Jerusalem Post / Informe de Jerusalén
Golpes comerciales: La amenaza comercial de la Unión Europea ensombrece la economía exportadora de Israel
Análisis. Cómo un boicot de la UE podría trastornar la economía israelí, basada en las exportaciones, y por qué el alto el fuego ofrece solo un respiro temporal.
Gali Inberg
The Jerusalem Post, 7 de noviembre de 2025
Durante años, Israel se ha beneficiado de acuerdos comerciales preferenciales con la Unión Europea , que le permiten exportar productos al mercado europeo libres de aranceles y en condiciones favorables.
Sin embargo, la guerra de Gaza catalizó profundos cambios en el sentir europeo. A medida que el conflicto se intensificaba, también lo hacían las críticas contra Israel en toda Europa, y las voces políticas que pedían la suspensión de estos acuerdos se hacían cada vez más fuertes.
Tal medida podría provocar graves daños económicos a Israel, interrumpiendo las cadenas de suministro establecidas, poniendo en peligro miles de puestos de trabajo y alterando fundamentalmente el panorama comercial del que han dependido las industrias israelíes durante años.
Consecuencias graves
La UE constituye un pilar fundamental de la infraestructura económica de Israel. Datos de la Comisión Europea revelan que el comercio bilateral alcanzó aproximadamente los 42.000 millones de euros en 2024, con exportaciones israelíes que totalizaron unos 16.000 millones de euros.
Esto representa más de una cuarta parte del volumen total de exportaciones de Israel, impulsado principalmente por productos de alta tecnología, farmacéuticos, equipos médicos y químicos.
Un boicot comercial no tiene por qué consistir en un embargo comercial absoluto. Puede incluir diversas medidas, desde el aumento de aranceles a los productos israelíes y el endurecimiento de las normativas hasta el retraso de los envíos en ambos sentidos.
Incluso una intervención aparentemente “limitada”, como la suspensión temporal de las exenciones fiscales, podría infligir pérdidas anuales de miles de millones de shekeles a las industrias israelíes, obligadas repentinamente a competir contra los fabricantes europeos en un terreno de juego desequilibrado.
Las empresas tecnológicas, las industrias de defensa, las farmacéuticas y los agricultores sentirían la presión. Los costes de envío aumentarían, los márgenes de beneficio se reducirían y las pequeñas y medianas empresas podrían no sobrevivir a la crisis.
Una disminución de las exportaciones se traduce directa e inmediatamente en una reducción del producto interno bruto (PIB) de Israel. Cada punto porcentual de descenso en las exportaciones a Europa podría restar cientos de millones de shekeles a la producción nacional israelí.
La consecuencia inmediata sería grave: la actividad económica se ralentizaría, la inversión de capital se congelaría y se producirían despidos masivos en los sectores dependientes de las exportaciones.
Y los daños se extenderían mucho más allá de los exportadores directos. Todo el ecosistema de industrias de apoyo, como los operadores logísticos, las aseguradoras, las empresas de transporte de mercancías y los servicios empresariales, se enfrentaría a un desorden igualmente grave ante el desplome del volumen comercial.
Pérdida de credibilidad
El daño causado por un boicot no puede calcularse únicamente en términos financieros. También es una cuestión de percepción y credibilidad.
Un boicot europeo provocaría una onda expansiva en la comunidad inversora internacional, erosionando la confianza en la estabilidad económica de Israel e impulsando a las corporaciones multinacionales a reconsiderar o abandonar sus planes de establecer centros operativos dentro de sus fronteras.
Además, si Israel llega a ser percibido como económicamente aislado o vulnerable, es probable que las agencias de calificación crediticia respondan rebajando una vez más la calificación soberana del país.
Tal rebaja desencadenaría una reacción en cadena: los costos de endeudamiento aumentarían para el gobierno al financiar los servicios públicos; los bancos enfrentarían mayores gastos de capital que se trasladarían a los consumidores; y las grandes corporaciones tendrían dificultades con los elevados costos de financiación.
Europa no solo funciona como destino de las exportaciones israelíes, sino también como fuente crucial de importaciones esenciales, como automóviles, productos alimenticios, productos farmacéuticos, dispositivos médicos y las materias primas que abastecen a la industria israelí.
Un boicot europeo o retrasos prolongados en el despacho de importaciones crearían escasez de suministros, lo que provocaría aumentos de precios y aceleraría la ya acuciante crisis del coste de la vida.
