El asesinato del embajador ruso en Ankara agrava aún más la tensión que fluye de Alepo. En una primera fase, el conflicto sirio fue una revuelta contra el régimen alentada por Estados Unidos y sus aliados; en una segunda fase ha sido una guerra civil sufragada por Estados Unidos y sus aliados, por una parte, y por los aliados de Siria, es decir Rusia, Irán y Hizbolá; y ahora, el asesinato de Andrey Karlov apunta a una globalización del conflicto más acusada.
Las relaciones entre Rusia y Turquía han atravesado por distintas fases desde el inicio de la revuelta siria en marzo de 2011. El momento más grave, en noviembre de 2015, se produjo cuando Turquía derribó un caza ruso que violó ligeramente el cielo turco en la frontera con Siria. Pero, desde entonces, Vladimir Putin y Recep Tayyip Erdogan han restañado sus heridas y han dado a las relaciones un considerable impulso.
El asesinato de Karlov sin duda suscitará nuevas tensiones con Moscú, pero Putin comprenderá que Ankara no tiene ningún interés en torpedear las relaciones bilaterales. Al contrario, Erdogan ha dado muestras en los últimos meses, después de conducir Turquía hasta un verdadero atolladero diplomático, de tener una voluntad firme de normalizar los vínculos con Rusia y con otros países de la región, incluido Israel.
Es cierto que Turquía es miembro de la OTAN y esto puede sugerir que las relaciones entre Ankara y Moscú son necesariamente malas, pero la realidad de los conflictos regionales hace que turcos y rusos compartan numerosos intereses y que esos intereses sean incluso más próximos que los que Ankara tiene con otras capitales europeas, donde se recibe con gran frialdad, con una mayor frialdad que en Moscú, a los representantes turcos.
APELACIONES A DIOS
Los gritos del asesino reivindicando el ataque con apelaciones a Dios y justificando el atentado como una venganza contra la intervención del ejército ruso en Alepo, tiene una primera lectura que explicaría lo ocurrido como una acción islamista. No en vano, una parte significativa de la población turca, que es suní, siente simpatía por los islamistas que han combatido en Alepo contra el ejército de Damasco y Rusia.
Ciertamente, puede ser una acción espontánea, aunque no hay que descartar que haya sido preparada por alguien, o como Moscú dijo anoche, es preciso llegar hasta quién ha ordenado el atentado, sugiriendo que detrás puede haber una organización o un país. Los grupos islamistas históricamente han sido infiltrados por servicios de inteligencia de Oriente Próximo y de otros países. El mismo Frente para la Liberación del Levante (hasta hace poco Frente al Nusra, brazo de Al Qaeda) es la organización que ha dirigido la resistencia en Alepo y es un grupo cuyas señas de identidad son muy confusas y mantiene vínculos con países como Arabia Saudí e Israel (sus milicianos recibieron tratamiento médico israelí).
UN INCIDENTE MÁS
La Caja de Pandora que Estados Unidos abrió con la invasión de Irak en 2003, y que ha destruido ese país por medio de movimientos islamistas, es la misma Caja de Pandora que los mismos agentes han abierto en Siria. El asesinato del embajador Karlov es apenas un incidente más, ciertamente grave, que revela hasta qué punto puede perderse el control sobre una situación caótica que se ha creado casi deliberadamente.
La agenda de países como Estados Unidos, Arabia Saudí, Catar o Turquía, es tan clara como la agenda de Rusia o Irán. La injerencia de todos ellos es responsable de lo ocurrido en Ankara. Lo más grave es que no se vislumbra ninguna solución puesto que aunque Bashar al Asad haya conquistado Alepo, los aliados de los yihadistas no van a modificar su posición.
Desbaratar los planes de los yihadistas no es tan sencillo como despertarlos y alimentar una guerra civil. Las relaciones entre Ankara y Moscú no van a deteriorarse por esta muerte que simplemente señala la gravedad de un conflicto al que no se ve solución, puesto que solo un ingenuo puede pensar que una hipotética renuncia de Asad lo resolverá todo.
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