sin informar de los motivos. Dos días después vuelven y detienen a otros 10 menores. A uno le dicen “despídete de tu madre, puede que no la vuelvas a ver”. Los golpes y abusos empezaron en el viaje. Golpes con la culata del fusil en la cara, golpeados en el suelo del Jeep, viajaron sentados encima de ellos. Luego, a puerta cerrada, viene todo lo peor: les desnudan, les golpean más, celdas de aislamiento inhumanas… torturas.
Después de semanas de aislamientos abusos múltiples, los cinco adolescentes “confiesan” haber lanzado piedras a coches colonos. Firman confesiones en hebreo, un idioma que no conocen. No tuvieron derecho a abogados ni a la presencia de familiares.
Vive en Nabi Saleh, un pueblo de 620 habitantes a 20 kilómetros de Ramallah, Cisjordania. Todos los viernes, desde hace 9 años, mujeres y hombres, niñas y niños de Nabi Saleh se manifiestan pacíficamente contra la ocupación y el asentamiento colono que en diciembre de 2009 tomó el manantial, se estableció en lo alto de la montaña y comenzó a expandirse por todo el valle. Salen a reivindicar el derecho a vivir libremente en sus tierras. En respuesta, el ejército de ocupación les dispara con gas mostaza y les envenenan el agua. La mitad del pueblo ha pasado por prisión y han sido heridos. A Manal Tamimi la han arrestado tres veces. En una de esas manifestaciones un francotirador le disparó a Manal a las piernas, el mismo día mataron a un joven que supuestamente tiraba piedras. Pero ni se rinden ni se doblegan.
La situación se ha tensionado aún más en toda Palestina. Desde que Donald Trump declaró Jerusalén capital de Israel, enfrentándose a la comunidad internacional, la resistencia palestina se ha reactivado y la represión se recrudece. En diciembre, en sólo tres semanas hubo más de 600 detenidos, de ellos 170 eran menores. Una de ellas fue Ahed Tamimi, la joven de 16 años, del clan Tamami. Se ha convertido en un símbolo de la resistencia después de que se hiciera viral un vídeo, grabado por su prima con el móvil, en el que la adolescente abofeteaba a un soldado israelí, una bofetada a un soldado del cuarto ejercito más poderoso del mundo. Días antes de la bofetada, un soldado había disparado en la cara a su primo de 14 años. Así es la vida en Palestina.
Las imágenes se hicieron virales y recorrieron el mundo. El gobierno israelí reaccionó y detuvo a Ahed la madrugada del pasado 20 de diciembre. En la detención participaron una treintena de soldados, según su padre. El ministro de Educación israelí declaró que Ahed debería acabar sus días en la cárcel. Pero se desató una campaña internacional que ha hecho que el juicio militar, que la puede condenar a 20 años de prisión, se haya aplazado ya dos veces esperando que se apague un poco la llama de la solidaridad internacional de apoyo a esta heroína de la resistencia palestina.
La madre de Ahed fue detenida esa misma tarde cuando fue a visitar a su hija a la prisión. También arrestaron a la prima que grabó la bofetada al soldado. Una semana después Manal Tatami, prima también de Ahed, fue arrestada en una manifestación frente a la prisión en la que estaban las tres mujeres de la familia. Pedían la libertad de las presas y otros activistas de la lucha de liberación palestina.
La punta del iceberg
El caso de Ahed Tamimi es sólo la punta del iceberg, pero como dice la periodista María Landi, que lleva muchos años documentando y denunciando las atrocidades que el Estado de Israel comete contra las niñas, niños y adolescentes en Palestina, “no podemos menos que alegrarnos: al menos un caso ha trascendido el cerco mediático y sobre todo el mundo de indiferencia y silencio en torno a la niñez palestina (…) La punta del iceberg de una realidad cotidiana escandalosa e intolerable que la juventud palestina y sus comunidades soportan desde hace al menos medio siglo sin merecer la atención de los medios de comunicación”.
La detención de menores es una práctica permanente en Palestina donde la política deliberada del poder ocupante no es sólo aplastar la resistencia sino aniquilar a las jóvenes generaciones.
El objetivo se implementa de dos formas, dice Landi, mediante el asesinato y la cárcel. Las ejecuciones sumarias y arbitrarias de jóvenes es una constantes. Desde el año 2000, Israel asesinó a más de 1.800 niñas y niños palestinos. Y desde ese mismo año encarceló a mas de 8.000 menores de edad. Las detenciones aumentaron en los últimos años. En 2017 arrestaron a 1.467 menores.
