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Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.21-6-2012
En el segundo de nuestros extractos en exclusiva del libro The Case For Sanctions Against Israel Ilan Pappé, célebre historiador y escritor israelí, afirma que el movimiento de BDS [boicot, desinversión y sanciones a Israel] es el mejor medio de acabar con la opresiva ocupación de Israel y de evitar otra Nakba.
Ilan Pappe es profesor de Historia en la Universidad de Exeter. Es autor, entre otros libros, de The Ethnic Cleansing of Palestine [ La limpieza étnica de Palestina , Barcelona, Crítica; traducido por Luis A. Noriega Hederich] , Gaza in Crisis (con Noam Chomsky) y The Idea of Israel.
He sido un activista político durante la mayor parte de mi vida de adulto. Durante todos estos años he creído firmemente que la insoportable realidad de Israel y Palestina solo podría cambiar desde dentro. Por ello, me he dedicado constantemente a persuadir a la sociedad judía, a la que pertenezco y en la que nací, de que su política básica en la zona era errónea y desastrosa.
Como muchas otras personas, tenía claro las opciones que se me ofrecían: o bien podía unirme a la política desde arriba o contrarrestarla desde abajo. Empecé ingresando en el Partido Laborista en la década de 1980 y después en el Frente Democrático por la Paz y la Igualdad (Hadash), y entonces decliné una oferta de entrar en el Knesset [parlamento israelí].
Al mismo tiempo centré mis energías en trabajar con otras personas en ONG dedicadas a la educación y pacifistas, e incluso presidí dos de estas instituciones: el Instituto de Estudios sobre la Paz en Givat Haviva, que era sionista de izquierda, y el Instituto Emil Touma de Estudios Palestinos, no sionista. En ambos círculos, colegas tanto veteranos como más jóvenes soñaban con crear un diálogo constructivo con nuestros compatriotas en la esperanza de influir en la política actual para lograr una reconciliación futura. Se trató fundamentalmente de una campaña de información acerca de los crímenes y atrocidades cometidos por Israel desde 1948 y de un llamamiento a un futuro basado en derechos humanos y civiles iguales.
Para un activista, darse cuenta de que el cambio desde dentro es inalcanzable no solo se produce a partir de un proceso intelectual o político, sino que es más que nada la admisión de una derrota. Y fue este temor al derrotismo lo que durante mucho tiempo me impidió adoptar una postura más resuelta.
Después de casi treinta años de activismo y de investigación histórica, me convencí de que el equilibrio de poder en Palestina e Israel impedía toda posibilidad de una transformación desde dentro de la sociedad israelí judía en un futuro inmediato. Aunque con bastante retraso logré darme cuenta de que el problema no era una política particular o un gobierno específico, sino algo más profundamente arraigado en la infraestructura ideológica que desde 1948 conforma las decisiones israelíes sobre Palestina y los palestinos. En otra parte he descrito esta ideología como un híbrido entre colonialismo y nacionalismo romántico.
Israel es hoy un formidable Estado colonial de colonos, que no tiene ningún deseo de transformarse ni de comprometerse, y está ansioso por aplastar por cualquier medio que sea necesario toda resistencia a su control y a su dominio en la Palestina histórica. Empezando por la limpieza étnica del 80% de de Palestina en 1948 y la ocupación por parte de Israel del 20% restante de la tierra en 1967, los palestinos en Israel están ahora encerrados en megaprisones, bantustanes y asediados cantones, y sometidos a políticas discriminatorias.
Mientras tanto, millones de refugiados palestinos de todo el mundo no tienen forma de retornar a casa y el tiempo no ha hecho sino debilitar, cuando no aniquilar, todos los desafíos internos a esta infraestructura ideológica. Incluso mientras escribo, el Estado colonial israelí sigue colonizando aún más y desarraigando a la población originaria de Palestina.
