viernes, 7 de noviembre de 2025

Guerra Ambiental y ecocidio en Gaza


 Illustration by Fourate Chahal El Rekaby 

Guerra Ambiental y ecocidio en Gaza
Los crímenes horrendos que Israel está cometiendo en Gaza, tanto contra su población como contra su medio ambiente, son una intensificación de una guerra que comenzó hace mucho tiempo y que Shourideh C. Molavi describió en su libro Environmental Warfare in Gaza. Al rechazar la noción de medio ambiente como un telón de fondo pasivo del conflicto, Molavi demuestra el modo en que las prácticas israelíes de colonia de asentamientos utilizan elementos del medio ambiente como una herramienta activa de la guerra militar en la Franja de Gaza y los alrededores.23 En esta guerra, la destrucción total de las zonas residenciales de Gaza va de la mano con la destrucción de los espacios agrícolas.

La violencia ecológica de Israel en Gaza adopta la forma de destrucción de la tierra, imposición de restricciones al cultivo a los productores palestinos —incluidos límites a los tipos y la altura de los cultivos— y la erradicación casi total de olivares y plantaciones de cítricos tradicionales del territorio. Además de las incursiones y masacres periódicas de Israel, las topadoras israelíes cruzan a Gaza frecuentemente para arrancar cultivos y destruir invernaderos. De este modo, como documenta el grupo Forensic Architecture, Israel ha expandido sistemáticamente su zona de exclusión militar o “zona de amortiguación” a lo largo de la frontera este de Gaza.   

Desde 2014, este proceso ha incluido la guerra química. Israel despliega periódicamente aviones fumigadores que esparcen herbicidas tóxicos y matan plantas en tierras agrícolas palestinas, cientos de metros dentro de la frontera de Gaza.24 Entre 2014 y 2018, el Ministerio de Agricultura palestino estimó que los herbicidas dañaron más de 13 kilómetros cuadrados de tierra agrícola en Gaza.25  Los efectos de estos químicos no se limitan a los cultivos: Al-Mezan, una ONG de derechos humanos palestina, advirtió que el ganado que consume plantas afectadas por los químicos puede dañar a los seres humanos a través de la cadena alimentaria.26 

Incluso antes de que comenzara el genocidio actual, estas prácticas habían destruido grandes extensiones de tierra cultivable, dejando a los productores gazatíes sin medios de subsistencia y otorgando a las fuerzas armadas israelíes mayor visibilidad para detectar blancos remotos y lanzar ataques mortales.27 El resultado es que, a diferencia de los kilómetros de cultivos en campos irrigados (fresas, melones, hierbas y repollos) de los asentamientos israelíes adyacentes a Gaza, las tierras palestinas en Gaza parecen infértiles —sin vida, no por causas naturales, sino intencionalmente—. En lugar de “hacer que el desierto florezca”, los colonos llevan a cabo un proceso de desertificación, transformando la tierra agrícola otrora fértil y activa en una zona desértica y quemada sin vegetación. 

Es en esta reconfiguración brutal y colonial del paisaje biopolítico de Gaza (y el de la histórica Palestina, en sentido más amplio) que tuvo lugar el ataque de Hamás el 7 de octubre. Desde entonces, los crímenes israelíes en Gaza ingresaron en el ámbito del ecocidio. Aún no se ha documentado la totalidad del daño causado en Gaza, y las estadísticas quedan rápidamente obsoletas, a medida que Israel continúa el genocidio. No obstante, a continuación se presentan algunos datos.

