La memoria hierve en Palestina: el presente eterno de Deir Yassin
JORGE RAMOS TOLOSA
Profesor de Historia Contemporánea de la Universitat de València
JORGE RAMOS TOLOSA @JORGERTOLOSA
"Deir Yassin". A partir del 9 de abril de 1948, su mera pronunciación provocó el pánico entre la población palestina. Deir Yassin era una pequeña localidad palestina a pocos kilómetros al noroeste de Jerusalén. El 9 de abril de 1948, tropas sionistas del Irgún y el Lehi irrumpieron en el pueblo y cometieron una masacre. Perpetraron atrocidades como violar y mutilar a mujeres y a niñas o rajar el vientre de embarazadas. Fahimi Zeidan, superviviente palestino de Deir Yassin, narró posteriormente que "nos llevaron uno detrás de otro; dispararon a un anciano y cuando una de sus hijas gritó, le dispararon a ella también. Luego llamaron a mi hermano Muhammad, y le dispararon en frente de nosotros, y cuando mi madre, que llevaba a mi hermana Khadra en sus brazos, pues todavía estaba amamantando, se arrojó sobre él llorando, también le dispararon". Testimonios similares pueden escucharse en documentales como Occupation 101: Voices Of The Silenced Majority, especialmente desde el minuto 5 en fragmentos subtitulados como este. La Cruz Roja y The New York Times declararon que 254 personas fueron asesinadas en Deir Yassin.
Desde aquel día de hace 75 años, el nombre de esta localidad fue proferida sistemáticamente por paramilitares sionistas y soldados israelíes como un dispositivo de guerra psicológica para expulsar de sus casas al mayor número posible de palestinos y palestinas durante la limpieza étnica de 1948, la Nakba. Este episodio histórico, clave en la memoria y en la identidad colectiva del pueblo palestino, supuso el desalojo forzoso de unas 750.000 personas palestinas que se convirtieron en refugiadas. 75 años después, Israel les sigue negando a ellas y a sus millones de descendientes su derecho al retorno reconocido por la Asamblea General de la ONU. Además, la Nakba también significó el desahucio y la destrucción de 615 localidades como Deir Yassin, así como el desmembramiento de Palestina.
Aunque la historia nunca está escrita ni es lineal, lo cierto es que el movimiento de colonialismo de asentamiento sionista llevaba décadas esperando, preparando y trabajando para conseguir el máximo de territorio con el mínimo de población no judía posible. Cuando comenzó la colonización sionista de Palestina, en el último cuarto del siglo XIX, el territorio entre el río Jordán y el mar Mediterráneo llevaba muchos siglos siendo judía, cristiana e islámica. Todas estas comunidades hablaban árabe y convivían con muchas menos dificultades de lo que lo hacían las personas judías en Europa, cuya discriminación y persecución había aumentado conforme avanzaba la centuria decimonónica. La colonización de asentamiento sionista (que no representaba al judaísmo ni a las comunidades judías y solo fue una propuesta más para abordar el denominado "problema judío", como también lo fue el asimilacionismo, el autonomismo o el bundismo), se forjó en la Europa del fervor imperialista, nacionalista y racista de la segunda industrialización. Pretendió crear un Estado exclusiva o mayoritariamente judío en un territorio que en aquellos años pertenecía al Sultanato Otomano y que contaba con aproximadamente un 85-86% de población musulmana, un 10-11% cristiana y menos de un 5% judía. Las resistencias palestinas, con un gran protagonismo de mujeres, emergieron desde entonces para que el territorio continuase siendo diverso y para evitar el despojo de tierras de la población nativa. Pero tras el fin del dominio otomano, la llegada británica con su respaldo estructural al sionismo y el anuncio del Reino Unido de traspasar el problema a la ONU y de abandonar Palestina, todo cambió en 1948. Fue un annus mirabilis para el colonialismo sionista y un annus horribilis para el pueblo palestino. Tres años después de este "cortocircuito" en la historia palestina (como definió la Nakba la escritora italo-palestina Jula Jebreal), Menachem Beguín, líder de la banda paramilitar sionista Irgún que cometió la masacre de Deir Yassin y posteriormente primer ministro israelí y Premio Nobel de la Paz, publicó sus memorias. En la publicación original de 1951 –en versiones posteriores la frase fue eliminada–, Beguín escribió que "no sólo estaba justificada, sino que no habría habido Estado de Israel sin Deir Yassin".