Hay que reconocer que Israel no es un caso sencillo de colonialismo ni tampoco se pueden describir fácilmente como descolonización las soluciones a la ocupación de 1967 o la cuestión de Palestina como conjunto. A diferencia de la mayoría de los proyectos coloniales, el movimiento sionista no tiene metrópolis claras y como es muy anterior a la época del colonialismo, describirlo como tal sería un anacronismo. Pero estos paradigmas siguen siendo muy relevantes para esta situación por dos razones. La primera es que los esfuerzos diplomáticos en Palestina desde 1936 y el proceso de paz que empezó en 1967 no han hecho sino aumentar la cantidad de colonias israelíes en Palestina, que han pasado de menos del 10% de Palestina en 1936 a más del 90% del país hoy en día.
Así, parece que el mensaje de los agentes de paz, fundamentalmente estadounidenses desde 1970, es que se puede lograr la paz sin poner ninguna limitación significativa a las colonias en Palestina. Es cierto que periódicamente se ha evacuado a los colonos de las colonias de Gaza y de otros puesto avanzados aislados, pero esto no altera la matriz global de control colonial, con todos sus violaciones sistemáticas y cotidianas de los derechos humanos y civiles
La ocupación de Cisjordania y Gaza, la opresión de los palestinos dentro de Israel y la negación del derecho de los refugiados al retorno continuarán mientras estas políticas (ocupación, opresión y negación) se presenten de forma atractiva como un acuerdo de paz integral que tiene que ser suscrito obedientemente por los interlocutores árabes y palestinos.
La segunda razón de considerar la situación a través del prisma del colonialismo y anticolonialismo es que nos permite una mirada fresca a la raison d’être del proceso de paz. Aparte de la creación de dos Estados separados, es que Israel se retire de las zonas que ocupó en 1967.
Pero esto está supeditado a que se satisfagan la exigencias referentes a la seguridad israelíes, formuladas por el primer ministro Netanyahu como el reconocimiento de Israel como un Estado judío, y por el resto del centro político como la existencia de futuro Estado palestino desmilitarizado y establecido solo en partes de los territorios ocupados. El consenso es que después de la retirada, el ejercito [israelí] seguirá vigilando Palestina desde los bloques de colonias judías, Jerusalén Oriental, la frontera Jordana y el otro lado de los muros y vallas que rodean Cisjordania y Gaza.
Busque o no el Cuarteto, o incluso el actual gobierno estadounidenses, una retirada más completa y un Estado palestino más soberano, nadie en la comunidad internacional ha cuestionado seriamente la exigencia israelí de que primero se satisfagan sus exigencias de seguridad. El proceso de paz solo exige un cambio en la agenda palestina sin tocar en absoluto la israelí.
En otras palabras, el mensaje desde fuera de Israel es que el proceso de paz no requiere ninguna transformación desde dentro. Incluso da pie a que Israel haga interpretaciones: preocupado por la reacción de los colonos más radicales, el gobierno israelí no deseaba evacuarlos de los puestos avanzados aislados en los territorios ocupados. Que hasta los débiles dirigentes palestinos se hayan negado a aceptar estas razones ha permitido a los israelíes afirmar que los palestinos son estúpidos e inflexibles, y por lo tanto, que Israel tiene derecho a proseguir con sus políticas unilaterales para salvaguardar su seguridad nacional (la tristemente célebre “política de recolección”, según el término acuñado por Ehud Olmert).
Por lo tanto, parece acertado concluir que el proceso de paz en realidad ha disuadido al colonizador y ocupante de transformar su mentalidad y su ideología. Mientras la comunidad internacional espere a que los oprimidos transformen sus posturas al tiempo que validan las mantenidas por el opresor desde 1967, esta seguirá siendo la ocupación más brutal que ha conocido el mundo desde la Segunda Guerra Mundial.
Los anales del colonialismo y de la descolonización nos enseñan una condición sine qua non para que se iniciaran unas negociaciones positivas entre colonizador y colonizado era el final de la presencia militar. Un final incondicional de la presencia militar israelí en las vidas de más de tres millones de palestinos sería la condición previa de cualquier negociación, que solo se podrá desarrollar cuando la relación entre ambas partes no sea opresiva sino igual.
