domingo, 14 de diciembre de 2025

Discurso de Raquel Martí, directora ejecutiva de UNRWA España. en la entrega al premio honorífico a Francesca Albanese de la Asociación Pro Derechos Humanos de España


 Discurso de Raquel Martí, directora ejecutiva de UNRWA España. en la entrega al premio honorífico a Francesca Albanese de la Asociación Pro Derechos Humanos de España, realizado el 9 de diciembre, víspera del día internacional de los Derechos Humanos. Salón de Actos Marcelino Camacho, Comisiones Obreras de Madrid.

Queridas y queridos colegas, amigas y amigos:
Tengo el honor de recoger este premio en nombre de Francesca Albanese, Relatora Especial de Naciones Unidas sobre la situación de los derechos humanos en el Territorio Palestino Ocupado desde 1967, quien lamentablemente no puede estar hoy aquí con nosotras y nosotros.
A lo largo de su mandato, Albanese ha tenido que documentar, con el lenguaje frío del derecho internacional, realidades profundamente humanas: vidas truncadas, familias desplazadas, cuerpos y proyectos de vida destrozados por una ocupación que se ha vuelto cada vez más violenta, más colonizadora y más deshumanizadora.
En sus informes, ha descrito cómo la población palestina ha sido sometida a un sistema de dominación estructural que combina ocupación prolongada, colonización de tierras, apartheid y episodios de violencia masiva que han alcanzado niveles que ella misma ha calificado como genocidas, especialmente en la Franja de Gaza. Ha mostrado también cómo esta violencia no es un accidente, sino parte de una lógica de eliminación y de borrado colonial que se extiende también a Cisjordania, incluida Jerusalén Este.
Pero, más allá de los conceptos jurídicos, Francesca siempre ha recordado que detrás de cada frase hay una historia concreta: la madre que no ha podido enterrar a su hijo; el niño que ha perdido a toda su familia en un bombardeo; el agricultor al que se le arranca el olivar para ampliar un asentamiento; la niña que cruza cada día un checkpoint para ir a la escuela sin saber si hoy le permitirán pasar o si será humillada delante de sus compañeros. En cada informe, en cada comparecencia, ha intentado devolverles nombre, rostro y dignidad.
Francesca insiste siempre en que el marco es claro: la Carta de las Naciones Unidas, el derecho internacional humanitario, el derecho internacional de los derechos humanos y el derecho de los pueblos a la autodeterminación. No son referencias retóricas que se puedan invocar o ignorar según convenga; son obligaciones jurídicas que vinculan a todos los Estados, sin excepción. Cuando se violan de forma tan grave y sistemática como en Palestina, no estamos ante una simple “controversia política”, sino ante la erosión de los cimientos mismos del sistema internacional.
En sus intervenciones ante el Consejo de Derechos Humanos y la Asamblea General, Albanese ha subrayado que no puede haber paz sin justicia, ni justicia sin rendición de cuentas. La impunidad no es neutral: siempre favorece al más fuerte, al que tiene más armas, más poder, más capacidad de imponer su relato. Por eso ha insistido en la necesidad de medidas concretas: investigaciones independientes, mecanismos efectivos de responsabilidad penal internacional, sanciones selectivas, embargo de armas y, especialmente, el desmantelamiento de las estructuras que sostienen la ocupación y el aparthaid.
Decir estas verdades —basadas en el derecho y en la evidencia— ha tenido un coste. La relatora ha sido objeto de campañas de difamación, amenazas e intentos de desacreditar su trabajo e incluso ha sido sancionada por Estados Unidos, como también lo han sido responsables de la Corte Penal Internacional, por el simple hecho de intentar hacer valer el derecho internacional. Pero la verdadera diana no es su persona, ni las personas de la Corte Penal Internacional: el objetivo de estos ataques es el sistema de derechos humanos, es un intento de acabar con el orden internacional y con los valores que nunca deberían de ser cuestionados: los recogidos en la Carta de las Naciones Unidas y la centralidad de la dignidad humana.
Por eso, este premio es también, de alguna manera, una forma de protección. Es un modo de decir: “no estás sola, no están solos quienes defienden los derechos humanos del pueblo palestino”. Pero este premio también es un mensaje para quienes intentan silenciar, intimidar o desacreditar a los mecanismos independientes de Naciones Unidas: “no vais a lograr silenciar las voces que defienden los derechos humanos”.