Pero pronto, las autoridades y los militares del nuevo Estado de Israel dejaron de pronunciar el nombre de aquel pequeño pueblo palestino. Deir Yassin fue sepultado, como otros cientos de municipios palestinos que experimentaron la Nakba. Sobre ellos se construyeron aparcamientos, colonias o infraestructuras israelíes para impedir que las refugiadas y los refugiados palestinos pudieran volver y para consumar un memoricidio. También se plantaron nuevos bosques, algunos de ellos, como el de Birya en Galilea, sobre seis antiguos pueblos palestinos. Para rematar la operación, el Estado israelí no solo se ha presentado al mundo como uno de los que más árboles planta (greenwashing), sino que bosques israelíes han recibido el nombre de víctimas judías del genocidio nazi o de personas que ayudaron a otras a sobrevivir. Entre estas últimas se encontraba Bastiaan Jan Ader, un holandés que salvó a unas 200 personas judías del nazismo. Su nombre figuró en los elementos memorialísticos del "Bosque de los 35", plantado junto al kibbutz Netiv HaLamed-Heh, ambos erigidos sobre las tierras de Bayt Nattif, un pueblo palestino desalojado por tropas israelíes en el otoño de 1948. Bastiaan Jan Ader fue capturado y asesinado por el Tercer Reich en 1944, 16 días después del nacimiento de su segundo hijo, Erik. Este hijo de Bastiaan, que llegaría a ser diplomático, protestó públicamente en 2016 porque hubiesen utilizado el nombre de su progenitor en este bosque que ocultaba la antigua localidad palestina de Bayt Nattif. Erik Ader acusó al Estado de Israel de estar "abusando de la memoria" de su padre y de usar su nombre para encubrir "una limpieza étnica".
La memoria palestina hierve en Deir Yassin. Este topónimo, utilizado durante meses en 1948 para provocar el terror entre la población palestina, no solo fue silenciado, sino que fue borrado del mapa. Tres años después de la Nakba, sobre las tierras arrasadas de Deir Yassin, se construyó un hospital psiquiátrico israelí. Entre otras personas, acogió a supervivientes judíos del genocidio nazi que, a su vez, como explicó la historiadora israelí Idith Zertal, fueron despreciados al tiempo que utilizados por las autoridades israelíes. Se les conocía como "sabonim", en referencia a la atroz práctica nazi de fabricar jabón con sus cuerpos. La instrumentalización del genocidio nazi por el proyecto colonial sionista fue y es fundamental para la legitimidad israelí y para acallar cualquier crítica bajo la acusación de "antisemitismo" (incluyendo formas de espionaje, hasbará, lawfare y represión internacional, últimamente centrados en fenómenos como la difusión y adopción de la definición de la IHRA). Con todo, cabe tener mucho cuidado y rigor con las analogías históricas y no es especialmente estratégico para la causa palestina comparar continuamente el nazismo con el sionismo. Y esto a pesar de las históricas colaboraciones entre organismos sionistas y el III Reich (como el Acuerdo Haavará de 1933, la invitación sionista a Adolf Eichmann, que visitó Haifa y un kibbutz sionista en octubre de 1937, o la propuesta de alianza del Lehi durante la Segunda Guerra Mundial, algunas de ellas estudiadas por Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén); de que según el profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén y especialista en Estudios del Holocausto Daniel Blatman el actual gobierno israelí "tiene ministros neonazis" (uno de ellos, Bezalel Smotrich, afirmó ser un "fascista homófobo" en enero de 2023); o de que Netanyahu sea un estrecho amigo y aliado de líderes de la extrema derecha mundial como Jair Bolsonaro o Viktor Orbán.
Igualmente, cabe reiterar que ni el movimiento sionista ni el Estado de Israel representaron ni representan al judaísmo ni a las comunidades judías. Innumerables personas y organizaciones judías se opusieron y se oponen a las ideas y prácticas sionistas-israelíes. Esto incluye a grandes referentes de la lucha antifascista y supervivientes judíos del genocidio nazi, como Esther Bejarano (que formó parte de la orquesta de mujeres de Auschwitz), Hedy Epstein (que, en 2004, cuando tenía 80 años, fue registrada y desnudada en el aeropuerto de Tel Aviv al ser considerada peligrosa), Shatzi Weisberger (enfermera judía y activista LGTBI, de Black Lives Matter y de Jewish Voice for Peace fallecida el pasado año) o Marek Edelman (miembro de la organización socialista judía antisionista Bund y uno de los líderes del levantamiento del gueto de Varsovia, en cuyo 50º aniversario fue silenciado por las autoridades israelíes). Como argumentó en un conocido video el profesor judío descendiente de víctimas del genocidio nazi Norman Finkelstein, quien fue apartado de su trabajo en Estados Unidos por sus críticas al régimen israelí: "Nada más despreciable que usar el sufrimiento y el martirio [judío durante el genocidio nazi] para intentar justificar la tortura, la brutalidad o la demolición de hogares que Israel comete diariamente contra las y los palestinos".
