Las noticias que llegan de Iraq son confusas. Pero en medio de la penumbra alimentada por la escasa información contrastada y las tentaciones simplificadoras, tres evidencias van abriéndose paso frente al sensacionalismo y la demagogia.La primera es que ISIS o EIIL (Estado Islámico de Iraq y El Levante, o Daesh, en su acrónimo árabe) es sólo una de las facciones implicadas en una gran insurrección que se caracteriza como “sunní” pero que incluye exmilitares baazistas, milicias tribales y a una parte de la población. El carácter fulminante del avance rebelde y la facilidad con que se tomó Mosul, una ciudad de dos millones de habitantes, parece confirmar este extremo. También el comunicado del Consejo Militar de la Revolución Iraquí (que agrupó a consejos militares locales formados por oficiales del anterior Ejército), que exagera al atribuirse el protagonismo de la operación, pero que pone de manifiesto la intervención o el apoyo de grupos no yihadistas -y de otros grupos yihadistas. Por su parte, el portavoz de Frente Patriótico Nacionalista e Islámico (articulado en torno al Partido Baaz) se muestra discreto a la hora de atribuirse la iniciativa pero le otorga todo su apoyo militar y político, al igual que la Asociación de Ulemas Musulmanes y las formaciones armadas islamistas vinculadas a ella. Lo que no está clara es la relación de fuerzas: si el malestar sunní se ha montado en el tren sirio del ISIS -como sugiere Karlos Zurutuza- o si, al revés, había un plan precedente de las fuerzas locales -como plantea en el diario libanés Al-Ahkbar Alaa Al-Lami- al que ISIS habría sumado sus armas y su experiencia militar. La otra duda es cuánto tiempo tardará en romperse esa alianza táctica; llegan ya noticias de conflictos en Mosul y el precedente sirio no se puede ignorar. El programa feroz de ISIS, una escisión radical de la radicalísima Al-Qaeda, no puede sino chocar, más temprano que tarde, con la moderación o el laicismo de las otras facciones y con el sentir mayoritario de la población. El propio Lakhdar Brahimi, exmediador de la ONU en Siria, así lo ha señalado: “los sunníes en Iraq no apoyan a los yihadistas porque sean yihadistas sino porque son el enemigo de su enemigo”.
La segunda evidencia es la responsabilidad histórica de EEUU. El apoyo a Saddam Hussein frente a Irán en la larga y devastadora guerra que enfrentó a ambos países mutó a continuación en el abyecto acoso a la propia población de Iraq, sometida a una primera agresión militar (1991) y a un interminable bloqueo, al que sólo puso fin la invasión y ocupación del país en 2003, con el balance de todos conocido: en torno a un millón de muertos, millones de desplazados y refugiados y el desmantelamiento de todas las estructuras del Estado -desde el ejército a la sanidad y la educación- que habían permitido, incluso en los peores años del bloqueo, la supervivencia social. En términos políticos, la ocupación estadounidense y el desmantelamiento del Estado tuvo otro efecto letal. Nos referimos al régimen “democrático” sectario impuesto por EEUU, responsable directo de la sangrienta guerra civil de 2006 y de los sucesivos gobiernos pro-iraníes que han fomentado al mismo tiempo las divisiones confesionales, la corrupción petrolera y la represión política. Desde julio de 2011, cuando una parte del pueblo iraquí, sobre todo en el llamado triángulo sunní, se suma a las revueltas de la región, la respuesta de Al-Maliki frente al descontento no se distingue en nada de la de las dictaduras de la zona y nada, desde luego, de la de Bachar Al-Assad, en una escalada implacable de golpes, fuego real contra los manifestantes y bombardeos con barriles de dinamita, y todo ello acompañado de la familiar propaganda “anti-terrorista” y “anti-yihadista”. Al-Qaeda existe, sin duda, pero gracias también a la ocupación, que propició el caos y los conflictos sectarios y dejó a la población inerme frente a sus tropelías. Conviene recordar, en efecto, que Al-Qaeda sólo entró en Iraq tras la invasión estadounidense y que fue combatida por la propia población sunní, una parte de la cual mantuvo una alianza táctica con los EEUU y el gobierno de Bagdad a través de los llamados consejos locales de autodefensa Sajua (Despertar). La decisión del gobierno Al-Maliki de dejar de apoyar estos consejos, decisión que ha abierto camino al grupo disidente ISIS, más radical pero opuesto a Al-Qaeda, se ajusta