Tiene seis años y en su odisea sólo la acompaña su madre. Tras alcanzar Bulgaria escondida en un camión, espera en un campo de refugiados la llegada de su padre y de su hermano para continuar el viaje. "Pero yo sólo quiero que la guerra acabe y volver a casa"
CAMPO DE REFUGIADOS DE HARMANLI (BULGARIA).- “No me gustan los panecillos, pero mamá cocina con ellos”. En el pasillo, la mamá hace maravillas con un calentador improvisado, prepara el kulicha, un dulce sirio. Nalin vive con su madre en el campo de refugiados de Harmanli desde hace cinco meses. La misma habitación la comparten cuatro familias con sus niños: unas trece personas. Acaban de recibir el desayuno y los niños traen a la habitación unos panes dulces y un plato de plástico con leche.
“He venido solo con mamá. Mi padre y mi hermano están en Estambul. Mamá me dijo que íbamos a un lugar que era como Siria antes: sin boom-boom. Se llama Alemania. Y que iría a la escuela. Un día hizo boom en el patio de la guardería y papá no me dejó ir más. Pero yo sólo quiero que la guerra acabe y que volvamos a nuestra casa, con papá y mi hermano. Aquí no salgo del campo, estoy en la escuela con los otros niños. Me gusta la escuela. Bailamos. Pero he estado en un lugar que no es bonito y que olía muy mal”.
“He venido solo con mamá. Mi padre y mi hermano están en Estambul. Mamá me dijo que íbamos a un lugar que era como Siria antes: sin boom-boom. Se llama Alemania. Y que iría a la escuela. Un día hizo boom en el patio de la guardería y papá no me dejó ir más. Pero yo sólo quiero que la guerra acabe y que volvamos a nuestra casa, con papá y mi hermano. Aquí no salgo del campo, estoy en la escuela con los otros niños. Me gusta la escuela. Bailamos. Pero he estado en un lugar que no es bonito y que olía muy mal”.
"Vamos a un lugar que era como Siria antes: sin boom-boom. Se llama Alemania y allí iré a la escuela"
Nalin recuerda un centro de internamiento de extranjeros con régimen cerrado en Elhovo, una ciudad a pocos kilómetros de Harmanli, el primer lugar donde son llevados los refugiados cuando se encuentran con la policía búlgara, niños y bebes incluidos.
Nalin y su madre pasaron allí una semana tras cruzar la frontera: “Antes oía los aviones muy bajos. Aquí se está bien, los aviones no se acercan a las casas para hacer boom como en Siria. Los últimos meses no salíamos de casa. Hago dibujos a mis amigos, pero desde que me he ido no sé nada de ellos. Siria me da miedo ahora, pero es el país más bonito del mundo sin boom-boom”.
Nalin y su madre cruzaron la frontera escondidas en un camión, junto con tres familias más y una mujer embarazada. “Pasé mucho tiempo en el camión, no sé cuantas horas. Era oscuro y hacía frío. Ahora por las noches me despierto y tengo frío. Pienso que estoy en aquel camión. Mamá no tenía miedo, yo sí. Me tenía en brazos. Éramos tres niños en el camión. Los otros dos, más pequeños que yo. Mamá me dijo: mientras estemos en el camión no abras la boca, que te oye la policía. Ella tampoco hablaba. Nadie”.
"Mamá me dijo: 'Mientras estemos en el camión no abras la boca, que te oye la policía'. Ella tampoco hablaba. Nadie"
La madre de Nalin explica que algunas familias dan somníferos a los niños para que no se angustien dentro del camión mientras pasan la frontera. Durante el viaje las puertas permanecen cerradas y el interior está a oscuras. El calvario de Nalin y su madre duró unas veintiocho horas.
Sin embargo, la madre de Nalin cree que el camión es una vía de entrada a la UE más segura que la ruta a pie por el bosque (a través de los pocos kilómetros que todavía no están vallados) o por el mar. Otra vía legal no existe: “Más de la mitad de los niños que ves en Harmanli han entrado en camión. Dentro no ven nada, es como un camión fantasma para ellos”.
La familia de Nalin huyó de Siria a pie. Partió de Qamishli, una ciudad al norte del país habitada por familias kurdas, y cruzó Turquía caminando. En cuanto se reúnan con el padre y el otro hijo, continuaran todos juntos el camino hacia Alemania a pie, por la ruta Serbia-Hungría. Nalin llevará más de 3.000 kilómetros en la mochila.
La familia de Nalin huyó de Siria a pie. Partió de Qamishli, una ciudad al norte del país habitada por familias kurdas, y cruzó Turquía caminando. En cuanto se reúnan con el padre y el otro hijo, continuaran todos juntos el camino hacia Alemania a pie, por la ruta Serbia-Hungría. Nalin llevará más de 3.000 kilómetros en la mochila.
