Foto White House
La paz por la fuerza, dicen y hacen
Santiago González Vallejo, economista. Comité de Solidaridad con la Causa Árabe
infolibre.es, el 11 de diciembre de 2025
La frase "la paz por la fuerza" ha sido utilizada por James D. Vance, vicepresidente de Estados Unidos, en el contexto de explicar la política exterior estadounidense. Esta frase resume la doctrina del actual gobierno estadounidense de que la ‘paz’ se preserva mejor a través de un ejército fuerte y la voluntad de usar la fuerza militar si es necesario frente a los ‘rebeldes’ que no acepten sus planteamientos (unidireccionales). Esta directriz busca posicionar a Estados Unidos en un lugar de ‘negociación’ (por decirlo suavemente) firme, respaldado por su poder militar.
Quizá, esto ha sido siempre así y el orden ‘liberal’ que se nos ha vendido y decían que estaba vigente desde la Segunda Guerra Mundial nunca ha existido. Es cierto, que Estados Unidos ha utilizado o vetado resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, fuente de derecho internacional, para mantener su visión del mundo. Pero, ahora, se ha dejado de vestir ese muñeco. Acudir a las Naciones Unidas ya no es el ámbito donde se hacen propuestas, sino en tal caso, para que se asuman.
En qué situación nos encontramos
Hemos llegado hasta aquí, en esta crisis de confrontación visible de Estados Unidos first, primero, frente al mundo, por la ruptura de unas inercias construidas tras la Segunda Guerra Mundial, que dio lugar a una superpotencia en Occidente y la construcción de un andamiaje de normas que propició desde el dólar como moneda de intercambio y atesoramiento, al comercio libre, etc. La historia posterior, sobre todo a partir de la entrada de China en la globalización y la caída de la URSS por carencias materiales y derrota en la guerra cultural, nos dice que ha habido una diferente velocidad de crecimiento económico y desarrollo tecnológico entre los países y el dominio de Estados Unidos ya no es absoluto. En el PIB mundial, el porcentaje que ocupaba la economía de EEUU ha ido disminuyendo. La globalización y, de facto, un multilateralismo capitalista que se estaba produciendo, ponen en cuestión al dólar y el mantenimiento del estándar de vida de los estadounidenses, soportado por una moneda que sobrevuela los fundamentos clásicos del valor si atendemos a los permanentes déficits comerciales y presupuestarios estadounidenses. Déficit presupuestario que incluye el gasto desproporcionado de su máquina militar con bases militares en el exterior por doquier.
Efectivamente, como consecuencia de esas dinámicas, EEUU se estaba desindustrializando, reduciendo la capacidad económica de toda una gran masa de norteamericanos, una clase obrera aristocrática (en comparación con sus homólogos de otros países) y poniendo en riesgo la autonomía y el poder productivo. En ese capitalismo de todos contra todos se estaba poniendo en cuestión la hegemonía estadounidense.
Particularmente, pienso que fue durante la presidencia de Obama, donde la mayoría de los rectores de las grandes (y competitivas) empresas tecnológicas le apoyaron, cuando las élites empezaron a decidir cómo confrontar al peligro amarillo y los de otros vectores.
El que en la segunda presidencia de Trump, éste haya contado con el apoyo de la mayoría de los rectores de las grandes empresas tecnológicas y un grueso de otras multinacionales, sabiendo que su apoyo incluía la guerra económica frente a sus rivales, abandonando el discurso de la ‘competencia’ capitalista es revelador. Se castiga a Huawei, TikTok,… multinacionales chinas, estableciendo cortapisas en Estados Unidos y obligando a hacer lo mismo a otros ‘aliados’ en la contratación. Las declaraciones y actuaciones descarnadas de Vance y de los otros Secretarios, el de Comercio contra los ‘aliados’ (y sus multinacionales) de la Unión Europea, etc., con los aranceles, con Von der Layen o el 5% de presupuesto militar para la compra de armas a Estados Unidos (que ese es el fin del aumento de presupuesto militar) nos muestra por dónde van los tiros.
Trump considera que tiene poder de dictar las reglas y qué capitalismo primero tiene que ganar, a costa del resto. Nada de tonterías de suma cero o win win (ganador ganador) de liberales globalistas. Sin velos.
El cambio de paradigma sobre la sustentación del poder, la fuerza, rompe muchas dinámicas de acción política.
Los dueños de las grandes multinacionales occidentales y, específicamente, estadounidenses, han decidido que es necesario un capitalismo corporativo que tenga como base política el Estado, el de Estados Unidos, para seguir ejerciendo el dominio mundial frente a cualesquiera otros capitalistas de otros Estados que no se adapten al Estado que ellos dominan.
El desarrollo capitalista en otras economías, en función de su capacidad económica (y militar), tiene que adecuarse al nuevo modelo de fuerza.
La Unión Europea parece que se ha entregado con armas y bagajes. El secretario de la OTAN cumple la lógica de obediencia cerril. Y así, el resto. Pero, los demás, actúan con la misma lógica de comportamiento de poder de la fuerza, por encima de las normas. China y sus multinacionales no son más generosas que las multinacionales estadounidenses. Las razones de fuerza se imponen. Se cambia el Sáhara por una partida arancelaria si es necesario. La empresa estatal china CRRC vende trenes para aumentar la colonización en Territorio Palestino Ocupado al servicio del vencedor Israel….
El margen de maniobra y autonomía estatal se estrecha. La política blanda se hace líquida o se volatiza. Es importante rebelarse, aunque sea con fórmulas micro, al gigante estadounidense, pero sabiendo el margen de maniobra limitado y equilibrando costes y beneficios. Hay que seguir defendiendo el derecho internacional, que tiene una gran fuerza ideológica y es más justo que la fuerza. La guerra cultural (y los avances tecnológicos y pautas de consumo) sigue siendo prioritaria. El ciudadano consumidor vota con su cartera y la ideología se materializa en los modos de producción.
Hay un tsunami ahí fuera, más allá de los casos de corrupción y de su uso por los medios –que no controlamos– y que, parece, quieren que monopolicen el debate público.
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