En la mayoría de los casos, los ocupantes no deciden marcharse. Se les obligó a irse, generalmente por medio de una prolongada y sangrienta lucha armada. Esto se ha intentado con poco éxito en el conflicto israelo-palestino. En pocos casos se logra éxito aplicando una presión externa al poder o Estado opresor en la última etapa de la descolonización. Esta última estrategia es más atractiva. En cualquier caso, el paradigma israelí de “paz” no va a cambiar a menos que se le presione desde fuera o se le obligue a hacerlo sobre el terreno.
Antes incluso de definir más específicamente qué implica esta presión, es fundamental no confundir los medios (la presión) con el objetivo (encontrar una fórmula para vivir juntos). En otras palabras, es importante insistir en que la finalidad de la presión es desencadenar negociaciones positivas, no ocupar el lugar de estas. Así, aunque sigo creyendo que el cambio desde dentro es clave para provocar una solución duradera a la cuestión de los refugiados, a las dificultades de la minoría palestina en Israel y al futuro de Jerusalén, primero hay que dar otros pasos para lograr esto.
¿Qué tipo de presión se necesita? Sudáfrica ha proporcionado el ejemplo histórico más esclarecedor e inspirador para quienes lideran este debate, mientras que sobre el terreno activistas y ONG bajo la ocupación han buscado medios no violentos tanto para resistir a la ocupación como para aumentar las formas de resistencia más allá de los atentados suicidas y el lanzamiento de misiles Qassam desde Gaza. Estos dos impulsos dieron como resultado la campaña de BDS contra Israel. No es una campaña coordinada que un conciliábulo secreto lleva a cabo. Empezó como un llamamiento hecho desde dentro de la sociedad civil bajo la ocupación, se adhirieron a él otros grupos palestinos y se tradujo en acciones individuales y colectivas en todo el mundo.
Estas acciones varían tanto en su objetivo como en la forma y van desde boicotear productos israelíes a romper relaciones con instituciones académicas en Israel.
Algunas acciones son demostraciones individuales de protesta; otras, campañas organizadas. Lo que tienen en común es su mensaje de indignación contra las atrocidades que tienen lugar en Palestina, aunque la elasticidad de la campaña la ha convertido en un proceso lo suficientemente amplio como para generar una nueva actitud de la opinión pública y una nueva atmósfera, sin ningún centro claro.
Para los pocos israelíes que apoyaron la campaña al principio, fue un momento definitivo que definió claramente nuestra postura respecto a los orígenes, naturaleza y política de nuestro Estado. Pero hablando con retrospectiva, también parece haber proporcionado apoyo moral, lo que ha sido útil para el éxito de la campaña.
Apoyar la campaña de BDS sigue siendo un acto drástico para un pacifista israelí. Lo excluye a uno inmediatamente del consenso y del discurso aceptado en Israel. Los palestinos pagan un precio más alto por su lucha y quienes siguen este camino no deberían esperar que se les compense, ni siquiera que se les elogie. Pero esto implica situarse uno mismo en una confrontación directa con el Estado, con la propia sociedad y, con bastante frecuencia, con los amigos y familia. A efectos prácticos, supone cruzar la última línea roja, decir adiós a la tribu.
Por ello, cualquiera de nosotros que decida unirse a este llamamiento debería hacerlo sin reservas y sabiendo perfectamente qué implica.
Pero realmente no hay otra alternativa. Cualquier otra opción, desde la indiferencia, pasando por la crítica suave, hasta el apoyo total a la política israelí, es una decisión deliberada de ser cómplice de crímenes contra la humanidad. La cerrazón de la mentalidad pública en Israel, el persistente dominio que ejercen los colonos sobre la sociedad israelí, el racismo inherente a la población judía, la deshumanización de los palestinos y el fuerte interés que tiene el ejército y la industria en mantener los territorios ocupados, todo ello significa que llevamos largo tiempo inmersos en una ocupación cruel y opresiva. Por lo tanto, la responsabilidad de los judíos israelíes es mucho mayor que la de cualquier otra persona implicada en hacer avanzar la paz en Israel y Palestina. Los judíos israelíes están llegando a darse cuenta de este hecho y por ello cada vez son más quienes apoyan el presionar a Israel desde fuera. Sigue siendo un grupo pequeño, pero conforma el núcleo del futuro campo de la paz israelí.
