ISABEL PÉREZ
No, este no es un artículo para aprovechar el flujo informativo de Ucrania y desviarlo hacia Palestina. Es un artículo sobre la mediocridad del eurocentrismo y nuestra hipocresía.
La ocupación rusa de Ucrania, el estallido de la guerra de Putin contra Europa, la oleada de personas refugiadas, que nos recuerdan a nosotros y nosotras que no están acostumbrados al terror de los bombardeos, de los disparos, de la muerte en la puerta de su casa. Personas que se cobijan junto a los raíles del metro o en refugios antiaéreos. Sirenas que suenan al anochecer. Toques de queda y desabastecimiento en supermercados. Saqueo del ruso malo, el ruso ocupador, el ruso comunista.
Son tantos los clichés entre la información que se nos da que no es cuestión de ocuparse de todos ellos en un solo texto. Estamos viviendo el relato de una guerra que nos está reintroduciendo palabras como “resistencia”, “legítima defensa”, “sanciones económicas y culturales”. Todo esto no puede sonarnos más a Palestina y así lo ha manifestado mucha gente.
Efectivamente, por mucho menos que ha hecho Israel al pueblo palestino, Putin está siendo castigado o, mejor dicho, toda la nación rusa está siendo castigada. Si es admisible imponer sanciones al gobierno de un país que comete crímenes de guerra y, además, está agrediendo la soberanía de otro, parece que en el caso de la agresión contra el pueblo palestino que empezó tajantemente en 1948 no lo es.
No nos olvidemos del envío de armamento “ofensivo” al pueblo ucraniano. Palestina tampoco cuenta con el apoyo europeo en su legítimo derecho a defenderse. Nadie en Palestina que haya apuñalado a un soldado israelí en territorio palestino ocupado por propia iniciativa, sin ser miembro de una milicia (los llamados “lobos solitarios”) lograría aparecer ante un público europeo como un héroe que defiende a su país, sino como un terrorista. Esto ocurre, principalmente, porque la narrativa está tomada siempre desde una perspectiva orientalista.
La violencia no es el camino, nunca se debe acudir a la violencia, ni legitimarla, reproducimos una y otra vez al pueblo palestino. Les decimos que no, que tampoco recurran a la violencia cuando han visto cómo tiraban abajo su hogar o mataban a su madre, a su padre, a su bebé que se quedaba atrapado entre los escombros después de un bombardeo. Estas fueron las razones que me dieron unos jóvenes de apenas 18 años, que entrenaban en un campo militar en Gaza. Fue un horror escucharlo. No logramos comprender su situación de desesperación ante tanta injusticia porque se sienten abandonados y olvidados por una comunidad internacional que coloca al mismo nivel en sus comunicados ataques palestinos e israelíes.
La Nakba palestina, la expulsión del pueblo palestino de sus hogares en 1948 con el establecimiento del Estado de Israel ha hecho que hoy existan más de 5 millones de personas refugiadas de Palestina, número que va en aumento. La ONU tuvo que crear una Agencia para ellas, la UNRWA, la cual pasa por su peor momento al arrastrar un déficit financiero de 100 millones de dólares, en gran parte debido a la campaña israelí de descrédito contra la Agencia y la decisión de Trump de cortarle las donaciones.
Nuestra hipocresía ha alcanzado su máximo esplendor con Ucrania. De repente, administraciones públicas que “no tenían” vivienda social ahora poseen pisos preparados para acoger a personas ucranianas. Es una alegría que estas personas, que llegarán destrozadas y llenas de incertidumbre, vayan a tener una vivienda digna, pero esta solidaridad repentina parece más bien oportunismo mediático, como tantos otros ejemplos. Espero que no terminen enfrentándose a un desahucio como les ha ocurrido a familias de refugiados sirios con sus hijos en Zaragoza.
Con Ucrania estamos aplicando otro filtro porque son “como nosotros”. Estamos boicoteando culturalmente a Rusia, expulsándola de Eurovisión, de campeonatos deportivos, imponiéndole sanciones económicas y financieras, prohibiéndole acceder al espacio aéreo europeo. Pero es que es precisamente este tipo de medidas son las que lleva pidiendo la sociedad civil palestina desde 2005 para obligar a Israel a respetar los derechos humanos, la ley humanitaria internacional y todas las resoluciones y acuerdos internacionales.
El llamamiento de Boicot, Desinversiones y Sanciones a Israel (BDS), está continuamente vigilando para que las empresas israelíes asentadas en colonias ilegales sobre territorio palestino ocupado no se salgan con la suya y burlen la legislación internacional. O para que empresas españolas, como CAF, no participen en la ocupación de Palestina con la expansión de la red de tren que conecta las colonias ilegales en territorio palestino ocupado.
Este es un artículo sobre la mediocridad del eurocentrismo y nuestra hipocresía. No es un artículo para aprovechar el flujo informativo de Ucrania y desviarlo hacia Palestina. Lo que ocurre en Palestina, además, no es ocupación como lo que está sucediendo en Ucrania, sino un proyecto colonialista que se basa en una violencia sistemática, diaria, un sistema de apartheid y una limpieza étnica.
El título “Mirándonos al espejo” se lo tomo prestado a Edo Konrad, jefe editor de la revista palestinoisraelí ‘+972’ (él es judío israelí), que ha escrito lo siguiente después de las marchas multitudinarias israelíes contra Putin:
"La invasión de Rusia debería haber sido un espejo importante para la sociedad israelí, si la gran mayoría de los judíos israelíes fueran lo suficientemente valientes como para mirarlo. Aunque muchos israelíes todavía se ven a sí mismos como una nación vulnerable rodeada de enemigos, en realidad son ciudadanos de una potencia regional con armas nucleares apoyada por los estados occidentales. Los países occidentales también deberían mirarse en el mismo espejo: mientras inician sanciones rápidas para tratar de hacer retroceder la invasión y ocupación de Rusia, al mismo tiempo rechazan la idea misma de sanciones contra la ocupación israelí no solo porque la consideran exagerada, sino porque la consideran antisemita”.
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