martes, 22 de diciembre de 2020

RANDA HASFURA ANASTAS Diplomática en la Embajada de Palestina en España

 Jesús nació allá, 2020dc

RANDA HASFURA ANASTAS 

Diplomática en la Embajada de Palestina en España 



 Es válido enfatizar que este año 2020 ha generado golpes a las sociedades del mundo entero, una crisis sanitaria, económica y social que ha agudizado los problemas ya existentes en la realidad social de cada país. 

 Y Palestina, además de recibir los mismos golpes que esta pandemia  ha producido en el resto de países, ha recibido aún más por tener que enfrentar: la promesa en el mes de Julio del primer ministro israelí de anexar más territorios palestinos (llevando a cabo la demolición de gran cantidad de viviendas y escuelas, dejando sin hogar a muchas familias palestinas); la mal llamada “normalización” de relaciones entre Israel y países árabes (Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Sudan) que no solo atropellan el derecho internacional sino, causarán a medio plazo, más inestabilidad en la región; y un genocidio silencioso que no termina. 

 Pero ahora que estamos en diciembre sabemos que esa parte del mundo no solo acoge el conflicto palestino-israelí, sino que también acogió –en su momento- a Jesús en su venida como hombre: siendo Belén su cuna, Nazaret su casa y Jerusalén su cruz… 

 Iniciar pues, el recorrido de Jesús, implica tornar nuestra mirada hacia aquel pueblecito donde Él nació, que irónicamente es ahora uno de los lugares más conflictivos sobre la faz de la Tierra, aunque no deja de ser uno de los más hermosos e históricos: por ser el más venerado durante la Navidad, el nombrado cada diciembre, el encuentro de Dios con el mundo. 

Así no llegaron María y José a Belén, pero así entra un turista ahora. Hay que esperar junto al muro: una impresionante muralla de concreto, de diez metros de altura, coronada por alambre de púas. Los soldados israelíes armados con rifles de asalto examinan los documentos, registran el vehículo.  

 A unos pocos residentes de Belén se les permite salir, y a estos que se les permite salir: es para ir a trabajar. Buscan empleo en el Estado israelí. Están de pie dentro de una larga jaula de metal, como pasadizo para ganado, en espera de que se les registre, se les empuje, se les tomen sus huellas y se les pase por el detector de metales. A algunos les piden desnudarse. El trámite puede durar más de dos horas. Muchos de los hombres trabajan en la construcción (a menudo en los asentamientos) para construir casas para sus enemigos en tierras que solían ser suyas. Luego regresan a casa pasando a través del muro. ¿Es vida? 

 La ciudad de Belén está siendo comprimida en un cajón de 18 kilómetros cuadrados, rodeada por una barrera en tres lados. 

Mientras el muro crece, unas excavadoras gigantes, protegidas por guardias armados, escarban día y noche como si fueran garras.  

 Pero en el paisaje: la ciudad se erige sobre varias colinas anchas y aplanadas, con escasa vegetación. Las casas más antiguas están hechas de roca amarillo-pálido y otras rojizas, incrustadas a lo largo de calles empinadas y angostas. En un estanquillo al aire libre, la carne de carnero gira en un asador, goteando grasa. Los hombres con sus turbantes sentados en sillas a la orilla de la calle, sorben el típico café árabe espeso. Enfrente de la Plaza, los niños palestinos así como los peregrinos, pasan queriendo comprar un falafel, o un shawarma recién hecho. Hay un sin número de sensaciones tan hermosas que contrastan tan drásticamente con lo que uno puede apreciar al subir por la empinada pendiente; y es que, allí, allí se ve cómo se extiende la construcción del muro: una serpiente gris que estrecha metódicamente la ciudad. 

 Por eso ahora el paisaje urbano de Belén se halla, pues, más poblado por vigilancias y controles que por campanarios, por lo que quizá habría que actualizar aquel villancico de "Campanas de Belén". 

 Aunque no todo el paisaje es hermoso: dentro del muro, a lo largo de los límites de Belén, hay tres campos de refugiados palestinos, bloques de apartamentos, construidos caóticamente.  

Y a lo lejos, dominando los montes y las colinas de los alrededores, se encuentran las colonias israelíes que se expanden descontroladamente, como plaga… por lo que quizá habría que actualizar también “los pastores a Belén”. 

La Iglesia de la Natividad está casi escondida. Esta misteriosa Iglesia parece más bien una fortaleza de piedra con paredes gruesas y hostiles y una fachada sin adornos. Quizá por eso ha sobrevivido 18 siglos: Belén no es un lugar de arquitectura delicada. 

 Estar en un cruce de caminos del mundo –la populosa intersección entre Europa, Asia y África– significa ser invadido sistemáticamente a lo largo de la historia. La iglesia ha resistido conquistas persas, bizantinas, musulmanas, cruzadas católicas, los imperios otomanos, británicos y franceses, y ahora por un estado ocupante.  

El carácter austero y sencillo de esta Iglesia contrasta con la exageración de las navidades actuales: grandes arreglos lumínicos, ornamentaciones especiales, gigantescos y cada vez más originales árboles de navidad y la decoración majestuosa de centros comerciales en una época dedicada al consumo. A diferencia de la celebración de Navidad entre júbilos, cánticos y campanas, nuestra preparación a través de regalos y decoraciones, conlleva a veces a tanta fastuosidad y lujo que contrasta con la sencillez y humildad que caracterizó el evento que se conmemora. 

 La entrada a esta Iglesia es un agujero minúsculo, porque así de humilde es lo que ocurrió adentro… y ya bajo el Altar, al final de unas desgastadas gradas hay una pequeña cueva con olor a incienso y a cera derretida.  

 Aquí, en el blanco de este sagrado lugar, rodeada de asentamientos judíos y campos de refugiados, encerrada tras un muro, aprisionada bajo el piso de una iglesia antigua, en un espacio recubierto de mármol, se ubica una estrella de plata… allí…allí nació Jesús 

El aire de esta gruta, es fresco y a la vez cálido por su olor a historia. Los conflictos aquí son un microcosmos de los acontecimientos mundiales. Por lo tanto, lo que sucede aquí refleja lo que amenaza la paz mundial.  

Belén… ese pueblecillo de la Navidad ¡cuántas historias alberga! Hoy por hoy uno se encuentra tantas emociones en esa ciudad: unos citan la Biblia, otros recitan el Corán. Algunos muestran sus campos, otros señalan sus viñedos, unos más evocan la historia, mientras que otros visualizan el futuro. Algunos rezan arrodillados sobre el piso, mientras que otros colocan la frente sobre el suelo. Algunos arrojan piedras, mientras que otros, descaradamente, conducen tanques. No obstante, cuando se llega al meollo del asunto, cuando se prescinde del odio, de la política y de las guerras, lo único de lo que la mayoría habla, cuando se trata de Belén, es de la tierra. Un trocito de tierra nada más, para saber que se trata verdaderamente de TIERRA SANTA.

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