Alicia Vacas, la hermana Alicia, no recuerda siquiera cuándo surgió su vocación misionera, “Desde que me acuerdo quise ser médico para cuidar a los niños pobres y creo que hubo un momento en que las piezas encajaron", resuelve. “Y en ese momento me planteé cuánto quería dedicar a esto: era mi juventud, mi tiempo. Y la respuesta fue todo y para siempre”.
Procedente de una familia obrera y de clase media de Valladolid, ingresó en la orden de las cambonianas con 18 años, “poco a poco fui entendiendo que no era una profesión, sino que se trataba más bien de una consagración, de entregarle la vida a Jesucristo en esta causa. Y creo que esto se fue haciendo más claro sobre todo cuando conocí a losmisioneros y misioneras combonianas, en una Pascua Juvenil en Palencia. Vi que mis inquietudes existían en otras personas y que se podían articular en una forma de vida”.
Después, se diplomó en enfermería en Gijón, y completó los estudios de Medicina Internacional, antes de iniciarse en las misiones. En losEmiratos Árabes, en una clínica rural de Luxor, en Egipto, o en lossuburbios de El Cairo, donde llegaba a atender más de 120 pacientes al día. Ahora, con 41 años y en Jerusalén, divide su tiempo entre la población beduina que llega del Sinaí, y su trabajo en la Clínica Abierta, gestionada por la ONG israelí Médicos por los Derechos Humanos, que vigila el cumplimiento de los derechos humanos en la población palestina. Allí se encuentra frente a frente con el horror de los bombardeos, las historias de quienes lo han perdido todo. Recorre las habitaciones dedicándose a escuchar, a abrazar, a compartir silencios aquí desconocidos.
La hermana Alicia vive con inquietud el resurgir de un conflicto que nunca duerme y desconfía de que las treguas de horas decretadas entre ambas partes abran puerta a algún entendimiento. “para eso hay que poner mucho en juego y no me parece que en este momento se den las condiciones. No creo que se esté discutiendo en este momento verdaderamente levantar el embargo, el asedio de la Franja de Gaza, no me parece que Israel tenga ninguna intención de entrar en esos temas...”, dice con preocupación, “la intención es acallarlo hasta el momento en que pueda explotar otra vez, y está claro que si no hay una respuesta a la población de Gaza, si no se alivia un poco la situación tan dramática en la que viven de vez en cuando, explota. Esto es una bomba de relojería y aquí se están poniendo parches”.
En el hospital, la hermana Vacas lleva a cabo una misión de verificación de las violaciones de derechos humanos en el ámbito médico durante los ataques a la población de la Franja. “Lo que nos interesa cuando nos acercamos a estos pacientes es ver qué tipo de heridas tienen, qué armas las han causado, si se les ha facilitado la evacuación o dificultado... Pero al hablar con ellos sale toda la tragedia que se está viviendo allí”.
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El horror desfila de cuarto en cuarto. En sus camillas se tienden las víctimas más graves de los bombardeos, aunque peor que las heridas físicas son las del alma. “Gaza es una trampa”, explica, “es un espacio pequeño, sobrepoblado, cerrado, del que no se puede escapar. Ese terror de tener que salvar a tu familia y no saber donde meterles, la impotencia de los padres porque no saben cómo proteger a sus hijos, el sentido de culpabilidad...”
Habla de forma pausada, que no se altera tampoco cuando cuenta cómo los niños que recibe están en coma “porque tienen metralla en la cabeza”. La mayor parte de los que llegan al hospital, tienen también amputaciones. “Y los que van despertando, los que están un poquito mejor, están completamente en estado de shock. No quieren hablar, no reaccionan. A veces tienen pesadillas aunque estén despiertos y empiezan a gritar o a llamar a personas que no están con ellos. Aunque hoy he visto las primeras sonrisas”.
Su voz cambia. “Algunos niños llevan ya diez o doce días en Jerusalén y hoy he visto a algunos de los primeros que llegaron que empiezan a jugar con plastilina, con pelotas de colores... y empiezan a reaccionar un poco”.