Pero las paradojas de la memoria todavía no habían acabado en Deir Yassin. En 1957, se inauguró el museo del Yad Vashem, que forma parte de la principal institución israelí para no olvidar las atrocidades del nazismo. El caso es que este museo está edificado sobre una parte de las tierras de explotación agrícola de Deir Yassin. La memoria no puede sino hervir al recordar la antilogía que supone que, desde el principal lugar de memoria del genocidio nazi construido por Israel se puede (no) ver el principal lugar de desmemoria de la limpieza étnica de Palestina. El "nunca más" de Yad Vashem frente "nunca fue" de Deir Yassin. Del "conocer es necesario" de Primo Levi en Yad Vashem al "desconocer es necesario" de Deir Yassin. La memoria del genocidio nazi es (y debe ser) un pilar de la identidad europea y humana para que no se repita nunca más. Y la memoria del colonialismo y del racismo, dentro y fuera de Palestina-Israel, también debe ser un pilar de la identidad europea y humana, aunque todavía esté muy lejos de serlo. No sólo eso, sino que el colonialismo y el racismo continúan siendo pilares del sistema-mundo actual junto con el capitalismo y el patriarcado y atraviesan múltiples cuerpos, realidades y territorios en todo el mundo.
La memoria palestina también hierve porque Deir Yassin y la Nakba no sólo son un pasado que no puede pasar, sino porque siguen siendo un presente eterno tres cuartos de siglo después. En palabras del poeta palestino Mahmoud Darwish, "bajo sitio, la vida se torna tiempo: memoria del principio, olvido del final". Algo relacionado con "las cadenas del absurdo tiempo" de la poetisa palestina Fadwa Tuqan y ese camino tan escrutado habitado por "una caravana de mártires" que nunca se acaba, en palabras de la también poetisa palestina Dareen Tatour, encarcelada por el régimen colonial israelí en 2015 y sentenciada a meses de prisión en 2018 por publicar versos como estos en Facebook y Youtube. El presente eterno de Deir Yassin y de la Nakba lo comprobamos sistemáticamente año tras año y décadas tras década desde hace 75 años. Solo en 2021 y 2022 las dos ONG más importantes del mundo dedicadas a los Derechos Humanos, Human Rights Watch y Amnistía Internacional, han explicado en detallados informes que las autoridades israelíes practican el apartheid contra el pueblo palestino. El apartheid es un crimen de lesa humanidad según el artículo 7 del Estatuto de Roma del Tribunal Penal Internacional, y la comunidad internacional debe contribuir a acabar con él. Sólo la última semana, durante el mes sagrado del Ramadán, el ejército israelí ha bombardeado Gaza, el Líbano y Siria y ha atacado en varias ocasiones a palestinas y palestinos que se encontraban en la mezquita de al-Aqsa, el tercer lugar más sagrado para el islam y patrimonio de la humanidad. Sólo habiendo pasado menos de 100 días de 2023, colonos y tropas del apartheid israelí han acabado con la vida de casi 100 palestinas y palestinos. Sólo en 2022, 231 personas palestinas fueron asesinadas por israelíes, 53 de ellas niñas y niños. Sólo el pasado año, 818 menores palestinos fueron detenidos; es decir, más de 2 de media al día. En 2018, un niño palestino de 3 años fue detenido en Hebrón por agentes armados israelíes acusado de lanzar piedras. En los 20 primeros años del siglo XXI, colonos y fuerzas del apartheid israelí han asesinado a más de 2.000 menores de edad palestinos.
Un último recuerdo que atraviesa el pasado, el presente y el futuro. Durante los bombardeos israelíes contra Gaza de verano de 2014, que acabaron con la vida de más de 2.200 personas, entre ellas más de 500 niñas y niños, centenares de supervivientes y víctimas judías del nazismo publicaron una carta entonado el "no en mi nombre", condenando "la masacre en Gaza" y pidiendo el boicot (BDS) a Israel. Al final de su escrito se pudo leer: "‘Nunca más’ ha de significar nunca más para nadie".
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