Como ha demostrado el grupo con sede en Londres Forensic Architecture mediante el uso de imágenes satelitales, desde octubre de 2023, las fuerzas israelíes han perpetrado ataques sistemáticos contra huertas e invernaderos en un acto de ecocidio deliberado que exacerba la catastrófica hambruna en Gaza y es parte de un patrón más amplio de privar a los palestinos de recursos para su supervivencia.28 A marzo de 2024, alrededor del 40 por ciento de la tierra en Gaza utilizada anteriormente para la producción de alimentos había sido destruida, mientras que alrededor de un tercio de los invernaderos de Gaza habían sido demolidos, lo cual representa un 90 por ciento en el norte de Gaza y un 40 por ciento alrededor de la ciudad de Jan Yunis, en el sur.29 Además, análisis de imágenes satelitales obtenidos por The Guardian en marzo de 2024, demuestran que casi la mitad de la cubierta forestal y tierra agrícola de Gaza había sido destruida, entre otras cosas mediante el uso ilegal de fósforo blanco. Como describe el artículo de The Guardian, los olivares y las explotaciones agrícolas quedaron reducidas a tierra compactada; las municiones y toxinas contaminaron el suelo y el agua subterránea; y el aire está contaminado con humo y materia particulada.30 Es muy probable que la situación haya empeorado drásticamente en los meses posteriores a la publicación de estos informes.

Uno de los elementos más letales del ecocidio de Israel en Gaza es la destrucción del suministro de agua del territorio. Incluso antes de que comenzara el genocidio, alrededor del 95 por ciento de los recursos hídricos del único acuífero de Gaza estaban contaminados y no eran seguros para el consumo humano o el riego. Esto fue consecuencia del bloqueo inhumano y los ataques constantes, que obstaculizaron la creación y reparación de instalaciones de agua y plantas desalinizadoras. Sin embargo, desde octubre de 2023 hubo una ruptura y destrucción total de las instalaciones e infraestructura de agua en Gaza, lo que provocó el colapso de los suministros de agua potable y de la gestión del saneamiento. Ello ha dado lugar a altos niveles de deshidratación y enfermedades (como la fiebre tifoidea).

Además de la destrucción directa provocada por los ataques militares, la falta de combustible ha dejado a la población de Gaza sin otra solución que talar bosques para quemarlos y utilizarlos para cocinar o calentarse, lo que contribuye a la deforestación que ya está teniendo lugar en el territorio. Al mismo tiempo, hasta el suelo que queda es amenazado por los bombardeos y las demoliciones israelíes. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), los fuertes bombardeos de áreas pobladas contaminan el suelo y el agua subterránea a largo plazo, tanto a través de las propias municiones, como debido a que los escombros de los edificios liberan materiales peligrosos (como amianto, sustancias químicas industriales y combustibles) en el aire, el suelo y el agua subterránea.31 A julio de 2024, el PNUMA había estimado que los bombardeos habían generado 40 millones de toneladas de desechos y materiales peligrosos, y que gran parte de los escombros contenía restos humanos. La limpieza de los escombros provocados por la guerra en Gaza llevará 15 años y podría costar más de 600 millones de dólares.32

El ecocidio cometido por Israel se extienda al mar de Gaza, que está repleto de desechos y aguas residuales. Cuando Israel cortó el suministro de combustible a Gaza a partir del 7 de octubre de 2023, los consiguientes cortes de electricidad implicaron que el agua residual no se pudiera bombear a las plantas de tratamiento de agua, por lo que 100.000 metros cúbicos de agua residual iban a parar a diario al mar Mediterráneo. Además de la destrucción de la infraestructura sanitaria, los ataques a hospitales y trabajadores de la salud, y las severas restricciones al ingreso de suministros médicos, esta situación ha sido un caldo de cultivo para el brote de enfermedades infecciosas, como el cólera, y el resurgimiento de enfermedades anteriormente erradicadas y prevenibles mediante vacunación, como la polio.33

Debido a toda la destrucción descrita anteriormente, muchos observadores y expertos afirman que el asalto a los ecosistemas ha convertido a Gaza en una zona inhabitable.

