miércoles, 20 de agosto de 2014

Acusamos a Israel


¿Pueden ciudadanos de a pie de todo el mundo organizarse para proponer en todas las posibles instancias de jurisdicción universal una demanda colectiva contra el Estado de Israel para que se declare su extinción, ya que el estado judío a lo largo de su existencia ha cometido reiteradamente crímenes contra la humanidad, pero sobre todo porque por su propia constitución como estado judío constituye un crimen contra la humanidad? Pueden. Y ya que este tipo de delito no prescribe, estamos a tiempo para hacerlo.
He aquí los argumentos y soluciones para devolver a los judíos y palestinos, y al mundo en general, la dignidad que les fue robada mediante uno de los actos más violentos del colonialismo europeo en el siglo XX, con el apoyo del imperialismo estadounidense y por la mala conciencia europea desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El término sionismo se refiere al movimiento que apoya el “retorno” de los judíos a su presunta patria de la que supuestamente fueron expulsados en el siglo V antes de Cristo.
Hay que distinguir, sin embargo, entre el sionismo judío y el sionismo cristiano. El sionismo judío tiene su origen en el antisemitismo que desgraciadamente siempre persiguió a los judíos en Europa y que culminó en el holocausto nazi. El sueño de Theodor Herzl, un judío austriaco y gran defensor del sionismo, fue la creación no de un estado judío, sino de una patria segura para los judíos. El sionismo cristiano es a su vez antisemita. La idea de un estado judío se debió a los políticos británicos, sionistas y devotos anglicanos, como Lord Shaftesbury, quien por encima de todo, quería ver a su país libre de judíos en su calidad de judíos. Sólo los judíos cristianizados eran tolerados, como Benjamin Disraeli, que llegó al cargo de primer ministro.
Esta tolerancia tenía que ver con la profecía cristiana según la cual el destino de los judíos era la conversión al cristianismo. El mismo sentimiento existe hoy en día entre los evangélicos norteamericanos, que apoyan a Israel como un estado judío y su despiadada expansión colonial contra los palestinos, porque creen que la total redención se producirá al final de los tiempos, con la conversión de los judíos en la Parusia, con el retorno glorioso de Jesucristo.
Fue Lord Shaftesbury quien, en el siglo XIX, formuló el pensamiento “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, que ayudaría más tarde a justificar la creación del Estado de Israel en Palestina en 1948. Y algunos años más tarde, otro sionista no judío, Arthur James Balfour, fue quien propuso la creación de una “patria para los judíos” en Palestina, sin consultar a los pueblos árabes que habitaban este territorio durante más de mil años. “Las grandes potencias” (Austria, Rusia, Francia, Inglaterra), se dice en el Memorándum Balfour de 11 de agosto de 1919, “están comprometidas con el sionismo. Y el sionismo, correcto o incorrecto, bueno o malo, tiene sus raíces en tradiciones seculares, en necesidades presentes y futuras esperanzas, que son mucho más importantes que los deseos de los 700.000 árabes que ahora habitan en ese antiguo territorio”.
Urgía, por lo tanto, transformar a aquellos árabes en un no-pueblo. En 1948, con el beneplácito de las potencias occidentales, especialmente Inglaterra, fue creado el Estado de Israel en una Palestina poblada por árabes y un 10 por ciento de inmigrantes judíos. Se argumentó entonces que había que encontrar un espacio para el pueblo judío, al que nadie quería recibir tras el genocidio en Alemania.
Mucho antes de esta catástrofe, los judíos sionistas ya habían pensado en varias ubicaciones para su futuro Estado. A finales del siglo XIX, una región de Uganda, en lo que hoy es Kenia, entonces colonia británica, fue considerada como un posible sitio para el futuro Estado de Israel. En Argentina también llegó a ser considerado un espacio. Más tarde, consultado sobre una ubicación en el norte de África, en lo que hoy es Libia, el rey de Italia, Víctor Manuel, se negó respondiendo: “Ma è ancora casa di altri” (Sigue siendo casa de otros). Pero ningún europeo, sin embargo, preocupado por la situación de los judíos, pensó nunca en un lugar en la propia Europa. Había que inventar “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”.Aunque fuera incluso necesaria la destrucción de un pueblo.
Y así, paulatinamente, hemos visto la eliminación de un pueblo de la faz de la tierra desde hace sesenta y seis años. La Cisjordania palestina está siendo desmantelada por los asentamientos ilegales y la Franja de Gaza convertida en prisión al aire libre. La extrema derecha israelí apenas es un poco más estridente que su gobierno cuando reclama que “los árabes hediondos de Gaza sean arrojados al mar”. Lo que es sorprendente, dice el historiador judío israelí, Ilan Pappé, en The Ethnic Cleansing of Palestine (2006), es ver cómo los judíos en 1948, recién expulsados de sus casas, expoliados de sus bienes y finalmente exterminados, procedieron sin pestañear a la destrucción de aldeas palestinas, con la expulsión de sus habitantes y la masacre de aquellos que se negaron a abandonar.
El comentario controvertido de José Saramago de hace unos años, de que el espíritu de Auschwitz se reproduce en Israel hoy en día, tiene más sentido que nunca. Así fue sacrificada Palestina, invocando razones bíblicas e históricas que la Biblia no sanciona y la historia desmitifica. Muchos judíos, como los que forman parte de la “Voz Judía por la Paz”, no son sionistas y consideran que el Estado de Israel, en las condiciones en las que fue creado (un territorio, un pueblo, una lengua, una religión) es una aberración colonialista arcaica, basada en el mito de una “tierra de Israel” y un “pueblo judío” que la Biblia ni siquiera confirma.
Como bien demuestra, entre otros, el historiador judío israelí Shlomo Sand, Palestina como “tierra de Israel” es un invento reciente (The Invention of the Land of Israel, 2012). Por cierto, según el mismo autor, el concepto de “pueblo judío” es un invento reciente (The Inventions of the Jewish People, 2009). La creación del Estado judío de Israel constituye un crimen continuado cuya inhumanidad más profunda hoy es patente. Declarada su extinción, los ciudadanos del mundo proponen la creación en Palestina de un Estado laico, plurinacional e intercultural, donde judíos y palestinos puedan vivir en paz y con dignidad. La dignidad del mundo de hoy está hipotecada a la dignidad de la convivencia entre palestinos y judíos.

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