El pequeño Aylan Kurdi era parte del “enjambre” de Dave Cameron. Claro, le será un poco difícil a Dave sacudirse eso, porque Aylan no era negro ni café ni “manchado” por dictadores de la televisión adictos a la tecnología, sino –enfrentémoslo, porque de eso se trata– más bien como nuestros niños de tres años. Podría haber sido un Alan o un John... o un David. De haber sido arrojado a las costas de Hastings o de Bexhill, uno puede imaginar las demandas de los buenos ciudadanos de Sussex por una investigación pública.
Pero Dave Relaciones Públicas nos acababa de decir que Gran Bretaña no puede “recibir” más refugiados sirios. Lo siento, Aylan.
Sin embargo, a riesgo de contraer el cáncer del Daily Mail, existe una perspectiva un poco más amplia de la que necesitamos estar conscientes. Se supone que Europa y Occidente –lo que alguna vez llamamos la Cristiandad– son los chicos malos en Medio Oriente. Somos nosotros quienes bombardeamos, corrompemos e invadimos a los musulmanes de Medio Oriente. Nosotros, quienes apoyamos a los crueles dictadores de Medio Oriente (a menos que desobedezcan nuestros deseos). Somos nosotros quienes chupamos los tesoros fósiles de Medio Oriente, su petróleo y su gas natural. Somos los infieles, ¿o no?
Y cierto, millones de refugiados sirios se han asentado en miserables campamentos en los bordes de Líbano, Turquía y Jordania. Pero los cientos de miles de desposeídos que hoy se arremolinan deseando huir de sus torturadores no navegan en barcos con abolladuras hacia donde uno esperaría que fuesen: a la ummah, el corazón latente del islam, la tierra donde el profeta vivió y donde recibió la palabra de Dios que es conocida como el Corán. No, los destituidos de Medio Oriente no se dirigen a Arabia Saudita, a los ricos reinos del Golfo, para implorar ayuda de los constructores de las grandes mezquitas, los Guardianes de los Santos Lugares.
Los refugiados no arriban en tumulto a la costa de Jeddah en el Mar Rojo, demandando asilo y libertad en el reino que apoyó al talibán y del que surgió Osama bin Laden. No suplican a los guardias fronterizos sauditas que les permitan tomar el tren de Dhahran a Riad, en busca de solaz y seguridad para sus familias en brazos de un régimen cuya fe wahabita-salafista sunita ha proporcionado reclutas a pasto para el Isil. Y, podríamos añadir, esos sirios que huyen de Assad, más que de sus enemigos, tampoco se arrojan a los pies del “califato islámico” cuyos videoclips hieden a muerte y castigo, más que a piedad.
Un poco extraño, podríamos decir. Los historiadores necesitarán algún día ponderar la ironía de que, mientras cientos de miles de judíos dejaron Europa para ir a Medio Oriente, hace 70 años, cientos de miles de musulmanes escapan ahora de Medio Oriente hacia Europa. Pero de eso se trata, ¿cierto?
¿Por qué vienen acá?
No es porque crean que somos “blandengues”. No es porque quieran medrar con nuestra generosidad. Sospecho que es porque conocen lo suficiente de Europa y de nuestra historia, y de nosotros –no de nuestros políticos de hojalata o de Dave Supermercado y los ruidosos carroñeros laboristas que le gruñen a Corbyn, sino de los alemanes, franceses, italianos y suecos y, sí, los griegos e incluso los húngaros, y hasta de los británicos– para saber que somos buenas personas, gente amable. Creo que saben que, muy debajo de nuestro caparazón de cinismo y materialismo y nuestra falta de fe religiosa, la idea del humanismo está viva en Europa y que podemos ser personas decentes, buenas, consideradas y honestas.
Las implicaciones de todo esto son extraordinarias. Significa que, pese a nuestros líderes negligentes y cobardes, nuestros dementes Blairs, nuestros Daves Supermercado, nuestros tontos Milibands y nuestros deschavetados aliados de Europa oriental, somos una sociedad honorable y humana. No sólo hablo del Ángel de Alemania, sino de los voluntarios alemanes, algunos de ellos desempleados, que alimentan y reciben a los refugiados en Berlín. Me refiero a los 20 mil húngaros que marcharon en apoyo a estos afligidos extranjeros que han llegado a nuestras fronteras europeas. A los hombres y mujeres franceses que ayudan a alimentar al “enjambre” de Dave mientras se pudre en las “junglas” de Calais. Pienso en los jóvenes trabajadores de Médicos Sin Fronteras con quienes viajé a la frontera greco-macedonia, que distribuyeron agua, comida, ropa y afecto a las familias de Alepo, Idlib y Deraa –sí, y de Kandahar y Peshawar–, para quienes los refugiados eran más bien como Aylan el de tres años en su playa dorada: para esos jóvenes europeos, los refugiados eran iguales a nosotros. De hecho, “ellos” eran “nosotros”.
En la cada vez más oscura y profunda división entre la gente –los electores– de Europa y sus servilmente ambiciosos e inmorales líderes (excepto Merkel, claro), existe un desafío mucho más serio para el futuro. ¿Qué ocurre cuando nos damos cuenta de que nuestros representantes no nos representan? ¿Qué ocurre cuando recordamos que Dave Relaciones Públicas inclinó la bandera británica ante el difunto rey de Arabia Saudita? ¿Siquiera –en nuestro nombre– rendirá el mismo homenaje al pequeño Aylan?
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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