La interrupción de las cadenas de suministro europeas obligaría a los fabricantes israelíes a buscar fuentes sustitutas más caras, lo que elevaría sus costes de producción y amplificaría las fuerzas inflacionistas en toda la economía.
Efecto dominó
Para el consumidor israelí, las implicaciones son inmediatas: los carritos de la compra y las facturas mensuales se encarecerían notablemente, y la inflación se extendería a una amplia gama de productos y servicios.
Más allá del daño directo, un boicot europeo catalizaría un aislamiento económico más amplio. Países de Asia, América Latina y África podrían imitar la medida o simplemente distanciarse de los lazos económicos con Israel.
Este efecto dominó elevaría la crisis de dimensiones regionales a globales. Las corporaciones multinacionales, al percibir a Israel como un destino de inversión cada vez más arriesgado, reubicarían sus centros de producción y transferirían capital a mercados más seguros.
Sin embargo, a pesar de este preocupante escenario, Israel cuenta con medidas que podrían mitigar los daños.
En primer lugar, Israel debería seguir una estrategia de expansión agresiva, estableciendo y profundizando alianzas comerciales en Asia, América y África para crear alternativas reales a los mercados europeos.
Los marcos comerciales existentes con India, Japón y Corea del Sur ofrecen una plataforma prometedora, pero estos acuerdos siguen estando infrautilizados y requieren una expansión ambiciosa para servir como alternativas reales a los mercados europeos.
En segundo lugar, el Estado debe implementar programas de ayuda integrales que combinen incentivos fiscales, opciones de financiación accesibles e iniciativas de desregulación para aliviar la carga de los exportadores.
Debe prestarse especial atención a las pequeñas y medianas empresas, que carecen de la capacidad financiera de las empresas más grandes para absorber los costes de la perturbación económica.
En tercer lugar, la estrategia económica debe ir acompañada de iniciativas diplomáticas inteligentes dirigidas a las instituciones europeas para desalentar las medidas restrictivas y explicar la posición estratégica de Israel.
Estas iniciativas también deberían destacar las ventajas mutuas de una cooperación sostenida en los sectores de tecnología, energía y defensa, donde la propia Europa tiene intereses significativos y donde las capacidades israelíes aportan un valor tangible.
Una crisis económica de este tipo, si se afronta estratégicamente, podría catalizar una reestructuración fundamental de los cimientos económicos de Israel.
El actual desequilibrio estructural de Israel —donde la excesiva dependencia de las exportaciones tecnológicas se combina con el abandono sistemático de la capacidad manufacturera e industrial tradicional— ha creado una economía vulnerable a la presión externa y a las perturbaciones del mercado.
Sin embargo, las restricciones externas, en lugar de representar una catástrofe absoluta, podrían convertirse en un catalizador para una reorientación fundamental: revitalizar las bases manufactureras nacionales, movilizar inversiones sustanciales en infraestructura y capacidad productiva, y exigir eficiencia en las instituciones gubernamentales y la empresa privada.
Si se aprovecha correctamente, la crisis comercial podría convertirse en una oportunidad para un cambio estructural, uno que fortalezca la economía desde dentro y le otorgue una mayor resistencia a la inestabilidad mundial.
En la actualidad, la amenaza de severas sanciones económicas europeas contra Israel se encuentra suspendida temporalmente. Tras el logro de un alto el fuego y el restablecimiento del diálogo diplomático, la UE ha decidido aplazar las sanciones previstas.
Esta tregua temporal otorga a la economía israelí un margen vital para estabilizarse y proteger a los exportadores y el empleo de una disrupción catastrófica, al menos a corto plazo.
Israel debe tratar esta suspensión con seriedad estratégica.
La nación debe actuar con decisión para reconstruir la confianza con los responsables de la toma de decisiones europeos, reconstruir sistemáticamente las relaciones diplomáticas dañadas y demostrar de manera convincente su valor insustituible como socio tecnológico y económico cuyos intereses coinciden con la prosperidad y la seguridad europeas.
Solo mediante una cuidadosa orquestación de la política exterior y una gestión económica sólida puede Israel garantizar que las relaciones comerciales alcancen una estabilidad duradera y evitar que su economía se enfrente a un nuevo riesgo de desconexión de uno de sus mercados más esenciales.
Gali Ingber es jefa de estudios financieros en el Colegio de Estudios Académicos de Gestión de Israel.
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