sospechosamente a la estrategia de yihadización de toda forma de oposición, yihadización alimentada por los regímenes de la región y muy especialmente por el de Bachar Al-Assad. Convertir -en los discursos y sobre el terreno- una protesta legítima en “fanatismo terrorista” es una práctica rutinaria y relativamente fácil -si se tienen medios de propaganda y muchos cañones- que todos los dictadores han copiado de los EEUU. Sería ingenuo y poco realista hablar en Iraq de una insurrección consciente y democrática en favor de la unidad nacional, pero si la fragmentación del país parece hoy más probable que nunca y la única alternativa a la pobreza, la violencia y la corrupción es la que ofrecen el yihadismo y el neobaazismo, todo ello, no hay que olvidarlo, es la consecuencia de la invasión estadounidense y de las políticas sectarias y corruptas de los gobiernos que se han sucedido en Bagdad en los últimos diez años. En todo caso, lo deseable sería que este impulso inicial canalizase las aspiraciones integradoras y democráticas de la inmensa mayoría de los hombres y mujeres iraquíes, también las de los miembros de la comunidad chií, pues ¿alguien en su sano juicio, a tenor de cualquier dato al que se pueda acceder, considera que el gobierno de Al-Maliki representa genuinamente a los chiíes de Iraq o que esta comunidad ha ganado en derechos democráticos y sociales en estos años?
En cuanto a la tercera evidencia, debería hacer reflexionar a los que tratan de simplificar la complejidad geo-estratégica de la zona a partir de la existencia de un omnipotente y maquiavélico plan estadounidense. La invasión de Iraq por parte de EEUU fue un desastre para los iraquíes, pero también para el plan “maquiavélico y omnipotente” trazado desde Washington, que era sin duda maquiavélico pero no omnipotente. El imperialismo estadounidense no ha creado el mundo; trata de gestionarlo. Y cada vez que introduce un efecto “corrector” introduce al mismo tiempo un efecto inesperado que requiere una nueva corrección. ¿Por qué? Porque existen otras fuerzas, otros países y además, en un rinconcito despreciado del marco, los pueblos de la región. EEUU apoyó a Saddam Hussein para combatir la revolución islámica de Irán (¡islámica, no lo olvidemos!) y luego combatió a Saddam Hussein porque, en todo caso, era una potencia regional amenazadora para sus planes “maquiavélicos y omnipotentes”. Pero al combatir a Saddam Hussein mediante el peor de los planes posibles -una invasión militar precedida de patrañas públicas- entregó Iraq, oh paradoja, al enemigo iraní, cuyo poder regional se ha visto restablecido y fortalecido gracias al “plan maquiavélico y omnipotente” del imperialismo estadounidense. Tras la retirada de las tropas estadounidenses en 2010, en efecto, el gobierno de Al-Maliki es sobre todo un instrumento en manos de Jamenei y el gobierno de Teherán, como lo demuestra el apoyo militar de Iraq al régimen sirio, al lado del cual combaten milicias chiíes controladas desde Irán que vuelven en estos días a territorio iraquí a tratar de frenar al ISIS. Y ahora, para cerrar el círculo del extravagante “maquiavelismo y la omnipotencia” estadounidenses, nos encontramos en una situación en la que el gobierno de Al-Maliki, instalado por EEUU y manejado por Irán, pide ayuda al mismo tiempo a Washington y a Teherán “contra el terrorismo” y uno y otro responden con una alianza tácita que podría incluso volverse pública. Ruhani no lo ha desestimado y hasta ha invocado la intervención del Gran Satán. Obama, que ni quiere ni puede reocupar Iraq pero que podría bombardear posiciones rebeldes, ha mandado un portaaviones mientras milicias y asesores iraníes ya están operando en Iraq. Como decía Faysal Qassem hace poco, vivir para ver: de pronto nos encontramos al “eje de la resistencia” (Irán, Siria y Hizbullah) unido a EEUU en la misma trinchera. Algunos sectores de la izquierda estalibana se van a ver en la difícil tesitura de apoyar una intervención irano-estadounidense en Iraq o, frente a EEUU, apoyar a los fanáticos chiflados de ISIS contra los cuales justifican la criminal dictadura de Al-Assad y sus barriles cargados de dinamita. Cuando se simplifica en nombre de la geo-estrategia, llega la geo-estrategia y nos agarra los pies. La realidad es bellaca y no favorece a los pueblos, pero no es ni un plan estadounidense -o no sólo- ni, desde luego, una mala digestión anti-imperialista.
