Israel recuerda estos días el asesinato de Yithak Rabin mientras el país adopta una tendencia cada día más ensimismada. La paz con los palestinos ha dejado de interesar a la mayoría de la población, para quien el nacionalismo y la religión se han convertido en los auténticos puntos de referencia.
EUGENIO GARCÍA GASCÓN
JERUSALÉN— La noche del 4 de noviembre de 1995 Yitzhak Rabin fue asesinado. El primer ministro acababa de participar en una concentración pacifista en el corazón de Tel Aviv. Ya se retiraba. Estaba a punto de entrar en el vehículo oficial cuando Yigal Amir, un joven judío ortodoxo y nacionalista, le disparó tres tiros por la espalda. Sus guardaespaldas lo condujeron al hospital más próximo, donde falleció unos minutos después.
La censura israelí prohibió divulgar la noticia que, sin embargo, se conoció inmediatamente en el resto del mundo. Las emisoras de radio y televisión locales interrumpieron sus emisiones y comenzaron a decir que Rabin había sufrido un atentado, pero en ningún momento comunicaron a la audiencia el resultado del atentado.
La censura israelí prohibió divulgar la noticia que, sin embargo, se conoció inmediatamente en el resto del mundo. Las emisoras de radio y televisión locales interrumpieron sus emisiones y comenzaron a decir que Rabin había sufrido un atentado, pero en ningún momento comunicaron a la audiencia el resultado del atentado.
El Canal 1, que entonces era el más visto, realizó una serie de entrevistas que parecían de otro mundo. Entonces internet estaba en pañales pero la muerte de Rabin circulaba de boca en boca y unos se la transmitían a otros a través del teléfono.
El veterano presentador del Canal 1, Haim Yavin, estableció una conexión telefónica con el hasta hacía poco primer ministro Yitzhar Shamir, del Likud, y entonces produjo una conversación surrealista. El presentador le pidió que hiciera una valoración política de Rabin, y Shamir, con un tono sorprendido, replicó: "Ah, ¿pero ustedes no saben lo que ha ocurrido esta noche en Tel Aviv?"
El presentador, visiblemente molesto, puesto que la censura no le permitía revelar lo ocurrido, respondió: "Sabemos que ha habido un atentado; eso es todo lo que sabemos". Shamir insistió: "¿Entonces solamente saben eso?". Y el presentador, aún más incómodo, volvió a repetir lo que ya había dicho, por lo que Shamir se limitó dar una respuesta circunstancial sin mencionar la muerte de Rabin.
No fue hasta varias horas más tarde cuando el secretario del gobierno, Eitan Haber, amigo personal de Rabin, fue autorizado a leer un breve comunicado oficial informando a los israelíes de la desaparición de su primer ministro, contando con el visto bueno del hombre fuerte, Shimon Peres.
La muerte de Rabin alteró la vida de una parte de la población, pero no de toda. Muchos respiraron con alivio con el magnicidio, esperando, como ocurrió, que el proceso de paz con los palestinos se enterrara. Rabin acababa de cantar en la céntrica plaza de Tel Aviv una canción pacifista y la derecha simplemente no toleraba estas cosas.
Es imposible saber qué habría ocurrido si no se hubiera consumado el magnicidio. Estos días, coincidiendo con el veinte aniversario, se han multiplicado las especulaciones, pero solo son especulaciones. La incuestionable realidad es que Rabin no ha tenido ningún sucesor en el seno de la izquierda.
Al contrario, la derecha más nacionalista y religiosa se ha consolidado y las expectativas de paz son inexistentes. La mayoría de los israelíes simplemente no están por la paz. Y esto mismo ha ocurrido con todos los gobiernos que ha habido desde el asesinato de Rabin, incluidos los laboristas. El deseo de paz con los palestinos cada vez está más en los márgenes de la sociedad.
En las aulas de los colegios, cada día más religiosos y nacionalistas, como el conjunto de la sociedad, se conmemora anualmente el magnicidio. No obstante, en los veinte años transcurridos, la memoria de Rabin ha dejado de importar en muchas escuelas. Su legado político ya no interesa porque es demasiado molesto para el gobierno y para todos los israelíes que prefieren continuar como hasta ahora, que son la mayoría.
El sábado último se realizó la concentración en el lugar del magnicidio, que entonces se llamaba Plaza de los Reyes de Israel y hoy se llama Plaza Yitzhak Rabin. Muy interesante fue observar los discursos. Hubo varios oradores israelíes, incluido el presidente Reuven Rivlin, así como Bill Clinton y Barack Obama, este último por videoconferencia.
Lo más notable es que Clinton y Obama hablaron de la paz. Clinton dijo a la audiencia que dependía de ellos. Sin embargo, la paz no depende de los israelíes, ni tampoco de los palestinos, sino de la comunidad internacional. Si no hay una fuerte presión internacional, Israel no se retirará de los territorios ocupados.
Mientras Clinton y Obama hablaban de paz, los oradores israelíes recalcaban la palabra democracia. Existe un amplio sentimiento en el país de que la democracia ha dejado de existir, o por lo menos no funciona razonablemente. Israel vive azotada por las corrientes nacionalista y religiosa cada vez más evidentes que sencillamente no permiten el desarrollo de la democracia. Este vino a ser el mensaje de los oradores locales.
