Es la primera vez que eso ocurre en 4 años y desde cuando, hace 2 años, se estableció un cese al fuego entre el Estado turco y el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK). La lucha a la “amenaza terrorista” utiliza, entonces, una doble hacha, justificada por la “emergencia” del califato del ISIS y la necesidad de respuestas inmediatas contra el enemigo yidahista islámico radical y, asimismo, contra el antiguo enemigo interno separatista.
Se ha lanzado un plan “anti-terrorismo” sin precedentes que golpea a los dos grupos pero no por igual: el ISIS ha sido atacado solamente en las primeras horas del operativo turco, el 24 y 25 de julio, mientras que las ciudades de Qandil, Avashin y Basya en el norte de Iraq y Sirnak en Turquía siguen siendo objeto de los raides de los F16 contra las estructuras del PKK, cuyo líder, Abdullah Ocalan, se encuentra preso en un cárcel de máxima seguridad.
Por lo tanto, la tregua con el PKK ha sido interrumpida, debilitando un proceso de paz comenzado en 2012, dentro de un conflicto que ha hecho más de 40.000 muertos en más de 30 años. Según refirió el Primer Ministro turco Ahmer Davutoglu, los ataques se dirigieron contra “hangares, escondites y estructuras logísticas llenas de municiones” sobre los montes Qandil, donde está la alta comandancia del PKK que, en seguida, dio por terminada la tregua frente a la agresión y tras “el fin de las condiciones que la mantenían”, según el comunicado del brazo militar del partido.
En una semana de operaciones represivas, se reportan unas 1300 detenciones, en su mayoría de militantes kurdos y de izquierda en Turquía, ya que de todos los arrestados sólo el 10% está bajo sospecha de cercanía con el Estado Islámico. 96 páginas web, en su mayoría de orientación izquierdista, han sido bloqueadas por el gobierno, y se cuentan al menos 190 muertos por los bombardeos turcos en el norte iraquí. Erdogan ha pedido que se quite el fuero a los congresistas del Partido Democrático de los Pueblos (HDP), que comparte raíces ideológicas y bases electorales con el PKK, para que paguen el precio “de sus nexos con grupos terroristas”. Este partido de izquierda y pro-kurdo aumentó su presencia en las elecciones del junio pasado, ya que obtuvo el 13% de los votos, o sea 80 escaños sobre un total de 500 en el congreso, mientras que el AKP de Erdogan perdió la mayoría absoluta después de 13 años de hegemonía parlamentaría.
Pocas horas después de los primeros ataques aéreos, quince empleados de una central eléctrica turca de Sirnak, en el Sureste, fueron secuestrados por militantes del PKK. Como respuesta a los ataques gobernativos, los rebeldes también detuvieron a un policía turco, mataron a un alto oficial, hirieron a dos soldados y realizaron ataques armados contra instalaciones militares y de policía.
Los guerrilleros definieron los bombardeos como el “error militar y político más grave” cometido por el presidente turco y su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). La iniciativa militar fue condenada también por las autoridades del Kurdistán iraquí y el presidente kurdo Massud Barzani expresó su “desaprobación” y denunció el “nivel de peligro de la situación” para que se termine la escalada de violencia. En cambio, Ban Ki-Moon, secretario general de la ONU, ha definido los ataques de Ankara como “legítima defensa”.
Estas incursiones contra el PKK se perpetraron en conjunto con las operaciones contra los yihadistas del ISIS, quienes el 20 de julio consumaron un grave atentado en la ciudad turca de Suruc, cerca de la frontera meridional con Siria, matando a 32 jóvenes activistas socialistas que querían partir para Kobane, centro y símbolo del Kurdistán sirio (Rojava) liberado de la ocupación del califato, como voluntarios para construir una biblioteca y un parque. A matarlos fue una chica como ellos, quien se infiltró cargada de explosivos y se martirizó para desatar la carnicería.
