Alepo: La primera victima de la guerra es la verdad
Robert Fisk
Los políticos occidentales, los “expertos” y los periodistas se aprestan a reinicializar sus narrativas en los próximos días, ahora que el ejército de Bashar al-Assad’s ya ha recuperado el control del este de Alepo. Descubriremos si los 250.000 civiles “atrapados” en la ciudad de verdad eran tantos. Oiremos mucho más sobre por qué no fueron capaces de salir cuando el gobierno sirio y la fuerza aérea rusa comenzaron su feroz bombardeo de la parte oriental de la ciudad.
Y aprenderemos mucho más sobre los “rebeldes” a los que Occidente –EEUU, Gran Bretaña y nuestros amigos rebanacabezas en el Golfo— han venido dando apoyo. Estos incluyen a al-Qaeda (alias Jabhat al-Nusra, alias Jabhat Fateh al-Sham), la “gente” –como George W. Bush la llamaba– que cometió los crímenes contra la Humanidad en Nueva York, Washington y Pennsylvania el 11 de septiembre. ¿Se acuerdan de la Guerra contra el Terror? ¿Se acuerdan de la “maldad pura” de al-Qaeda? ¿Se acuerdan de todas las advertencias de nuestros amados servicios de inteligencia y seguridad en el Reino Unido sobre cómo podía llevar al-Qaeda el terror a Londres? ¿Se acuerdan?
No cuando los rebeldes, incluida al-Qaeda, defendían bravamente el este de Alepo; entonces, no. Porque se estaba tejiendo para nosotros una potente narrativa sobre heroísmo, democracia y sufrimiento, un cuento de buenos chicos contra malos chicos tan explosivo y falsario como las “armas de destrucción masiva”.
En los tiempos de Saddam Hussein –cuando unos pocos sosteníamos que la invasión ilegal de Irak llevaría a la catástrofe y a un indecible sufrimiento, y que Tony Blair y George Bush nos estaban llevando por el camino de la perdición—, se nos exigía siempre mostrar nuestra repugnancia por Saddam y su régimen. Teníamos que recordar constantemente a nuestros lectores que Saddam era uno de los Tres Pilares del Eje del Mal.
Pues aquí va de nuevo el mantra habitual, que tenemos que repetir ad nauseampara evitar el habitual correo cargado de odio y el oportuno maltrato acosador que se dispensará hoy a quienquiera se atreva a salirse de la endeble y mendaz versión autorizada de la tragedia siria:
Sí, Bashar al-Assad ha destruido brutalmente vastas zonas de sus ciudades en su batalla contra quienes quieren derrocar su régimen. Sí, este régimen tiene un sinnúmero de pecados en su haber: tortura, ejecuciones, cárceles secretas, asesinatos de civiles y –si incluimos a la milicia siria, teóricamente bajo control del régimen— una espeluznante versión de la limpieza étnica. Sí, debemos temer por las vidas de los valientes médicos del este de Alepo y de las personas que han estado bajo sus cuidados. Cualquiera que haya visto el pateo a que fue sometido el joven sacado de la fila de refugiados huyendo de Alepo la pasada semana por parte de los hombres del servicio de inteligencia del régimen debería temer por la suerte de todos aquellos a quienes no se permitió cruzar las líneas gubernamentales. Y se puede recordar que el sombrío informe de la ONU sobre los 82 civiles “masacrados” en sus hogares en las últimas 24 horas.
Pero llegó la hora de contar la otra verdad: que muchos “rebeldes” a quienes ha venido dando su apoyo Occidente –y a los que nuestra prepóstera Primera Ministra Theresa May bendijo indirectamente cuando se postró ante los rebanacabezas del Golfo la semana pasada— se cuentan entre los combatientes más crueles e implacables del Oriente Próximo. Y aun cuando hemos estado lloriqueando por los atrocidades del Estado Islámico durante el asedio de Mosul (un acontecimiento demasiado similar al de Alepo, aunque nadie lo diría leyendo las narrativas habituales), hemos ignorado a propósito el comportamiento de los rebeldes en Alepo.
Hace solo unas semanas, entrevisté a una de las primeras familias musulmanas escapadas del este de Alepo durante un alto el fuego. El padre acababa de recibir la noticia de que su hermano había sido ejecutado por los rebeldes a causa de que él había cruzado la línea de frente con su mujer y su hijo. Condenó a los rebeldes por cerrar las escuelas y colocar armamento cerca de los hospitales. Y no era un badaluque pro-régimen: incluso decía sentir cierta admiración por el buen comportamiento del Estado Islámico (EI) en los primeros días del asedio.
