martes, 13 de enero de 2015

Los yihadistas existen y también los fascistas

Michel Houellebecq se equivoca: la distopía que tiene muchas posibilidades de encarnarse en Francia no es la del gobierno en 2022 deun partido fundamentalista musulmán que islamice al país del Siglo de las Luces, la Toma de la Bastilla y el Mayo de 1968. El argumento deSoumission, su última y polémica novela, es tan disparatado como el deMars Attack!, la película de Tim Burton, aunque muchísimo menos divertido. Ninguna Fraternidad Musulmana conseguirá la mayoría política en Francia dentro de unos cuantos años con el apoyo de las fuerzas de izquierda y centroderecha.

Ése, ya lo sabemos, es el fantasma que, en sustitución del antisemitismo, agita en los últimos años la ultraderecha francesa y, en general, europea, lo que cree Anders Breivik, el terrorista que mató a 77 personas en Noruega, en julio de 2011. Pero su verosimilitud es nula, equiparable a la de un presidente marciano rigiendo los destinos del mundo desde la Casa Blanca. Y, además, insisto, sin la gracia de los extraterrestres cabezones de Tim Burton.
No, monsieur Houellebecq, la antiutopía que podemos ver pronto en Francia, la sociedad indeseable que se está gestando al norte de los Pirineos, es la de un país gobernado por el Frente Nacional de Marine Le Pen. Incluso no me extrañaría que su nacimiento se produjera en las elecciones de 2017, cinco años antes que el escenario contrario imaginado en Soumission.

Digo esto porque los bárbaros que han irrumpido en la redacción parisina de Charlie Hebdo y allí han asesinado a sangre fría a una docena o más de personas, han puesto viento adicional favorable en las alas del Frente Nacional. Su brutalidad sólo es pareja a su estupidez. Les han hecho un flaco servicio a esa inmensa mayoría de musulmanes de Francia que sólo quieren trabajar y vivir en paz, que ven como la islamofobia ocupa el lugar que tuvo el antisemitismo en la propaganda de los antecesores del Frente Nacional: los verdugos de Dreyfus, la Action Française de Charles Maurras, las Ligas de los años 1930, la Cagoule y su acción terrorista, el régimen de Vichy del mariscal Pétain, la OAS argelina… Porque sí, aunque les extrañe a los que no conocen Francia demasiado bien, allí siempre ha habido una potente ultraderecha, que, por cierto, ha contado con algunos buenos escritores como compañeros de viaje. Pienso, por ejemplo, en el Louis-Ferdinand Céline de Bagatelles pour un massacre.

Si yo fuera uno de esos musulmanes pacíficos que viven en Francia, ya estaría manifestándome en las calles de mi ciudad para exigir el castigo más severo que pueda existir para los hijos de perra que han cometido la espeluznante matanza en la redacción de Charlie Hebdo. Lo haría sin buscar el menor pretexto. Porque sí, amigos musulmanes, los yihadistas existen y son unas alimañas descerebradas y sangrientas. Como existen, y son dignos de lo peor, los fascistas y los nazis entre los europeos de piel pálida y orígenes cristianos. Sólo la condena, el rechazo y el combate inequívocos de sus propios correligionarios podrían ir haciendo desaparecer de la faz de la tierra a los que viven del odio y el miedo.

Pero es triste, muy triste, constatar que los del odio y el miedo logran imponer una y otra vez su agenda en lo que llevamos del siglo XXI. Alimentándose recíprocamente desde el 11-S y las invasiones de Irak y Afganistán. Intentando devolvernos a todos a una Edad Media de cruzadas y yihad, de pureza de sangre e ideas, de murallas, castillos y expediciones punitivas. Buscando en nosotros complicidades primarias, tribales. 

Las Luces del siglo XVIII intentaron hacernos salir de esta pesadilla. Uno podía ser descreído, por qué no, y, además, tenía todo el derecho del mundo a reírse de la patria, la raza, la familia, la religión, el Sursum Corda… y sus respectivos profetas y sacerdotes. Nadie tenía que temer que sus ideas, por irreverentes que fueran para otros, le condujeran a la mazmorra, la cámara de tortura, la hoguera pública... O a ser tiroteado con Kalashnikov por unos encapuchados.

La gente de Charlie Hebdo era así: insobornable e inquebrantable en su defensa de la libertad de expresión, la más sagrada del ser humano. Es una putada tremenda que ellos, nuestros compañeros, hayan puesto los muertos para que gentuza como Le Pen se lleve los réditos. El mejor homenaje que podemos hacerles es seguir riéndonos de los profetas y los caudillos. De todos ellos. Los de uno y otro lado.

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