Para Francesca Albanese, los derechos humanos no son un adorno del discurso diplomático, sino la última línea de defensa frente a la barbarie. En una entrevista reciente lo formuló así: “los derechos humanos son todo lo que tenemos para resistir este intento de erosionar lo que nos ha protegido durante los últimos 75 años; es ahora o nunca”. Ese “ahora o nunca” no es retórica: es una llamada urgente a seguir luchando y defendiendo el sistema de derechos humanos precisamente cuando se intenta destruirlo.
Francesca siempre subraya: defender los derechos humanos del pueblo palestino no es un acto “contra” nadie; no es antisemitismo, no es tomar partido en una disputa identitaria. Es un compromiso con la universalidad de los derechos humanos. Significa afirmar que todas las personas —palestinas, israelíes, judías, musulmanas, cristianas, creyentes o no— tienen derecho a vivir en libertad y seguridad, en igualdad de derechos y sin discriminación. Rechazar el antisemitismo y la islamofobia forma parte inseparable de esa misma lucha por la igualdad y la dignidad.
Lo que está en juego en Palestina no es solo el futuro de un pueblo. Es también nuestra capacidad, como humanidad, de aprender de nuestra propia historia. Es la credibilidad de la promesa que se hizo tras otros horrores: “Nunca más”. Si permitimos que se normalicen la violencia masiva, el desplazamiento forzoso, el castigo colectivo y la negación sistemática del derecho a la autodeterminación del pueblo palestino, entonces “nunca más” se vacía de contenido.
Francesca Albanese insiste también en que lo que ocurre en Palestina es un espejo que refleja la salud de nuestro sistema común. En uno de sus informes describió el genocidio en Gaza como “un crimen colectivo, sostenido por un sistema mundial de complicidad” y advirtió de que la traición a la legalidad internacional “quedará en la historia como una ofensa no solo a la justicia, sino a la idea misma de nuestra humanidad común”. Defender los derechos humanos del pueblo palestino, por tanto, es defender la posibilidad misma de un orden internacional basado en normas y no en la fuerza bruta.
La relatora siempre nos recuerda lo esencial:
· Que el deber de los Estados no es gestionar relatos, sino proteger vidas humanas y hacer cumplir el derecho. La pretendida neutralidad ante un crimen continuado no es neutralidad; es complicidad.
· Que los beneficios de las empresas y actores económicos no son legítimos cuando se construye sobre el despojo y la opresión de un pueblo. La debida diligencia en derechos humanos no puede reducirse a un documento o a una
campaña de comunicación; exige decisiones concretas para no contribuir a la ocupación ni al aparthaid.
· Y tercero que sin la sociedad civil no hay esperanza de cambio real. Francesca agradece y reconoce siempre el coraje y la persistencia de las organizaciones de derechos humanos, de las universidades, de los movimientos estudiantiles y sindicales. El trabajo de documentación, de acompañamiento, de denuncia y de solidaridad mantiene viva la verdad cuando otros intentan enterrarla bajo la propaganda. Como ella misma ha dicho, necesitamos “una revolución desde abajo”, una conciencia global que no acepte la normalización del crimen ni del sufrimiento.
Ella es consciente de que, frente a la magnitud del sufrimiento, los informes, las resoluciones, los discursos pueden parecer insuficientes. Pero también sabe que el derecho internacional y el sistema de derechos humanos son herramientas conquistadas por las luchas de los pueblos, y que renunciar a ellas sería un regalo para quienes aspiran a un mundo regido solo por la fuerza. Abandonar esas herramientas —nos advierte— sería dejar desarmadas a las víctimas y premiar a los perpetradores.
En uno de sus comunicados más recientes, la relatora ha resumido así la urgencia moral de este momento: “Palestina es una herida… lo que está ocurriendo a los palestinos es una tragedia anunciada y una mancha en nuestra conciencia colectiva. Nunca es demasiado tarde para que el mundo se levante y haga lo correcto”.
El trabajo de Francesca Albanese debe continuar, necesitamos que siga utilizando todas las herramientas de su mandato: la investigación rigurosa, la denuncia pública, el trabajo con los mecanismos internacionales, el diálogo con los Estados y con la sociedad civil, para contribuir a desmantelar las estructuras de opresión y abrir el camino hacia una Palestina en la que libertad, igualdad y dignidad no sean consignas, sino realidad cotidiana.
En su nombre, y con su profunda gratitud, muchas gracias por este reconocimiento. Que no sea un punto de llegada, sino un punto de partida para redoblar nuestro compromiso colectivo con los derechos humanos de la población palestina y, con ello, con la dignidad de todas y todos.
Muchas gracias.

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