Vivir entre ruinas
Los niños pueden pasar más de nueve meses en el campo de refugiados, hasta que sus padres obtienen el permiso de refugiado. Durante todo este tiempo, pueden salir, pero sin dinero no pueden disfrutar de nada fuera del campo. Las familias guardan su dinero para el viaje y los meses que van a permanecer allí. Solo hacen alguna compra si algún familiar, afincado en Siria o en Europa, les envía dinero. La gente entra y sale del campo con una diminuta bolsa con pocas verduras.
El campo está situado en antiguas dependencias policiales y cuarteles militares de la época comunista. Donde hace unas décadas recluían a los presos y enseñaban tácticas de la Guerra fría, ahora “albergan” a los refugiados. Las familias viven entre ruinas. Con puertas vencidas, ventanas rotas y edificios a punto de derrumbarse, los niños son la única alegría a la vista. De los 2.000 refugiados que viven allí, 200 son niños. Aunque tengan tres años, te hacen el signo de la victoria y te piden a carcajadas una foto: “Mira, Alemania es así, un avión que no hace boom-boom. Pero a veces estoy triste, no todos mis amigos de aquí iremos a la misma escuela en Alemania. No nos volveremos a ver. Eso es malo”, se lamenta Nalin.
El campo está situado en antiguas dependencias policiales y cuarteles militares de la época comunista. Donde hace unas décadas recluían a los presos y enseñaban tácticas de la Guerra fría, ahora “albergan” a los refugiados. Las familias viven entre ruinas. Con puertas vencidas, ventanas rotas y edificios a punto de derrumbarse, los niños son la única alegría a la vista. De los 2.000 refugiados que viven allí, 200 son niños. Aunque tengan tres años, te hacen el signo de la victoria y te piden a carcajadas una foto: “Mira, Alemania es así, un avión que no hace boom-boom. Pero a veces estoy triste, no todos mis amigos de aquí iremos a la misma escuela en Alemania. No nos volveremos a ver. Eso es malo”, se lamenta Nalin.
Kadia Kawsheva, la psicóloga que trabaja algunas horas en el campo, cuenta que muchos niños lloran por pesadillas y tienen síntomas de estrés postraumático. Precisamente por eso, Sipan y otros seis jóvenes kurdos decidieron montar una escuela de forma voluntaria donde enseñan lengua y geografía, pero sobre todo mucha música y baile.
“Los niños necesitan moverse, expresarse, sacar todos los miedos que guardan dentro”, cree Dilshad. Triste, enfadada, contenta o con hambre, Nalin echa un break-dancing. Le sirve para todo. La escuela les ayuda también a apaciguar la angustia de la incertidumbre. “En la escuela los niños tienen una rutina diaria. Si no, ¿en qué pensarían todo el día esperando los papeles? Saldría a flote todo lo que han vivido”, explica Dilshad. “A los padres les pesa mucho el futuro. Más que lo que han vivido, les afecta mucho la incertidumbre. Por eso se alegran de que los niños tengan una actividad con la que entretenerse. Así les transmiten menos su angustia.”
Dilshad, el profesor de dibujo y música de Nalin, (existen varios grupos de escolares de cuatro a siete años y de ocho a catorce) cuenta que al principio en todos los dibujos asomaban las bombas y los camiones, lo que los niños traían en su mochila: “Hay tres palabras que asustan mucho a los niños sirios: policía, bomba, ISIS. La palabra policía les produce temblores; ya en Siria les daba mucho miedo. Cuando aquí ven a la policía que se dirige hacia ellos se asustan mucho”. Nalin les tiene pánico y quiere no volver a encontrarse con ellos: “Mamá me dijo que aquí no tenga miedo, que ahora ya no nos pasará nada malo. Pero aquí he visto a muchos policías”.
“Los niños necesitan moverse, expresarse, sacar todos los miedos que guardan dentro”, cree Dilshad. Triste, enfadada, contenta o con hambre, Nalin echa un break-dancing. Le sirve para todo. La escuela les ayuda también a apaciguar la angustia de la incertidumbre. “En la escuela los niños tienen una rutina diaria. Si no, ¿en qué pensarían todo el día esperando los papeles? Saldría a flote todo lo que han vivido”, explica Dilshad. “A los padres les pesa mucho el futuro. Más que lo que han vivido, les afecta mucho la incertidumbre. Por eso se alegran de que los niños tengan una actividad con la que entretenerse. Así les transmiten menos su angustia.”
Dilshad, el profesor de dibujo y música de Nalin, (existen varios grupos de escolares de cuatro a siete años y de ocho a catorce) cuenta que al principio en todos los dibujos asomaban las bombas y los camiones, lo que los niños traían en su mochila: “Hay tres palabras que asustan mucho a los niños sirios: policía, bomba, ISIS. La palabra policía les produce temblores; ya en Siria les daba mucho miedo. Cuando aquí ven a la policía que se dirige hacia ellos se asustan mucho”. Nalin les tiene pánico y quiere no volver a encontrarse con ellos: “Mamá me dijo que aquí no tenga miedo, que ahora ya no nos pasará nada malo. Pero aquí he visto a muchos policías”.
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