Illustration by Fourate Chahal El Rekaby
Illustration by Fourate Chahal El Rekaby

Palestina contra el imperialismo estadounidense y el capitalismo de combustibles fósiles
En la cumbre sobre el clima (COP28), celebrada en Dubái en diciembre de 2023, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, declaró: “El genocidio y la barbarie desatada sobre el pueblo palestino es lo que le espera al éxodo de los pueblos del sur desatado por la crisis climática…Lo que vemos en Gaza es el ensayo del futuro”.34 Como deja en claro la declaración de Petro, el genocidio en Gaza es una advertencia de lo que ocurrirá si no nos organizamos y resistimos. El imperio y sus clases dominantes están dispuestos a sacrificar a millones —personas negras, de color y de la clase trabajadora blanca por igual— para mantener la acumulación y el dominio del capital. Su rechazo a comprometerse a adoptar medidas por el clima durante la COP29 celebrada en Bakú (Azerbaiyán), mientras siguen financiando el genocidio en Gaza, son un ejemplo de ello, al igual que el apartheid de las vacunas durante la pandemia de COVID-19. 

Gaza también pone de manifiesto el modo en que el complejo industrial-militar provoca la crisis climática. De hecho, el ejército estadounidense es el mayor emisor institucional de gases de efecto invernadero del mundo.35 En cuanto a la guerra genocida en Gaza, en apenas dos meses, las emisiones de Israel sobrepasaron las emisiones de carbono anuales de más de 20 de los países climáticamente más vulnerables del mundo —en gran medida debido a emisiones relacionadas con los vuelos militares y la fabricación de armas de Estados Unidos—.36 Estados Unidos no solo está facilitando el genocidio, sino que está contribuyendo activamente al ecocidio en Palestina. Pero la conexión es aún más profunda. La lucha por la liberación palestina es inseparable de la lucha contra el capitalismo de combustibles fósiles y el imperialismo estadounidense. Palestina se encuentra en el centro de Oriente Medio, una región que sigue siendo fundamental para la economía capitalista mundial, no solo para el comercio y las finanzas, sino también por ser el centro del régimen de combustibles fósiles del mundo, dado que allí se produce alrededor del 35 por ciento del petróleo del mundo.37 Mientras tanto, Israel está intentando convertirse en un centro de energía a nivel regional, especialmente mediante yacimientos de gas en el mar Mediterráneo, como Tamar y Leviatán, para los cuales otorgó nuevas licencias de exploración apenas semanas de haber comenzado su guerra genocida en Gaza. 

El dominio de Estados Unidos en Oriente Medio, con la influencia auxiliar en el capitalismo mundial de combustibles fósiles, se basa en dos pilares: Israel y las monarquías del golfo Pérsico. Israel —que, en palabras del ex Secretario de Estado de Estados Unidos, Alexander Haig, es “el mayor portaaviones estadounidense del mundo que no puede hundirse”— es el ancla del imperio, que ayuda a controlar los recursos de combustibles fósiles, aporta vigilancia y armas de vanguardia y se integra en la región a través de sectores como el agronegocio, la energía y la desalinización. Para promover su dominio, Estados Unidos y sus aliados se esfuerzan para normalizar la función de Israel en la región. Este proceso comenzó con los Acuerdos de Camp David (1978) y el Tratado de Paz entre Jordania e Israel (1994), y continuó con los Acuerdos de Abraham en 2020 con los Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Sudán y Marruecos. Antes del 7 de octubre de 2023, la normalización de las relaciones entre los Emiratos Árabes Unidos e Israel era inminente, con la intermediación de Estados Unidos, mediante un acuerdo que habría eliminado a la causa palestina. Las acciones palestinas de resistencia interrumpieron esos planes.

Todo ello demuestra que la liberación palestina no es simplemente una cuestión moral o de derechos humanos, sino que es un enfrentamiento directo al imperialismo estadounidense y el capitalismo de combustibles fósiles. Por este motivo, la liberación palestina debe ser el eje central de la lucha ambiental y por la justicia climática a nivel mundial. Ello incluye oponerse a la normalización de Israel y apoyar el movimiento de boicot, desinversiones y sanciones (BDS), en particular en relación con la tecnología verde y las energías renovables. No habrá justicia climática a menos que se desmantele la colonia de asentamientos sionista que es Israel y se derroque a los regímenes reaccionarios del golfo. Palestina está en el centro de la lucha mundial contra el colonialismo, el imperialismo, el capitalismo de combustibles fósiles y la supremacía blanca. Es por ello que los movimientos por la justicia climática, los grupos antirracistas y los organizadores antiimperialistas deben apoyar la lucha palestina —y defender el derecho de los palestinos a resistir por todos los medios necesarios—.