La segunda evidencia es la responsabilidad histórica de EEUU. El apoyo a Saddam Hussein frente a Irán en la larga y devastadora guerra que enfrentó a ambos países mutó a continuación en el abyecto acoso a la propia población de Iraq, sometida a una primera agresión militar (1991) y a un interminable bloqueo, al que sólo puso fin la invasión y ocupación del país en 2003, con el balance de todos conocido: en torno a un millón de muertos, millones de desplazados y refugiados y el desmantelamiento de todas las estructuras del Estado -desde el ejército a la sanidad y la educación- que habían permitido, incluso en los peores años del bloqueo, la supervivencia social. En términos políticos, la ocupación estadounidense y el desmantelamiento del Estado tuvo otro efecto letal. Nos referimos al régimen “democrático” sectario impuesto por EEUU, responsable directo de la sangrienta guerra civil de 2006 y de los sucesivos gobiernos pro-iraníes que han fomentado al mismo tiempo las divisiones confesionales, la corrupción petrolera y la represión política. Desde julio de 2011, cuando una parte del pueblo iraquí, sobre todo en el llamado triángulo sunní, se suma a las revueltas de la región, la respuesta de Al-Maliki frente al descontento no se distingue en nada de la de las dictaduras de la zona y nada, desde luego, de la de Bachar Al-Assad, en una escalada implacable de golpes, fuego real contra los manifestantes y bombardeos con barriles de dinamita, y todo ello acompañado de la familiar propaganda “anti-terrorista” y “anti-yihadista”. Al-Qaeda existe, sin duda, pero gracias también a la ocupación, que propició el caos y los conflictos sectarios y dejó a la población inerme frente a sus tropelías. Conviene recordar, en efecto, que Al-Qaeda sólo entró en Iraq tras la invasión estadounidense y que fue combatida por la propia población sunní, una parte de la cual mantuvo una alianza táctica con los EEUU y el gobierno de Bagdad a través de los llamados consejos locales de autodefensa Sajua (Despertar). La decisión del gobierno Al-Maliki de dejar de apoyar estos consejos, decisión que ha abierto camino al grupo disidente ISIS, más radical pero opuesto a Al-Qaeda, se ajusta sospechosamente a la estrategia de yihadización de toda forma de oposición, yihadización alimentada por los regímenes de la región y muy especialmente por el de Bachar Al-Assad. Convertir -en los discursos y sobre el terreno- una protesta legítima en “fanatismo terrorista” es una práctica rutinaria y relativamente fácil -si se tienen medios de propaganda y muchos cañones- que todos los dictadores han copiado de los EEUU. Sería ingenuo y poco realista hablar en Iraq de una insurrección consciente y democrática en favor de la unidad nacional, pero si la fragmentación del país parece hoy más probable que nunca y la única alternativa a la pobreza, la violencia y la corrupción es la que ofrecen el yihadismo y el neobaazismo, todo ello, no hay que olvidarlo, es la consecuencia de la invasión estadounidense y de las políticas sectarias y corruptas de los gobiernos que se han sucedido en Bagdad en los últimos diez años. En todo caso, lo deseable sería que este impulso inicial canalizase las aspiraciones integradoras y democráticas de la inmensa mayoría de los hombres y mujeres iraquíes, también las de los miembros de la comunidad chií, pues ¿alguien en su sano juicio, a tenor de cualquier dato al que se pueda acceder, considera que el gobierno de Al-Maliki representa genuinamente a los chiíes de Iraq o que esta comunidad ha ganado en derechos democráticos y sociales en estos años?