Las pesadilla suele comenzar por la noche con la llegada violenta de soldados armados, con o sin perros de presa y miembros de los servicios secretos. Levantan a los niños, les vendan los ojos, les esposan las manos en la espalda y se los llevan en la parte trasera de un vehículo militar. Ahí suelen empezar los abusos. Tres de cada cuatro niñas, niños y adolescentes detenidos reciben malos tratos. La mayoría de las veces se llevan a los niños y jóvenes sin dar explicaciones a sus padres. Les conducen al centro de detención. Se les interroga sin la presencia de abogado, ni familiares, ni una grabación. De esas paredes sólo trascienden relatos de abusos y maltratos. Es habitual que sufran torturas.
Dos niños de 13 y 14 años, de una población cercana al asentamiento de Hebrón que sufre constantes ataques de colonos armados, relataron cómo les obligaron a auto-inculparse de actos que no habían realizado. “Me agarró del cuello y la camiseta, me tiró contra la pared, me caí al suelo. Me pateó entre las piernas. Las preguntas y los golpes continuaron durante media hora, me causó mucho dolor, así que para acabar con todo eso le dije que había tirado piedras dos veces”.
Los niños que han sufrido la violencia en los centros de detención y cárceles sufren efectos postraumáticos como ansiedad, sentimiento de culpa, inseguridad, dificultades de comunicación, insomnio, baja autoestima.
A partir de los 12 años un palestino puede ir a una cárcel en territorio israelí. Se les aplica el código penal militar. Un niño de 14 ó 15 años puede ser condenado a una pena de entre 12 meses y 5 años en prisión. Cuando ya tienen 16 años las penas serán como las de los adultos. La condena por tirar una piedra puede ser de 10 años, y si ésta va dirigida a un vehículo, 20 años.
Cada año unos 700 niños y niñas pasan por los tribunales militares, como lo hará Ahed Tamimi en marzo si no le vuelven a aplazar el juicio. Les juzgan militares de un ejército de ocupación que los considera enemigos que deben de ser neutralizados. De hecho, el 99% son condenados. Y las sentencias son aún más largas para quienes residen en Jerusalén, como parte de la estrategia de limpiar la ciudad de población palestina.
Manal Tamimi también advierte que en estos últimos meses el ejército ha puesto en el punto de mira a los niños y jóvenes para atemorizarles y desactivarles y evitar que se propague el ejemplo de Ahmed como símbolo, que ya es de la resistencia. Pero las prácticas son las de siempre. En ocasiones cuando arrestan a alguien, obligan a niños de la comunidad a que vean cómo es golpeado antes de llevárselo. Es una advertencia: el próximo puedes ser tú.
El arresto masivo de niños, acusados de tirar piedras, tiene varias finalidades: amedrentar y disuadir para que no resistan la dominación, mostrarles quién manda con poder ilimitado, recaudar dinero con las altas sumas de dinero que las familias tienen que pagar para liberar a los presos, y sobre todo para presionar a los menores con fuertes amenazas para que se conviertan en informantes del Shabak, los servicios secretos israelíes, para que delaten a sus propios familiares y vecinos. Como dice María Landi, una de las tantas facetas perversas del régimen colonial sionista que busca quebrar el tejido social y familiar de las comunidades palestinas.
LOS CHICOS DE HARES
Antes de Tamimi hubo otras campaña internacionales como la de los Chicos de Hares, cinco jóvenes del poblado de Hares, en Palestina ocupada, sentenciados a 15 años de cárcel acusados de tirar piedras. Todo comenzó cuando el 13 de marzo de 2013 una colona israelí choca en su coche contra un camión. Su hija queda grave. Declara a la policía que jóvenes palestinos tiraron piedras al coche provocando el accidente. Luego cambia la declaración y las piedras se convierten en bloques de construcción que nunca aparecieron. Los colonos piden venganza. En medio de la noche soldados israelíes enmascarados, con perros de ataque, destrozan las puertas de algunas casas del pueblo en busca de adolescentes. Detienen a 19 sin informar de los motivos. Dos días después vuelven y detienen a otros 10 menores. A uno le dicen “despídete de tu madre, puede que no la vuelvas a ver”. Los golpes y abusos empezaron en el viaje. Golpes con la culata del fusil en la cara, golpeados en el suelo del Jeep, viajaron sentados encima de ellos. Luego, a puerta cerrada, viene todo lo peor: les desnudan, les golpean más, celdas de aislamiento inhumanas… torturas.
Después de semanas de aislamientos abusos múltiples, los cinco adolescentes “confiesan” haber lanzado piedras a coches colonos. Firman confesiones en hebreo, un idioma que no conocen. No tuvieron derecho a abogados ni a la presencia de familiares.
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