Se puede aprender mucho del proceso de Oslo. En él, los israelíes utilizaron el discurso de la paz como una forma conveniente de mantener la ocupación (ayudados durante un tiempo por dirigentes palestinos que fueron presa de las tácticas de engaño estadounidenses e israelíes). Esto significó que el final de la ocupación fue vetado no solo por los “halcones” sino también por las “palomas”, que realmente no tenían interés en detenerla. Por ello, el mundo en general debe aplicar a Israel una presión continua y eficaz. En el pasado esta presión demostró ser útil, especialmente en el caso de Sudáfrica. La presión también es necesaria para evitar que se conviertan en realidad los peores escenarios.
Después de la masacre en Gaza de enero de 2009, fue duro comprobar que las cosas podían empeorar, pero de hecho lo hacen: con la incesante expansión de las colonias y los continuos ataques a Gaza, el repertorio israelí del mal no se ha agotado todavía. El problema es que no es probable que los gobiernos de Europa, y mucho menos el de Estados Unidos, apoyen la campaña de BDS. Pero hay que recordar las tribulaciones de la campaña de boicot contra Sudáfrica, que emanó de las sociedades civiles y no de las esferas de poder.
En muchos sentidos, las noticias más alentadoras provienen de los ámbitos más inesperados: los campus estadounidenses. El entusiasmo y compromiso de cientos de estudiantes locales han contribuido en la última década a llevar la idea de la desinversión a la sociedad estadounidense, una sociedad a la que la campaña global por Palestina había considerado una causa perdida. Se han enfrentado a enemigos formidables: tanto el eficaz y cínico AIPAC como los fanáticos Cristianos Sionistas. Pero ofrecen una nueva manera de comprometerse con Israel, no solo por los palestinos, sino también por los judíos de todo el mundo.
En Europa una admirable coalición de musulmanes, judíos y cristianos está haciendo avanzar esta agenda a pesar de enfrentarse a feroces acusaciones de antisemitismo. La presencia de unos pocos judíos entre ellos ha ayudado a evitar estas acusaciones maliciosas y completamente falsas. No creo que el apoyo moral y activo de israelíes como yo mismo sea el ingrediente principal de esta campaña. Pero los contactos con judíos disidentes radicales y progresistas en Israel son vitales para la campaña. Son un puente hacia un público más amplio en Israel, que finalmente tendrá que ser incorporado. Es de esperar que la condición de paria persuadirá a Israel de abandonar sus políticas de crímenes de guerra y de violaciones de los derechos humanos. Esperamos empoderar a aquellas personas en el exterior que están ahora comprometidas en la campaña y nosotros mismos nos empoderamos con sus acciones.
Parece que todos nosotros necesitamos objetivos claros y estar vigilantes ante las generalizaciones simplistas acerca de que el boicot es contra Israel por ser judío o en contra de los judíos por estar en Israel. Simplemente, esto no es cierto. Hay que tener en cuenta a los millones de judíos de Israel. Son un organismo vivo que seguirá siendo parte de cualquier solución futura. Sin embargo, primero está nuestro deber sagrado de acabar con la opresiva ocupación e impedir otra Nakba y la mejor manera de hacerlo es una prolongada campaña de boicot y desinversión.
Este artículo es un extracto original de The Case for Sanctions Against Israel , publicado por Verso el 15 de mayo de 2012 y en el que varias voces internacionales argumentan a favor del boicot, la desinversión y las sanciones. En el libro hay contribuciones de John Berger, Slavoj Žižek, Angela Davis, Mustafa Barghouti, Ken Loach, Neve Gordon, Naomi Klein, Omar Barghouti, Ilan Pappe y de otras muchas personas.
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