Por esos mismos días, los soldados sirios me confiaban en privado su convicción de que los norteamericanos dejarían que el EI saliera de Mosul para volver a atacar al régimen en Siria. Un general norteamericano llegó incluso a expresar su temor a que los milicianos chiitas iraquíes pudieran impedir al EI escapar hacia Siria a través de la frontera iraquí.
Bueno, pues es lo que pasó. En tres grandes columnas de camiones suicidas y miles de simpatizantes armados, el EI cruzó el desierto para pasar de Mosul en Iraq, y de Raqqa y Deir ez-Zour en la Siria oriental, al asedio, una vez más, de la hermosa ciudad de Palmira.
Resulta sumamente instructivo observar la cobertura periodística de esos dos sucesos paralelos. Casi todos los titulares de hoy hablan de la “caída” de Alepo en manos del ejército sirio, cuando lo natural habría sido hablar de su “reconquista” contra los rebeldes. En cambio, se dice que el EI ha “reconquistado” Palmira, cuando –dado su criminal comportamiento— lo que debería decirse es que la antigua ciudad romana había “caído” una vez más bajo la grotesca dominación del EI.
Las palabras cuentan. Porque estos son los hombres –nuestros “compis”, me figuro, si hay que atenerse a la narrativa yihadista habitual— que, tras la primera ocupación de la ciudad, cortaron la cabeza al académico de 82 años que trató de proteger los tesoros romanos, para volver a colocar luego sus gafas en la cabeza decapitada.
Según admiten ellos mismos, los rusos lanzaron 64 bombardeos aéreos contra los atacantes del EI en las afueras de Palmira. Pero dadas las enormes columnas de polvo levantadas por los convoyes del EI, ¿por qué no llegó a sumarse la fuerza aérea estadounidense al bombardeo de su peor enemigo? Pues no: por alguna razón, los satélites y los drones y los servicios de inteligencia de los EEUU no llegaron a percatarse. Tampoco lo hicieron cuando el EI utilizó idénticos convoyes de camiones suicidas para asediar Palmira la primera vez que ocuparon la ciudad, en mayo de 2015.
No ofrece la menor duda el revés que Palmira representa tanto para el ejército sirio como para los rusos, aunque sea más simbólico que militar. Funcionarios sirios me aseguraron a comienzos de este año que jamás se permitiría que el EI regresara a Palmira. Había una base militar rusa en la ciudad. La fuerza aérea rusa hacía ejercicios de sobrevuelo. Una orquesta rusa había tocado en las mismas ruinas para celebrar la liberación de Palmira.
Y bien, ¿qué ocurrió? Lo más probable es que los militares sirios, simplemente, no dispusieran de hombres bastantes para defender Palmira cuando estaban cerrando el cerco sobre Alepo.
Tenían que recuperar Palmira, y rápido. Pero para Bashar al-Assad el fin del asedio de Alepo significa que el EI, al-Nusra, al-Qaeda y todos los demás grupos salafistas y sus aliados ya no pueden afirmar que disponen de una base, o crear una capital, en la larga línea de grandes ciudades que constituye la espina dorsal de Siria: Damasco, Homs, Hama y Alepo.
Volvamos a Alepo. La habitual y ahora desmayada narrativa periodística precisa de refresco. Estos últimos días ofrecen la prueba. Tras meses de condenar las iniquidades del régimen sirio al tiempo que se echaba niebla sobre la identidad y la brutalidad de sus oponentes en Alepo, las organizaciones de derechos humanos –oliéndose la derrota de los rebeldes— comenzaron hace sólo unos días a difundir críticas que incluían a los defensores del Alepo oriental.
Pongamos el caso del Alto Comisionado para Derechos Humanos de la ONU. Después de que la semana pasada insistiera en sus habituales –y perfectamente entendibles— temores por la población civil del este de Alepo y su personal médico, así como por los civiles sujetos a represalias gubernamentales y los “centenares de hombres” que podrían haber desaparecido tras cruzar las líneas del frente, la ONU, de repente, comenzó a expresar otros temores.