Básicamente Erdogan está utilizando el pretexto del combate al ISIS y el atentado de Suruc para atacar tanto al Estado Islámico, con el beneplácito de Estados Unidos, cuanto a las bases de los militantes kurdos. El gobierno turco concedió que militares estadounidenses y de la coalición internacional utilicen bases militares en el sur del país, en el Kurdistán turco, para las operaciones anti-ISIS.
En Kobane y en la región de Rojava o Kurdistán sirio, los kurdos han constituido una república democrática, una experiencia política novedosa y libertaria que ha sido comparada con el neozapatismo y las experiencias autonomistas. Han avanzado sobre el ISIS de manera eficaz, pese a haber sufrido decenas de atentados suicidas como el de Kobane del 25 de junio, que hizo decenas de víctimas civiles y anticipó un día los ataques simultáneos de los islamistas en Francia, Tunisia, Somalia y Kuwait. Son los solos grupos que han combatido en el campo de batalla liberando ciudades y territorios. Los éxitos de los kurdos YPJ/YPG (Unidades de Defensa del Pueblo/de las Mujeres) contra el califato son evidentes, pero una región autónoma kurda en Siria es una gran preocupación para Erdogan.
Por lo tanto, el gobierno de Turquía, país miembro de la OTAN y aliado de EUA, se presenta como una fuerza anti-ISIS, pero permitió el tránsito de milicianos del califato en su territorio y ataca frontalmente a los que luchan contra los yidahistas. En Turquía las manifestaciones de solidaridad para las víctimas de Suruc, que también se organizaron en otras ciudades europeas, han sido reprimidas por la policía y el ejército.
Por el momento los otros países de la Alianza Atlántica (OTAN) no van a intervenir militarmente en este conflicto a lado de Erdogan, pero, de acuerdo con Estados Unidos y Turquía, avalaron la creación de una zona de seguridad (safe-zone) en el norte de Siria. Se trata de una franja de 90 km, que incluye la región de Rojava, bajo control turco-estadounidense: oficialmente apunta a proteger la frontera con Turquía y a recibir a los refugiados de la guerra civil en ese país, pero en realidad puede ser “un intento de Ankara para parar la formación de un estado kurdo en Rojava”, según el líder del HDP Salahettin Demirtas, o bien una estrategia para fragmentar los territorios en manos kurdas. El peligro sería la constitución de un estado kurdo que una al Kurdistán irakí y al sirio, amenazando también de incluir la minoría kurda de Turquía y el sur de ese país en una nueva entidad. Por eso recrudece la hostilidad del ejecutivo de Erdogan contra los partidos y los militantes kurdos en su país, en Siria y en Iraq.
Además, el 30 de julio la procura de Diyarbakir comenzó una investigación sobre los dirigentes del HDP Selahattin Demirtas y Figen Yüksekdağ acusándolos de “armar y provocar a una parte de la población contra otra”, y Demirtas también es acusado de turbar el orden público e incitar a la violencia por un mitín del 6 de octubre del 2014 en el cual se exhortó a los simpatizantes del partido a salir a las calles para protestar contra las políticas del gobierno en apoyo al estado islámico. La procura de Urfa, además, acusa a Yüksekdağ de “difusión de propaganda de una organización terrorista” porque declaró que “nosotros apoyamos a YPG, YPJ y PYD” (el partido kurdo siriano).
Los kurdos piden a la comunidad internacional una condena de las acciones del gobierno turco, la cual, sin embargo, tarda en llegar. En cambio, Erdogan propone la construcción de un muro en la frontera turco-siriana que aislaría aún más la Rojava, baluarte de resistencia kurda contra el ISIS. La escalada belicista en la región propicia, además, un negocio redundo: China está entre los tres principales socios comerciales de Turquía, junto a Rusia y Alemania, y Erdogan acaba de viajar a Beijín para negociar la adquisición de un nuevo sistema de misiles defensivos de producción china.
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