Por lo tanto, no puede extrañar que el periodista más leído del país, Nahum Barnea, iniciara su comentario del día siguiente, domingo, en la portada del Yediot Ahronot, advirtiendo que los "valores democráticos se están desmoronando". No es la primera vez que lo hace, la tendencia está ahí desde hace mucho tiempo y cada vez se desarrolla con mayor rapidez, y esto es algo que preocupa considerablemente al sector de los israelíes que asisten espantados a este fenómeno.
En el último partido jugado por el Beitar la semana pasada, numerosos seguidores del equipo de Jerusalén identificado con el Likud corearon consignas a favor del magnicida Yigal Amir. Todos los israelíes pudieron escuchar los gritos por televisión. Tal vez solo sea una anécdota pero tal vez sea otro síntoma de la imparable involución que experimenta el país.
El veterano presentador del Canal 1, Haim Yavin, estableció una conexión telefónica con el hasta hacía poco primer ministro Yitzhar Shamir, del Likud, y entonces produjo una conversación surrealista. El presentador le pidió que hiciera una valoración política de Rabin, y Shamir, con un tono sorprendido, replicó: "Ah, ¿pero ustedes no saben lo que ha ocurrido esta noche en Tel Aviv?"
El presentador, visiblemente molesto, puesto que la censura no le permitía revelar lo ocurrido, respondió: "Sabemos que ha habido un atentado; eso es todo lo que sabemos". Shamir insistió: "¿Entonces solamente saben eso?". Y el presentador, aún más incómodo, volvió a repetir lo que ya había dicho, por lo que Shamir se limitó dar una respuesta circunstancial sin mencionar la muerte de Rabin.
No fue hasta varias horas más tarde cuando el secretario del gobierno, Eitan Haber, amigo personal de Rabin, fue autorizado a leer un breve comunicado oficial informando a los israelíes de la desaparición de su primer ministro, contando con el visto bueno del hombre fuerte, Shimon Peres.
La muerte de Rabin alteró la vida de una parte de la población, pero no de toda. Muchos respiraron con alivio con el magnicidio, esperando, como ocurrió, que el proceso de paz con los palestinos se enterrara. Rabin acababa de cantar en la céntrica plaza de Tel Aviv una canción pacifista y la derecha simplemente no toleraba estas cosas.
Es imposible saber qué habría ocurrido si no se hubiera consumado el magnicidio. Estos días, coincidiendo con el veinte aniversario, se han multiplicado las especulaciones, pero solo son especulaciones. La incuestionable realidad es que Rabin no ha tenido ningún sucesor en el seno de la izquierda.
Al contrario, la derecha más nacionalista y religiosa se ha consolidado y las expectativas de paz son inexistentes. La mayoría de los israelíes simplemente no están por la paz. Y esto mismo ha ocurrido con todos los gobiernos que ha habido desde el asesinato de Rabin, incluidos los laboristas. El deseo de paz con los palestinos cada vez está más en los márgenes de la sociedad.
En las aulas de los colegios, cada día más religiosos y nacionalistas, como el conjunto de la sociedad, se conmemora anualmente el magnicidio. No obstante, en los veinte años transcurridos, la memoria de Rabin ha dejado de importar en muchas escuelas. Su legado político ya no interesa porque es demasiado molesto para el gobierno y para todos los israelíes que prefieren continuar como hasta ahora, que son la mayoría.
El sábado último se realizó la concentración en el lugar del magnicidio, que entonces se llamaba Plaza de los Reyes de Israel y hoy se llama Plaza Yitzhak Rabin. Muy interesante fue observar los discursos. Hubo varios oradores israelíes, incluido el presidente Reuven Rivlin, así como Bill Clinton y Barack Obama, este último por videoconferencia.
Lo más notable es que Clinton y Obama hablaron de la paz. Clinton dijo a la audiencia que dependía de ellos. Sin embargo, la paz no depende de los israelíes, ni tampoco de los palestinos, sino de la comunidad internacional. Si no hay una fuerte presión internacional, Israel no se retirará de los territorios ocupados.
Mientras Clinton y Obama hablaban de paz, los oradores israelíes recalcaban la palabra democracia. Existe un amplio sentimiento en el país de que la democracia ha dejado de existir, o por lo menos no funciona razonablemente. Israel vive azotada por las corrientes nacionalista y religiosa cada vez más evidentes que sencillamente no permiten el desarrollo de la democracia. Este vino a ser el mensaje de los oradores locales.
Por lo tanto, no puede extrañar que el periodista más leído del país, Nahum Barnea, iniciara su comentario del día siguiente, domingo, en la portada del Yediot Ahronot, advirtiendo que los "valores democráticos se están desmoronando". No es la primera vez que lo hace, la tendencia está ahí desde hace mucho tiempo y cada vez se desarrolla con mayor rapidez, y esto es algo que preocupa considerablemente al sector de los israelíes que asisten espantados a este fenómeno.
En el último partido jugado por el Beitar la semana pasada, numerosos seguidores del equipo de Jerusalén identificado con el Likud corearon consignas a favor del magnicida Yigal Amir. Todos los israelíes pudieron escuchar los gritos por televisión. Tal vez solo sea una anécdota pero tal vez sea otro síntoma de la imparable involución que experimenta el país.
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