Son críos que han perdido todo en los bombardeos. Su casa y su familia. “Ayer, por ejemplo, visité a un niño de tres años...”, cuenta la hermana, “Aquí las familias son muy extensas y en su casa enterraron 18 cuerpos.Sólo se salvó él. Toda su familia, padre, hermanos, primos, tíos, toda la familia, todo su mundo al que estaba acostumbrado, le falta. Sólo tenía a su abuelo y cuando le preguntamos qué va a pasar con este niño nos dijo:pues nos tiene a su abuela y a mí. Esto es el valor de estas comunidades, estas sociedades muy tradicionales, en las que el sentido de la familia hace cuerpo, se vuelcan y los niños no se quedan solos. Pero¿cómo crecerá este niño con este trauma y ese sufrimiento?”, se pregunta.
La hermana Alicia va agolpando las historias. Imposible saber cuál supera a otra. Todas desangradas en el mismo lugar. “Otro niño que he visto esta mañana no sabía todavía que sus padres habían muerto. Y son siete hermanos. El niño está en coma, pero su tía me decía que no sabía como les iba a decir que sus padres ya no estaban. La mujer estaba superada, aterrorizada de tener que volver a Gaza con estos siete niños pequeñitos. Me decía: Pero si es que ya no tenemos casa, qué vamos a hacer con ellos”. La hermana Alicia justifica casi una “amnesia” al preguntársele por cuál ha sido lo más impactante de su vida misionera.“Yo no puedo irme más allá de esta mañana”.
Historias que van golpeando como misiles, y a las que dice, ella no se acostumbra. “Yo creí que estaba más preparada y me autoconvencía. Pero no es verdad. Sobre todo para nosotros los religiosos, la fe nos ofrece unas agarraderas muy fuertes. Y creo que la palabra que lo resume mejor en estos días es “intercesión”, no sólo rezar por alguien, sino estar en el medio. Estar en el medio te desgarra. Creo que en el fondo, desde una perspectiva de fe, es un privilegio entre muchas comillas poder absorber y captar el sufrimiento de otras personas y dejar que te toque y te marque. Como misioneros estamos llamados a esto, a asumir las penas de nuestro pueblo”. Las alegrías y las penas de un pueblo, en este caso, de dos, condenados en un círculo de odio y a los que ella ama por encima de todo.
¿Y la población de Gaza no llega a perder la fe? Se hace un silencio. “No, es algo que me alucina. Los musulmanes creen en la presdestinación, en el designio de Dios sobre todas las cosas. Y es algo que he oido mil veces estos días: “Esto es lo que nos ha tocado, esto es lo que Dios ha escrito para nosotros y nosotros tenemos que aceptarlo de sus manos”.
Son críos que han perdido todo en los bombardeos. Su casa y su familia. “Ayer, por ejemplo, visité a un niño de tres años...”, cuenta la hermana, “Aquí las familias son muy extensas y en su casa enterraron 18 cuerpos.Sólo se salvó él. Toda su familia, padre, hermanos, primos, tíos, toda la familia, todo su mundo al que estaba acostumbrado, le falta. Sólo tenía a su abuelo y cuando le preguntamos qué va a pasar con este niño nos dijo:pues nos tiene a su abuela y a mí. Esto es el valor de estas comunidades, estas sociedades muy tradicionales, en las que el sentido de la familia hace cuerpo, se vuelcan y los niños no se quedan solos. Pero¿cómo crecerá este niño con este trauma y ese sufrimiento?”, se pregunta.