“Durante las dos últimas semanas, el Frente Fatah al-Sham [es decir, ¡el EI!] y el batallón Abu Amara parecen haber secuestrado y asesinado a un número desconocido de civiles que habían pedido a los grupos armados que se alejaran de sus vecindarios para ahorrar vidas de civiles.”
Y continúa: “También hemos recibido informaciones, según las cuales, entre el 30 de noviembre y el 1 de diciembre, los grupos armados de oposición dispararon contra civiles que trataban de huir”. Además, se han registrado “ataques indiscriminados” sobre áreas densamente pobladas del oeste de Alepo dominado por el gobierno y del este “rebelde”.
Yo sospecho que oiremos más cosas por el estilo en los días venideros. El mes próximo leeremos también un libro nuevo que pone los pelos de punta, Mercaderes de hombres, de la periodista italiana Loretta Napoleoni, sobre la financiación de la guerra en Siria. Habla de las fuerzas gubernamentales y de las fuerzas rebeldes en términos de secuestradores exprés, pero tiene también palabras durísimas para nuestra profesión periodística.
Escribe, por ejemplo, que “reporteros secuestrados por grupos armados en el este de Siria cayeron víctimas de una síndrome de Hemingway: los corresponsales de guerra que apoyan la insurgencia confían en los rebeldes y ponen sus vidas en sus manos, porque están aliados con ellos”. Pero “la insurgencia no es más que una variante del yihadismo criminal, un fenómeno moderno con una sola lealtad: el dinero” ¿Demasiado dura con nuestra profesión? ¿Somos realmente “aliados” de los rebeldes?
Desde luego, nuestros amos políticos lo son. Y por la misma razón que los rebeldes secuestran a sus víctimas: dinero. De aquí la desgracia del Brexit para May y su corte bufonesca de ministros, que la semana pasada se postraron ante los autócratas suníes que financian a los yihadistas de Siria en la esperanza de ganar millones de libras esterlinas con ventas de armas pos-Brexit al Golfo.
En unas horas, el Parlamento británico debatirá sobre la delicada situación de los médicos, las enfermeras, los niños y civiles heridos de Alepo y otras zonas de Siria. El grotesco comportamiento del Gobierno del Reino Unido ha conseguido que ni los sirios ni los rusos presten la menor atención a nuestros miserables lloriqueos. Y eso, también, debe formar parte de este cuento.
Traducción para www.sinpermiso.info: Miguel de Puñoenrostro
"No siento un total pesimismo. La lucha va más allá del contexto sirio". Entrevista
Yassin al-Haj Saleh
¿El conflicto sirio se encamina hacia un punto de inflexión decisivo? Los eventos de Alepo lo sugieren. En las grandes metrópolis del norte, la rebelión está sufriendo una dolorosa derrota contra el ejército del régimen con la ayuda de múltiples milicias extranjeras y la aviación militar rusa. Presente en Bruselas, el opositor sirio Yassin al-Haj Saleh, ex preso político ahora en el exilio en Turquía, nos da sus impresiones.
-¿Qué le parece la inminente caída de la parte rebelde de Alepo, en las manos del régimen?
La verdad es que la ciudad no caerá exactamente en las manos del régimen, sino entre las milicias de Irán (NdT: chiítas), libanesas, iraquíes, etc. que están presentes sobre el terreno con el apoyo masivo de la aviación rusa. ¡Y el aval del resto del mundo! Ciertamente, países como Francia o los Estados Unidos no están contentos con lo que está sucediendo, pero no mueven un dedo para evitar el desarrollo de los acontecimientos. El régimen fascista del tirano Bashar al-Assad va a continuar en el poder luego de destruir el país y haber aniquilado una generación, con ese medio millón de muertos, millones de desplazados internos o exiliados. La represión sobrepasa todo lo que habíamos experimentado en Siria en la década de 1980.
-¿Cómo juzga usted a la comunidad internacional?
Todo se hizo evidente a finales de agosto de 2013, después del ataque químico contra la periferia rebelde de Damasco, que dejó 1.466 muertes en un solo día. "Ellos" simplemente decidieron quitarle el arma del crimen con el acuerdo entre los EE.UU. y Rusia, que obligó al régimen a entregar a la ONU sus stocks de armas químicas. El régimen comprendió bien la significación del mercado: ¡permiso para matar con cualquier arma! A continuación, comenzó a utilizar masivamente los barriles cargados de TNT lanzándolos desde helicópteros contra la población.