En cuanto a la tercera evidencia, debería hacer reflexionar a los que tratan de simplificar la complejidad geo-estratégica de la zona a partir de la existencia de un omnipotente y maquiavélico plan estadounidense. La invasión de Iraq por parte de EEUU fue un desastre para los iraquíes, pero también para el plan “maquiavélico y omnipotente” trazado desde Washington, que era sin duda maquiavélico pero no omnipotente. El imperialismo estadounidense no ha creado el mundo; trata de gestionarlo. Y cada vez que introduce un efecto “corrector” introduce al mismo tiempo un efecto inesperado que requiere una nueva corrección. ¿Por qué? Porque existen otras fuerzas, otros países y además, en un rinconcito despreciado del marco, los pueblos de la región. EEUU apoyó a Saddam Hussein para combatir la revolución islámica de Irán (¡islámica, no lo olvidemos!) y luego combatió a Saddam Hussein porque, en todo caso, era una potencia regional amenazadora para sus planes “maquiavélicos y omnipotentes”. Pero al combatir a Saddam Hussein mediante el peor de los planes posibles -una invasión militar precedida de patrañas públicas- entregó Iraq, oh paradoja, al enemigo iraní, cuyo poder regional se ha visto restablecido y fortalecido gracias al “plan maquiavélico y omnipotente” del imperialismo estadounidense. Tras la retirada de las tropas estadounidenses en 2010, en efecto, el gobierno de Al-Maliki es sobre todo un instrumento en manos de Jamenei y el gobierno de Teherán, como lo demuestra el apoyo militar de Iraq al régimen sirio, al lado del cual combaten milicias chiíes controladas desde Irán que vuelven en estos días a territorio iraquí a tratar de frenar al ISIS. Y ahora, para cerrar el círculo del extravagante “maquiavelismo y la omnipotencia” estadounidenses, nos encontramos en una situación en la que el gobierno de Al-Maliki, instalado por EEUU y manejado por Irán, pide ayuda al mismo tiempo a Washington y a Teherán “contra el terrorismo” y uno y otro responden con una alianza tácita que podría incluso volverse pública. Ruhani no lo ha desestimado y hasta ha invocado la intervención del Gran Satán. Obama, que ni quiere ni puede reocupar Iraq pero que podría bombardear posiciones rebeldes, ha mandado un portaaviones mientras milicias y asesores iraníes ya están operando en Iraq. Como decía Faysal Qassem hace poco, vivir para ver: de pronto nos encontramos al “eje de la resistencia” (Irán, Siria y Hizbullah) unido a EEUU en la misma trinchera. Algunos sectores de la izquierda estalibana se van a ver en la difícil tesitura de apoyar una intervención irano-estadounidense en Iraq o, frente a EEUU, apoyar a los fanáticos chiflados de ISIS contra los cuales justifican la criminal dictadura de Al-Assad y sus barriles cargados de dinamita. Cuando se simplifica en nombre de la geo-estrategia, llega la geo-estrategia y nos agarra los pies. La realidad es bellaca y no favorece a los pueblos, pero no es ni un plan estadounidense -o no sólo- ni, desde luego, una mala digestión anti-imperialista.
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