Illustration by Fourate Chahal El Rekaby
Illustration by Fourate Chahal El Rekaby

Resistencia y eco-sumud
A pesar de la catástrofe omnipresente e implacable que afrontan, los palestinos siguen resistiendo e inspirándonos a diario con su sumud (tenacidad). Esta palabra tiene múltiples significados. Manal Shqair la define como un patrón de prácticas de resistencia y adaptación cotidianas a las dificultades de la vida bajo el régimen colonial israelí de asentamientos,38 y a la vez se refiere a la perseverancia del pueblo palestino de permanecer en su tierra y mantener su identidad y cultura ante el despojo israelí y las narrativas que presentan a los colonos judíos como los únicos habitantes legítimos.39 

Shqair profundiza en el concepto de tenacidad palestina mediante la introducción del concepto de eco-sumud, que se refiere a los actos de tenacidad diarios de los palestinos que implican formas de mantener una conexión profunda con la tierra, arraigadas en el medio ambiente. El concepto incorpora los conocimientos autóctonos, los valores culturales y las prácticas cotidianas que utilizan los palestinos para resistir la interrupción violenta de su vínculo con la tierra. El eco-sumud se basa en el entendimiento de que las únicas respuestas viables a las crisis ecológica y climática son aquellas que apoyan la búsqueda de justicia, soberanía y libre determinación del pueblo palestino —para lograr ese resultado es necesario poner fin a la ocupación y el régimen de apartheid y desmantelar a Israel como colonia de asentamientos—. Practicar el eco-sumud está intrínsecamente ligado a creer en la posibilidad de derrotar el colonialismo de asentamientos israelí y afirma el deseo inquebrantable de los colonizados de definir su propio destino.

Esta heroica resistencia palestina, expresada a través del eco-sumud y de un fuerte vínculo con la tierra, es fuente de inspiración para los movimientos progresistas del mundo entero que luchan por la justicia en medio de los diversos desastres que están ocurriendo. No hay mejor forma de cerrar este capítulo que citando las palabras del autor ecomarxista Andreas Malm, que traza un paralelismo conmovedor entre la resistencia palestina y el movimiento por el clima:

"¿Qué puede aprender el movimiento por el clima de la resistencia palestina? Que aun cuando la catástrofe —generalizada, omnipresente e incesante se ha consumado, seguimos resistiendo. Aun cuando es demasiado tarde, cuando todo se ha perdido, cuando la tierra ha sido destruida, nos alzamos de los escombros y contraatacamos. No nos detenemos; no claudicamos; no nos damos por vencidos porque los palestinos no mueren. Los palestinos nunca serán vencidos. Un ejército fuerte es derrotado si no gana, pero un ejército débil que resiste resulta victorioso si no pierde. Espero que la guerra actual en Gaza llegue a su fin con la resistencia intacta; esa sería una victoria. La continuación de la resistencia palestina en sí misma será una victoria porque seguiremos luchando, sin importar las catástrofes que nos inflijan. Esta es una fuente de inspiración para el movimiento por el clima. En este sentido, los palestinos no solo luchan por sí mismos, luchan por la humanidad entera —luchan por la idea de humanidad que resiste la catástrofe en la forma que sea y sigue resistiendo a pesar de las fuerzas considerablemente superiores a las que se enfrentan—. Creo que hay muchos motivos para solidarizarse con la resistencia palestina por su propio bien, pero también por el nuestro”.40

Nos enfrentamos a una tarea muy difícil, pero como Fanon nos exhortó una vez, debemos, en una relativa oscuridad, descubrir nuestra misión, cumplirla y no traicionarla.41

Hamza Hamouchene, Coordinador de Programa - Norte de África, es un investigador, activista y comentarista argelino radicado en Londres y miembro fundador de la Campaña de Solidaridad con Argelia (ASC) y de Justicia Ambiental del Norte de África (EJNA).

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