-¿Usted pone a Obama en el primer rango de las críticas?
Nunca tuvo la opción de no intervención. Eligió actuar en nombre de los rebeldes o para estabilizar la situación. Por lo tanto ayudó eficazmente al gobierno. El pretexto es que en la rebelión había extremistas islámicos radicalizados, una primera explicación comprensible. Salvo que vio las cosas como si se limitaran a una elección entre el fascismo, el régimen o los yihadistas, ¡ignorando a todos los demás rebeldes! Nosotros pasamos a ser invisibles. Ciertamente había una radicalización, una militarización, una islamización de la rebelión, un aumento incluso del nihilismo, y también la corrupción de los grupos radicales apoyados por los saudíes; pero el fenómeno del "Estado Islámico", que nada tiene que ver con Siria, fue germinando en Afganistán y ha crecido en Irak.
-¿En su último libro, usted explica que el régimen utiliza el confesionalismo...
Esto no es nuevo para nosotros. El plan busca dividir, asustar, para controlar a la población. El objetivo: que cada comunidad tenga miedo de los demás. ¿Tienes miedo? El régimen les protege! Ese es el mensaje, las manipulaciones confesionales no tienen nada que ver con la fe religiosa en realidad. Desde el comienzo de las protestas y la violencia en la primavera de 2011, el régimen amenazó con la guerra civil. Durante mucho tiempo los sirios tuvieron miedo. Sin embargo, las matanzas sectarias nunca habían existido antes en Siria. Muchas personas en el año 2011, veían con entusiasmo las imágenes de la plaza Tahrir en Egipto, donde grandes multitudes desafiaron el déspota, una fórmula mágica que lograría el resurgir de una protesta pacífica. Pero el 1° de abril de 2011, en la plaza más grande de Damasco, el régimen disparó contra la multitud y hubo 80 muertos y 200 en Homs. Los rebeldes entonces creían que la comunidad internacional volaría a su rescate, que no permitiría la repetición de masacres como la perpetrada por el padre de Bashar, Hafez, en Hama en enero de 1982. La presencia del embajador de los Estados Unidos, Robert Ford, en Hama, durante una gran manifestación a principios de julio había fortalecido esas esperanzas. ¡Ay! que están decepcionados.
-¿Para justificarse, Barack Obama dice que no ha sido capaz de identificar a grupos rebeldes armados "fiables"...
Es una explicación elitista y que no tiene sentido. ¿Si un criminal entra en su casa y amenaza de muerte a sus hijos, se espera hasta encontrar una alternativa atractiva para responder? Queremos luchar con armas eficaces. Sí, los problemas de Siria son importantes, pero el deber del mundo es evitar la muerte de civiles, la nuestra es resolver los problemas entre los sirios.
-El régimen dice que tiene el apoyo de la mayoría de la población...
¡Muy bien! Vamos a pasar por elecciones libres para ver. La población, mientras tanto, recibe la visita de los Soukhoï rusos que lanzan sus bombas.
-¿La caída de Alepo qué presagia como futuro?
Dos sentimientos contradictorios me asaltan. En primer lugar, el hecho de que las esperanzas de la Revolución Siria murieron. Estamos derrotados. Es demasiado tarde, no podemos ganar. Al mismo tiempo, quiero hablar de mi orgullo. Por nuestra lucha, por nuestros muertos, por nuestros torturados por nuestros humillados. Pero no siento un pesimismo total. La lucha va más allá del contexto sirio. Esta es una lucha global por la dignidad y la libertad. Aprendemos de los otros, pero ahora nosotros tenemos mucho que decirles a los demás. Cabe destacar que este conflicto se ha convertido en el paradigma de la guerra contra el terrorismo. Y que esta guerra puede destruir la democracia de ustedes. Vean el éxito de Donald Trump en los Estados Unidos ... Básicamente, es una guerra perfecta para la élite y para controlar mejor a la gente.
-¿Usted sigue siendo un marxista?
(Risas) Digamos que me considero un hombre de izquierda. A pesar del hecho de que las izquierdas en el mundo, se ubican a menudo en el campo de los criminales Bashar Assad y Vladimir Putin. Mis combates son la defensa de la dignidad humana, la justicia social. Es una izquierda que no añora el fuego de la Unión Soviética, sino que más bien se referencia en los valores de los republicanos durante la Guerra Civil española.
Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa
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