La hermana Alicia va agolpando las historias. Imposible saber cuál supera a otra. Todas desangradas en el mismo lugar. “Otro niño que he visto esta mañana no sabía todavía que sus padres habían muerto. Y son siete hermanos. El niño está en coma, pero su tía me decía que no sabía como les iba a decir que sus padres ya no estaban. La mujer estaba superada, aterrorizada de tener que volver a Gaza con estos siete niños pequeñitos. Me decía: Pero si es que ya no tenemos casa, qué vamos a hacer con ellos”. La hermana Alicia justifica casi una “amnesia” al preguntársele por cuál ha sido lo más impactante de su vida misionera.“Yo no puedo irme más allá de esta mañana”.
Historias que van golpeando como misiles, y a las que dice, ella no se acostumbra. “Yo creí que estaba más preparada y me autoconvencía. Pero no es verdad. Sobre todo para nosotros los religiosos, la fe nos ofrece unas agarraderas muy fuertes. Y creo que la palabra que lo resume mejor en estos días es “intercesión”, no sólo rezar por alguien, sino estar en el medio. Estar en el medio te desgarra. Creo que en el fondo, desde una perspectiva de fe, es un privilegio entre muchas comillas poder absorber y captar el sufrimiento de otras personas y dejar que te toque y te marque. Como misioneros estamos llamados a esto, a asumir las penas de nuestro pueblo”. Las alegrías y las penas de un pueblo, en este caso, de dos, condenados en un círculo de odio y a los que ella ama por encima de todo.
¿Y la población de Gaza no llega a perder la fe? Se hace un silencio. “No, es algo que me alucina. Los musulmanes creen en la presdestinación, en el designio de Dios sobre todas las cosas. Y es algo que he oido mil veces estos días: “Esto es lo que nos ha tocado, esto es lo que Dios ha escrito para nosotros y nosotros tenemos que aceptarlo de sus manos”.
"Esta mañana hablaba con una madre joven, de treinta años que está en el hospital bastante grave con una hija pequeñita, de dos. En los brazos le mataron a un bebé de cinco meses. Y cuando fui a hablar con ella la encontré llorando y el momento fue impactante. Entonces me dijo que no había querido llorar desde que le pasó. Me decía: “hace quince días que repito todo el tiempo: Señor, tú me la diste como un regalo, y ahora yo te la doy como un regalo a tí. Y hasta ahora eso me ha sostenido. Pero hoy ya no he aguantado más”. Te impresiona esa fe tan grande con la que esa mujer es capaz de llevar algo tan dramático”
Una más entre los beduinos
Junto con su misión en el hospital, la hermana Vacas atiende a la población beduina de los territorios ocupados entre Jerusalén y Jericó. Desplazados desde los años cincuenta, viven en la llamada zona C, una tierra militarizada, donde el Ejército israelí prohibe cualquier asentamiento. Despojados de cualquier método de desarrollo y subsistencia, están condenados a la marginalidad.
“Para muchos es la tercera o cuarta vez que les desplazan”, dice, “Y ellos no forman parte del conflicto. Su carácter es muy tranquilo, están mucho más interesados en sus tradiciones, en sus animales, en sus familias, en su forma de vida tradicional... Los beduinos nunca han tenido propiedad de la tierra”.
Una situación que golpea de forma especial a los niños, que deben recorrer kilómetros para poder ir a la escuela. Las religiosas cambonianas, junto a Manos Unidas, trabajan para construir en esa zona guarderías y colegios, siempre bajo la permanente alerta de ser destruidas por el Ejército. Cada escuela que construyen tienen una orden de demolición desde el primer día. "Pero los beduinos tienen una paciencia infinita", relata, "una capacidad de resistencia tranquila y pacífica. Se agobian mucho menos que nosotros. Cuando nos parece que es una situación crítica ellos dicen “siempre ha sido así”. Ellos dicen que si dejan que Israel les controle la vida les darán más poder que el que tienen. Que nos tiran la casa, pues mañana la levantamos. Que nos tumban la escuela, mañana empezamos a reconstruirla”.
La misma filosofía que rige su vida. ¿En algún momento ha pensado en abandonar? “Ha habido momentos...”, reconoce ella, “pero no puedo tirar la toalla”. Como los beduinos.
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